Tanto la diabetes como la hipertensión –también conocida como presión arterial alta–, son enfermedades tildadas como “silenciosas”, esto debido a que no suelen presentar síntomas en las primeras etapas. De hecho, la diabetes solo puede ser detectada mediante un examen de sangre, mientras que la hipertensión solo puede detectarse con un brazalete de presión (esfingomanómetro).
La diabetes es “una enfermedad crónica que aparece cuando el páncreas no produce insulina suficiente o cuando el organismo no utiliza eficazmente la insulina que produce”, explica la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Añade que con el paso del tiempo, una diabetes no controlada daña gravemente distintos órganos y sistemas del cuerpo, especialmente los nervios y los vasos sanguíneos.
De acuerdo con el Instituto Nacional de la Diabetes y las Enfermedades Digestivas y Renales (NIDDK, por sus siglas en inglés), la diabetes afecta a 1 de cada 4 personas mayores de 65 años de edad en Estados Unidos y cerca del 90 % al 95 % de los casos en adultos corresponden a la diabetes tipo 2. En la diabetes tipo 2 el cuerpo no puede producir o usar bien la insulina presente. El NIDDK explica que las personas que la padecen podrán necesitar pastillas o insulina para controlar la enfermedad.
Entre tanto, la hipertensión es definida por la Fundación Española del Corazón como “la elevación de los niveles de presión arterial de forma continua o sostenida”. La presión arterial es la fuerza que ejerce el corazón sobre las arterias para que transporten la sangre hacia los diferentes órganos del cuerpo. De este modo, la presión máxima se obtiene en cada contracción del corazón y la mínima, con cada relajación.
Según la entidad, esta afección “supone una mayor resistencia para el corazón, que responde aumentando su masa muscular (hipertrofia ventricular izquierda) para hacer frente a ese sobreesfuerzo. Este incremento de la masa muscular acaba siendo perjudicial porque no viene acompañado de un aumento equivalente del riego sanguíneo y puede producir insuficiencia coronaria y angina de pecho. Además, el músculo cardiaco se vuelve más irritable y se producen más arritmias”.
Agrega que la hipertensión puede intensificar el daño en aquellos pacientes que ya han sufrido de algún problema cardiovascular. Asimismo, esta enfermedad propicia la arterioesclerosis, que es la acumulación de colesterol en las arterias y fenómenos de trombosis, los cuales pueden llegar a producir infarto de miocardio o infarto cerebral.
La OPS afirma que la presión arterial alta es “el principal factor de riesgo para sufrir una enfermedad cardiovascular”. Según la entidad, al año, en la región de las Américas mueren 1,6 millones de personas por enfermedades cardiovasculares, de las cuales medio millón es menor de 70 años, “lo cual se considera una muerte prematura y evitable”.
Hay personas que sufren estas dos afecciones: diabetes e hipertensión. Al respecto, los especialistas afirman que la alimentación puede jugar un papel clave para el manejo de estas dos enfermedades. Los especialistas de la Fundación Española del Corazón afirman que existen pequeños cambios en la alimentación que se pueden incluir en la preparación de la comida con el objetivo de controlar su diabetes e hipertensión.
En palabras de la entidad, estos son los cambios que pueden ser tenidos en cuenta:
- Cuando se prepare pollo, es importante asegurarse de retirar toda la piel, ya que es donde se encuentra principalmente la grasa saturada, perjudicial para el corazón.
- Seleccionar las carnes magras, retirar la grasa visible y tratar de utilizar métodos de cocción saludables como asado, plancha, horno, hervido. Si se hacen estofados, es importante asegurarse de desgrasar la carne antes de prepararlo y no utilizar caldos comerciales. También es conveniente dejar enfriar y retirar la grasa de la superficie.
- Intentar comer pescado al menos dos veces a la semana.
- Cocinar las papas de forma saludable, hervidas, en puré, asadas, y limitar las papas fritas o cocinadas con mucho aceite. Si se realizan frituras esporádicamente, se preparan con aceite de oliva, se escurren bien y se colocan sobre un papel absorbente.
- Incorporar poco a poco diferentes tipos de hortalizas y verduras. Se recomiendan cinco raciones al día de frutas y verduras.
- Cocinar sin sal. Se pueden utilizar en su lugar hierbas aromáticas, condimentos y limón. Si actualmente la persona come con sal, se comienza reduciendo la cantidad que usa a la mitad y disminuir gradualmente hasta evitarla.
- Las personas mayores deben prestar especial atención a la hidratación. Se recomienda beber abundante líquido: de 1,5 a 2 litros al día.