Por lo general, la gente modifica su alimentación para bajar de peso, el colesterol o la presión arterial, y así cuidar el corazón. Pero raras veces le presta atención a la comida que necesita el cerebro, nada menos que el órgano más complejo y mayor consumidor de energía del cuerpo humano.
Un grupo creciente de médicos considera que este descuido hace que sea más difícil tratar la depresión, la ansiedad o el estrés, patologías que muestran un serio incremento en tiempos de pandemia.
Muchos pacientes con estas condiciones ceden ante el antojo de hamburguesas, pizzas, helados, fritos y masas, convencidos de que les mejoran el humor. Lo que no saben es que el resultado podría ser contraproducente, pues estudios recientes demuestran que las altas concentraciones de azúcar y grasas son las menos indicadas para la salud mental.
En realidad, ellos necesitan comer más frutas, verduras, pescado y demás frutos del mar; huevos, nueces, semillas y alimentos fermentados como el yogur.
Así lo recomienda la psiquiatría nutricional, un novedoso terreno de investigación dedicado a explorar las relaciones entre la alimentación y el equilibrio emocional, que tradicionalmente habían sido ignoradas.
Pero ello no se entendería sin una premisa básica, y es que dieta saludable es sinónimo de estómago saludable. Si este último está bien, las posibilidades de un estado anímico óptimo se acrecientan, por la sencilla razón de que este órgano está directamente conectado con el cerebro.
El pionero de la psiquiatría nutricional es el doctor Drew Ramsey, profesor de Columbia University, en Estados Unidos, quien ha explicado en varios de sus libros que los microbios alojados en el estómago producen dopamina y serotonina, neurotransmisores que regulan el estado de ánimo y las emociones.
Además, el microbioma de ese órgano tiene un rol importante en desórdenes como la depresión severa.
Ramsey no duda en afirmar que la actual epidemia mundial de este mal, que, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), solo en Colombia afecta al 4,7 por ciento de la población, se debe en buena medida a que la gente sigue una dieta escasa en nutrientes.
Esto contrasta con amplios análisis según los cuales quienes prefieren menús sustanciosos sufren menos depresión y reportan altos niveles de felicidad, satisfacción consigo mismos y bienestar mental.
Así lo demostró, en 2016, una prueba realizada a 12.400 personas, cuyos hábitos alimenticios fueron observados durante siete años.
Sin embargo, como se lo explicó Ramsey a The New York Times, estas investigaciones muestran únicamente la correlación entre comida y estado emocional, pero no causalidad entre ambos.
De ahí surgen grandes incógnitas: ¿la ansiedad y la depresión llevan a los pacientes a comer alimentos nocivos o lo contrario? ¿Aquellos que viven contentos se sienten más entusiasmados por la comida sana? ¿Es la dieta saludable una de las claves de su bienestar?
Para dilucidar la incógnita, se realizó lo que se considera el gran primer estudio de psiquiatría nutricional, publicado en 2017 y liderado por médicos de diversos países.
En él participaron 67 personas diagnosticadas con depresión, divididas en dos grupos. Uno fue puesto al cuidado de un nutricionista que les inculcó las bondades de la dieta mediterránea, rica en pescado, granos enteros y vegetales.
El resto fue atendido por un asistente social que no les daba ninguna asesoría sobre la alimentación. El equipo, guiado por el dietista, hizo cambios drásticos: el pan blanco fue reemplazado por el integral; la pizza, por verdura; los dulces, por semillas, frutas o legumbres.
Eso sí, todos los participantes debían seguir tomando los medicamentos que les habían prescrito para la depresión, pues el objetivo no era ver si la comida nutritiva podía reemplazar las medicinas, sino ofrecer ayuda adicional, como se sabe que ocurre con el buen sueño y el ejercicio.
A las 12 semanas la depresión mejoró en ambos grupos, algo previsible, pues todos recibieron acompañamiento. Empero, en los que siguieron un régimen saludable los progresos fueron más allá, dado que un tercio de ellos dejaron de ser considerados como deprimidos, en tanto que en el otro colectivo solo el 8 por ciento lo logró.
Mas la cuestión no es tan fácil como decir que una ensalada va a mejorar algo tan complejo como la salud mental, “pero es mucho lo que se puede hacer para subir el ánimo, tan simple como ingerir más vegetales y alimentos provechosos”, le dijo al Times Felice Jacka, presidenta de la International Society for Nutritional Psychiatry Research.
Pero ¿cómo actúan esos alimentos que mejoran el humor? En su libro Eat to Beat Depression and Anxiety, Ramsey expone que contribuyen a la producción de compuestos como el factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF, por su sigla en inglés), proteína que estimula el crecimiento de nuevas neuronas y protege las existentes.
De otro lado, los antioxidantes, ácidos grasos omega-3 y la fibra que se encuentran en ellos le hacen bien a la digestión, mejoran el metabolismo y reducen la inflamación, pues tienen una gran incidencia en el desempeño del cerebro.
Ramsey es un gran entusiasta de las ostras, ya que ha visto resultados sorprendentes en consultantes con ansiedad y depresión, a quienes se las ha recomendado. Ello se atribuye a que son ricas en vitamina B12, que, aseguran varios estudios, contrarresta el achicamiento del cerebro.
De igual modo, son muy convenientes sus omega-3, si se tiene en cuenta que la deficiencia de estos ha sido asociada por los científicos con altos riegos de depresión y suicidio.
En su consulta, Ramsey prescribe medicamentos y terapia, pero también les habla a los pacientes de las bondades de comer bien. No contento con ello, integra a una coach de alimentación, Samantha Elkrief, quien le comentó a The New York Times que siempre hay que buscar ayuda profesional, pues muchos se vuelven vegetarianos o veganos sin saber que esto los expone a la depresión si no toman suplementos con los nutrientes ausentes en una dieta exenta de carne.
Se trata de intentos aún incipientes por expandir la psiquiatría nutricional. Muchos profesionales de este campo no se atreven a hacer recomendaciones respecto a la comida, a la espera de nuevos resultados en la investigación sobre una dieta específica para la salud mental.
Otros, como Ramsey, están explorando las costumbres de sus pacientes a fin de saber si ingieren o no los manjares benéficos para la conexión entre estómago y cerebro.
En todo caso, la psiquiatría nutricional ya echó a andar, y su mensaje queda muy bien resumido en estas palabras de la doctora Elkrief, para quien no se trata solo de lo que la gente come, sino de la actitud con que lo hace: “Hay que descubrir las comidas que nos dan felicidad y nos hacen sentir bien. Se trata de desacelerar el ritmo, volverse más conscientes del propio cuerpo y poner atención a cómo nos sentimos cuando consumimos ciertos alimentos”.