Para millones de viajeros alrededor del mundo, los viajes en avión se convierten en una pesadilla que enfrentan con resignación. Es que, lejos de ser un medio de transporte cómodo y relajante, los vuelos de larga distancia pueden desencadenar una serie de efectos perjudiciales que afectan seriamente la salud física y mental.
Algunas personas enfrentan en estos casos desde dolencias como la deshidratación, el insomnio y los dolores musculares, hasta complicaciones más graves como trombosis venosa profunda y trastornos de ansiedad.
La psiquiatra colombiana Laura Villamil advierte que “volar es realmente una de las cosas menos naturales que hacemos los seres humanos”. Y esto se debe, dice, a que estar confinados en un tubo metálico durante horas, sin control sobre la situación, puede generar alteraciones hormonales que disparan el estrés, la fatiga y hasta los ataques de pánico.
De ahí que el llamado jet lag o trastorno del ritmo circadiano es una de las principales consecuencias, y llega a provocar insomnio, cambios en el apetito e incluso desorientación.
Además, “los vuelos largos pueden alterar la liberación de algunas hormonas como la melatonina y el cortisol generando sensación de cansancio, estrés, ansiedad e incluso ataques de pánico”, dice la experta.
Otros efectos adversos
Pero los riesgos no se limitan solo a lo psicológico. El aire seco y los cambios de presión atmosférica causan sequedad excesiva en la nariz, los ojos y la boca, además de dolores de oídos y de cabeza. La inmovilidad forzosa en los cada vez más reducidos asientos de las aerolíneas actuales puede derivar en lesiones musculares y, en casos extremos, formación de coágulos potencialmente mortales.
Villamil señala que algunas personas son más vulnerables, entre ellos quienes padecen de fobias, trastornos de ansiedad, mujeres embarazadas, niños, adultos mayores y personas con problemas circulatorios o cáncer. “Los efectos pueden prolongarse entre 4 y 6 días para viajeros de América Latina a Europa, pero quienes vuelan con frecuencia pueden sufrir daños irreversibles”, asegura la especialista.
Más allá de la incomodidad física, los vuelos largos representan un caldo de cultivo para el estrés y los comportamientos disruptivos en los seres humanos, añade Villamil. Por lo que el confinamiento y la falta de información desatan efectos adversos como irritabilidad, gritos e ingesta excesiva de alcohol, lo que impacta la salud mental de los demás pasajeros.
Ante esta preocupante realidad, ¿qué pueden hacer los viajeros para minimizar los riesgos? Villamil recomienda algunas opciones efectivas:
- Técnicas de respiración profunda.
- Visualización positiva y ejercicios de estiramiento cada dos horas.
- También insta a vestir ropa cómoda.
- Se deben evitar las sustancias psicoactivas y el alcohol.
- Otra buena opción es consultar a un psiquiatra para tratar adecuadamente el jet lag.
Para Villamil además, las aerolíneas y autoridades aeroportuarias también tienen una responsabilidad en mejorar las condiciones de los vuelos y brindar información oportuna para reducir la ansiedad de los pasajeros. De lo contrario, los cielos seguirán siendo un espacio de riesgo para la salud de millones.