Según la prehistoriadora Marylène Patour-Mathis, la historia ha dado una visión binaria de las sociedades prehistóricas: hombres fuertes y creadores, y mujeres débiles, dependientes y pasivas. “¿Y si resulta que también pintaron Lascaux, cazaron bisontes, tallaron utensilios e idearon innovaciones y avances sociales?”, se pregunta ella en el prólogo de su libro El hombre prehistórico es también una mujer, de editorial Lumen.
Según ella, las nuevas técnicas de análisis de los restos arqueológicos, los recientes descubrimientos de fósiles humanos y el desarrollo de la arqueología de género han cuestionado muchas de las ideas y clichés heredados. “No todos los hombres son misóginos, pero hay que señalar que, desde comienzos del siglo XX, el reconocimiento de lo femenino en su alteridad se ha topado con un rechazo casi generalizado, y que todavía hoy existen resistencias. ¿Es que las mujeres, al igual que ciertas ‘razas’, no tienen historia propia, como postulaban los antropólogos evolucionistas del siglo XIX, que clasificaban a los humanos en categorías inferiores y superiores?”, dice la investigadora y escritora en su prólogo.
Según ella, la mujer siempre ha estado un peldaño por debajo. Asociada a lo primitivo y a lo salvaje, se ha percibido como una amenaza. En 1912, el psicoanalista Sigmund Freud afirma abiertamente: “(La mujer es) muy diferente del hombre, (...) incomprensible, enigmática, singular y, por todo ello, enemiga”. SEMANA reproduce apartes del prólogo de este libro que pretende desvelar los prejuicios con los que se ha estudiado la prehistoria y mostrar bajo la luz de los nuevas investigaciones de arqueología una prehistoria con sentido de género como nunca la habíamos leído.
“Hasta mediados del siglo XX, tanto las publicaciones científicas como las obras literarias, artísticas o filosóficas difunden los estereotipos más negativos sobre las mujeres. En este terreno nace la prehistoria como disciplina, en la realidad, en la imaginación y, en el cruce de ambas, en la ideología. Al excluir a la mitad de la humanidad, la visión de las conductas en las sociedades prehistóricas ha resultado falseada durante más de un siglo y medio.
Para explicar la invisibilidad de las mujeres prehistóricas a menudo se ha presentado la idea de que los restos arqueológicos apenas proporcionan elementos que permitan asignarles una función social y económica. ¡Pero sí ocurre lo mismo con los hombres! Sin tener más pruebas, se los describe, sin embargo, como cazadores de grandes animales, inventores (que fabrican utensilios y armas, que dominan el fuego, etcétera), artistas o incluso guerreros y conquistadores de nuevos territorios. Afirmaciones basadas, en parte, en las conductas de los pueblos cazadores-recolectores modernos, de las que nos han informado los etnólogos desde el siglo XIX. Ahora bien, esos pueblos también tienen una larga historia. A lo largo de más de diez mil años, sus tradiciones han cambiado; ¡no son humanos prehistóricos! La prehistoria es una ciencia joven, que nace a mediados del siglo XIX. Es probable que los roles desempeñados por los dos sexos, descritos en los primeros textos de esa nueva disciplina, tengan más que ver con la realidad de la época que con la del tiempo de las cavernas. Es justo el momento en que las teorías médicas se combinan con los textos religiosos.
Estos son algunos de los clichés que se transmiten a lo largo de los siglos, no solo a través de los textos sagrados y la literatura, sino también de las obras científicas. Su predominio en la conciencia y la cultura colectivas ha dado lugar a la discriminación y la subordinación de las mujeres, que en la sociedad solo desempeñan un papel biológico, pasivo y marginal, aunque desde la segunda mitad del siglo XVIII la cuestión de sus derechos, especialmente a la educación, haya sido objeto de debate. Esta postura científica servirá de justificación a las ideologías antifeministas, que proponen la exclusión de las mujeres de las actividades sociales y políticas y su permanencia en el hogar, limitándolas así a las tareas maternales y domésticas.
“Toda la historia de las mujeres ha sido hecha por los hombres”, escribía Simone de Beauvoir. Como era de esperar, la visión de los humanos prehistóricos es masculina. Los primeros prehistoriadores reproducirán en su objeto de estudio el modelo patriarcal del reparto de los roles entre los sexos. Esta visión marcada por el género llega hasta principios de la segunda mitad del siglo XX, período en que el estudio de la evolución humana sigue siendo una esfera intelectual dominada básicamente por hombres.
Los trabajos llevados a cabo en antropología, en prehistoria y en arqueología pueden calificarse de androcéntricos, ya que rara vez se concede importancia a las relaciones sociales en que están implicadas las mujeres. De ello da fe el modelo propuesto en la década de 1950 del “hombre cazador”, principal proveedor de alimento para la comunidad e inventor de utensilios y armas. De modo que el hombre habría sido el principal catalizador de la hominización, incluso de la “humanización”.
Según la antropóloga Françoise Héritier (1933-2017), la casi total ausencia de mujeres en la historia de la evolución humana es debida a la “valencia diferencial de los sexos”, que habría existido desde los orígenes de la humanidad. Héritier cree que “en todas partes, en toda época y en todo lugar lo masculino es considerado superior a lo femenino [...], lo positivo siempre está del lado de lo masculino y lo negativo del lado de lo femenino”. Sin embargo, el hecho de que los mitos, los textos sagrados, profanos y científicos hayan transmitido durante siglos la imagen de una mujer inferior al hombre y sometida a él no significa que fuera así siempre y en todas partes.
Los nuevos métodos de análisis de los yacimientos y de los restos arqueológicos, de las tumbas y de los restos humanos que contenían, así como los estudios de las numerosas representaciones que los cazadores-recolectores prehistóricos han dejado proporcionan informaciones que permiten reconsiderar el papel de las mujeres en el proceso de la evolución. Ya que ninguna prueba tangible permitía diferenciar las tareas y los estatus según el sexo, los prehistoriadores han dado una visión binaria de las sociedades prehistóricas: hombres fuertes y creadores y mujeres débiles, dependientes y pasivas. Los hombres se han presentado como los garantes de la supervivencia de su comunidad y los actores del “progreso”, esa “transformación gradual hacia mejor” de la que habla Montaigne en sus Ensayos de 1588.
Sin embargo, las investigaciones han demostrado que los objetos prehistóricos eran polisémicos y no necesariamente representativos del sexo de un individuo. Explorando las profundidades del tiempo, este libro pretende responder a los interrogantes sobre la historia de las mujeres en las sociedades prehistóricas. ¿Cuáles eran sus funciones económica, social, cultural y de culto? ¿Cuál era su estatus? ¿Existieron sociedades matriarcales? ¿Cuándo y por qué se impusieron la división sexual del trabajo y la jerarquización de los sexos, en detrimento de las mujeres? Las mujeres prehistóricas, olvidadas por la investigación durante más de un siglo y medio, se han convertido en tema de estudio por derecho propio y empiezan por fin a salir de la invisibilidad en que se las había mantenido. Nuestro objetivo es devolverles el lugar que les corresponde en la evolución humana.