Los jóvenes ven la universidad como uno de los momentos más importantes de su vida. Les significa abrirse paso a un mundo de nuevas experiencias, valores, amigos y forjar las bases definitivas para la independencia. Pero la covid-19 derrumbó esas ilusiones. Desde el semestre pasado, los primíparos ya no pasan la noche en vela pensando en buscar su primer salón, sino que están condenados a recibir las clases en línea en su cuarto. Apenas conocen a sus compañeros y el sueño de celebrar el fin de los exámenes con una cerveza o un café parece lejano.
Es el caso de Camila Parra, una primípara de 17 años que de un día para otro vio derrumbados sus planes. En junio recibió su diploma de grado en un salón de hotel. Cada persona entraba, una por una, cada 30 minutos. No hubo aplausos masivos, abrazos ni despedida. El paso a la universidad fue más duro. Tenía todo listo para ir a estudiar Cine en Nueva York, pero como empezaron las clases virtuales en el mundo ella y sus padres decidieron que viajar no valía la pena. “El último mes de colegio fue solitario, triste, pero la entrada a la universidad fue más difícil porque no pude hacer nada de lo que había planeado”, dice.
Dudó mucho en dar el paso, pero al final entró a estudiar Psicología en la Universidad Javeriana. Reconoce que los profesores se han esforzado mucho por hacer ameno ese trago amargo. Pero dice que a ella y a sus compañeros les ha costado mucho sentir que realmente entraron a la universidad.Para empezar, hizo su inducción por computador y conoció a sus más de 40 compañeros de clase por una sesión de Meet en la que muchos no querían hablar. No ha puesto un pie en la biblioteca y tampoco ha podido disfrutar de las actividades deportivas y culturales. “Da más pena participar, preguntar cosas, además los profes siempre nos dicen: ‘si estuviéramos en la universidad estaríamos en el laboratorio o tomando un café’, eso es más duro”, asegura.
Los estudiantes viven lo mismo en casi todo el mundo. El concepto de educación virtual venía ganando terreno en los últimos años, pero el coronavirus obligó a las instituciones a cambiar sus métodos de enseñanza en días. Tras siete meses de experimentar, todos coinciden en que ha sido una buena solución, pero aun así no lo quisieran en el futuro. “Aprender es un acto social. La gente quiere estudiar con seres humanos y quiere la validación de los demás”, dijo recientemente al The Financial Times Nick Hillman, experto en educación. Guillermo Carvajal, psiquiatra e investigador en pedagogía, también explica que la universidad tiene tres funciones fundamentales: definir la identidad y el oficio, preparar para el autoabastecimiento y ayudar a conseguir pareja. Con la virtualidad todo quedó cohibido.
Juliana Londoño, una joven colombo-estadounidense de 26 años, explica que para ella no poder socializar ha sido lo más frustrante. Durante años esperó el momento para entrar a la escuela de leyes en The American University Washington College of Law y muchos le habían dicho que ese primer año era uno de los más duros, pero importantes, para formar grupos de estudio y conexiones. “Fue triste porque las clases son clave, pero también esperaba conocer gente. A veces hay mucho estrés y una forma de aliviarlo es salir y hacer algo divertido”, dice. En febrero, cuando la aceptaron, se mudó de Houston a Washington, pues la universidad todavía prometía clases presenciales. Pero al cabo de unos meses decidieron cancelarlas. Su instinto le dice que el próximo semestre será igual y aunque continuará, nada le quita la sensación de que está perdiéndose experiencias que nunca volverá a vivir.
Todos esos cambios, sin duda, han puesto gran presión sobre las instituciones. Enfrentaban altas proyecciones de deserción, pues creían que muchos alumnos no estarían dispuestos a pagar por estudiar en casa. Sin embargo eso no sucedió. En Colombia, gracias a los esfuerzos de las universidades, las familias y el Gobierno, las matrículas universitarias disminuyeron entre el 2 y el 10 por ciento. Lo mismo sucedió en Europa. Aunque la tasa de estudiantes extranjeros cayó 30 por ciento, las instituciones lo capotearon al aceptar a más alumnos de colegios públicos nacionales.
Aun así es incierto si todo eso funcionará en el largo plazo. Lo único seguro es que mientras no haya vacuna la mayor parte de las actividades académicas tendrán que seguir on-line. Las ferias de novatos serán virtuales y habrá menos académicos internacionales invitados. Está en juego el control de la pandemia, pero también la formación y la salud mental de las próximas generaciones, que en últimas garantizarán la estabilidad y la prosperidad colectivas. Incluso muchos dicen que de esta crisis saldrá un nuevo concepto de universidad que dejará atrás la que muchos conocieron. Eso ya se ve en la recursividad de las instituciones.
Algunas como Cambridge, en Inglaterra, ya empiezan a ofrecer un aprendizaje combinado. Incluyen tutorías y laboratorios en el campus, pero conferencias masivas en línea, que para muchos, con o sin pandemia, continuarán. Simone Buitendijk, vicerrectora de la Universidad de Leeds, dijo incluso que tras la pandemia las conferencias de 45 minutos estaban mandadas a recoger y “pedagógicamente no son sólidas”. En su visión la presencialidad seguirá vigente, pues en las tutorías en línea falta espontaneidad. Pero está a favor de dictar clases cortas virtuales con otros espacios físicos para debatir.
En Colombia sucede el mismo fenómeno. La Universidad de La Sabana, por ejemplo, está aplicando la estrategia ‘Pico y campus’, una experiencia novedosa que consiste en tener un grupo de 30 universitarios en el aula y el resto desde la casa. “Eso todavía suena etéreo. Uno está acostumbrado a hacer la lectura del salón. Pero creo que estamos encontrando nuevas formas de comunicarnos y la educación tiene que asumir que entró la clase remota”, dice María Patricia Gómez, profesora del Programa Integración a la Universidad.
Para ella no hay duda de que la academia migrará cada vez más hacia una “flexibilidad curricular”. No solo en el sentido de que los programas tenderán a desarrollarse sin cierta presencialidad. También en cuanto a que eso permitirá a los alumnos formarse en distintas disciplinas. “El estudiante podrá hacer un curso en el Sena, otro en los Andes y en Gato Dumas. Podrá ser muchas cosas”. Esto ya venía sucediendo con la doble titulación, pero para Gómez alcanzará su auge con la virtualidad.
Carvajal va más allá. Asevera que la escuela y la universidad desaparecerán. Para él, el hombre posmoderno es muy distinto al de la modernidad, para el cual existe el modelo actual. “Este pertenece a la Revolución Industrial”, dice. Para él, poco a poco irá creciendo la estrategia de maestro-aprendiz, característica del Renacimiento, que dio a luz a genios como Leonardo da Vinci. “La universidad va a quedar minimizada a pequeños programas de investigación”, dice. Pero eso no sucederá pronto y hará falta más de una generación.
Por ahora, está claro que en el año entrante imperará el aprendizaje mixto, que requerirá un mayor esfuerzo de las instituciones y de los estudiantes para hacer esta nueva experiencia de aprendizaje cada vez más significativa. Como dice Gómez: “Echémonos la bendición a ver dónde llegamos, porque estamos en un momento de la humanidad donde sabemos que hay futuro, pero no tenemos idea de cómo va a ser”.