La energía que necesita el cuerpo humano se recibe básicamente a través de los alimentos que se consumen diariamente, sin embargo, al paladar no le queda tan fácil distinguir los diferentes tipos de azúcares que existen, aunque cada uno de ellos tenga sus propias diferencias y actúe de forma diferente en el organismo.
La glucosa
Según el portal mejorconsalud.as.com, la glucosa es un nomosacárido y constituye una sustancia que eleva la glucosa sanguínea tan rápido como se absorbe. Por esta razón, es una sustancia poco saludable para la salud, de acuerdo a lo que se afirma en el artículo publicado en la revista Cell Metabolism.
Se encuentra en la mayoría de alimentos en forma de glucosa o de almidón. Sin embargo, como edulcorante doméstico, es difícil encontrarla en un formato diferente al azúcar de mesa, en las presentaciones comerciales que son bien conocidas por los consumidores.
Es el monosacárido preferido del cuerpo humano, al ser la fuente de energía del cuerpo. El sistema digestivo procesa la mayoría de los carbohidratos que se ingieren en forma de glucosa para poder alimentar a las células.
Por otra parte, los almidones están compuestos por cadenas de moléculas de glucosa que pueden elevar los niveles de azúcar de la sangre. Esta es la razón por la que la pasta o el pan se consideran alimentos a tener bajo vigilancia en el caso de pacientes diabéticos.
¿Qué es la fructosa?
La fructosa es un monosacárido, al igual que la glucosa. Es un azúcar natural muy presente en las frutas y verduras que se absorbe de manera muy rápida por parte del organismo.
La fructosa no eleva considerablemente los niveles de glucosa en sangre y no requiere insulina para que el organismo la procese, por lo que este tipo de azúcar es mucho mejor tolerada por los pacientes que padecen diabetes.
“Este ‘beneficio’ tiene su contrapunto, pues no provoca la misma sensación de saciedad que otros carbohidratos y puede dejar a las personas con sensación de hambre”, afirma el portal elconfidencial.com.
Su consumo como edulcorante se popularizó en 1960 como consecuencia de su bajo coste, junto a la aparición de investigaciones que demostraban su bajo índice glucémico.
El consumo de este tipo de azúcares es relativamente nuevo. Solo hasta 1960 se popularizó, gracias a su bajo costo y a las investigaciones que demostraban su bajo índice glucémico.
No obstante, cuando se consume este azúcar en exceso, puede transformarse en triglicéridos, por lo que su consumo se asocia con el hígado graso.
Aunque los dos son azúcares, hay que tener en cuenta que su composición es diferente y, por lo tanto, el efecto sobre el organismo también difiere.
Por ejemplo, la glucosa llega a todas las células del organismo y ellas lo utilizan como combustible energético natural, mientras que, en el caso de la fructuosa, solo es absorbida por hepatocitos y adipocitos, por lo que hay una mayor tendencia a la acumulación de grasa corporal cuando se consume.
Por esas mismas diferencias, es muy importante que se consulte a un especialista en el momento en el cual decida incluir este tipo de azúcares en su alimentación diaria.