Por muchos años se ha entendido que los individuos que poseen una personalidad psicopática son potenciales asesinos, no experimentan emociones o incluso disfrutan con el sufrimiento ajeno. Sin embargo, nada está más alejado de la realidad.
En el caso de la psicopatía, en particular, se podría hablar de un conjunto de rasgos de personalidad presentes no necesariamente en personas que actúan de forma extraña, antisocial o incluso delictiva, sino que también en individuos que se desenvuelven en sociedad de manera “aparentemente normal”, pero que poseen ciertos rasgos antisociales.
Es importante dejar a un lado la caricatura que se tiene en el ideario colectivo respecto al comportamiento de los psicópatas y comprender que no todas las personas que poseen esta condición presentan el mismo comportamiento.
Entre las características comunes de este trastorno podemos encontrar la falta de remordimiento, culpa o una baja empatía hacia el resto, una continua violación a las normas sociales, manipulación y victimismo.
Trastorno antisocial de la personalidad
Recientemente, el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales en su quinta edición (DSM-V), denominó la psicopatía como el “trastorno antisocial de la personalidad”, el que no necesariamente consiste en una patología mental. Más bien se trata de una personalidad compuesta por una serie de rasgos que pueden o no estar presentes en mayor o menor medida en quienes poseen dicha condición.
Sin embargo, aún no existe un real consenso respecto a si la psicopatía debe ser comprendida como un rasgo de personalidad o una conducta antisocial propiamente. De hecho, autores como Blackburn, H. mencionan que habría que establecer diferencias entre la conducta antisocial (en la cual se incluyen comportamientos delictuales) y la psicopatía, incluyendo a esta en un concepto más amplio.
Efectivamente, se puede entender de manera parcial el funcionamiento del cerebro de quienes tienen un comportamiento diferente al considerado por la mayoría como “normal”. Puntualmente, existen múltiples investigaciones que han estudiado el cerebro de grupos de personas que presentan un diagnóstico psiquiátrico de trastorno antisocial de la personalidad y han llegado a ser autores de crímenes horrendos como los asesinos en serie, que incluso parecen disfrutar con el sufrimiento de otros o simplemente muestran una gran indiferencia ante el dolor ajeno.
Ahora bien, ¿qué pasa con personas que tienen rasgos de personalidad psicopáticos, pero que de por sí se desenvuelven bien dentro de la sociedad e incluso llegan a tener éxito en la vida, pasando totalmente desapercibidos? ¿Sus cerebros tendrán algo en común con los criminales?
Psicopatía en la cárcel
Con el fin de avanzar en el entendimiento de estos temas, un grupo de investigadores de diferentes instituciones finlandesas y suecas, liderados por Jarii Tihonen, realizó un estudio publicado por la editorial de la Universidad de Oxford, en el que comparó la estructura y el funcionamiento del cerebro de 19 personas recluidas en la cárcel por cometer crímenes de alta gravedad, considerados como sujetos con trastorno antisocial de la personalidad.
Adicionalmente, se realizaron encuestas para detectar personas con rasgos psicopáticos de las que se seleccionaron 100 con buen funcionamiento social. A ambos grupos se les aplicaron test especializados para detectar rasgos del espectro psicopático.
Primero compararon la densidad cortical, es decir, la cantidad de neuronas en un espacio determinado de la corteza cerebral, del grupo de individuos reclusos, con un grupo control, sin rasgos psicopáticos, para dejar de manifiesto diferencias en esta región del cerebro.
Posteriormente se contrastaron dichas estructuras cerebrales presentes en el grupo recluido con personas que mostraban rasgos psicopáticos, pero que se encontraban en libertad y concluyeron que, estructuralmente, ambos grupos tenían características comunes, evidenciando una menor densidad de materia gris en redes cerebrales relacionadas con la regulación de emociones, la toma de decisiones y el comportamiento social.
Además, se exhibieron escenas de violencia tanto a quienes estaban condenados, como a sujetos con rasgos psicopáticos funcionales. Dicha proyección se realizó con una pantalla binocular y el sonido se transmitió con auriculares de inserción (todo esto con el fin de aproximarse lo más posible a condiciones naturales), mientras escaneaban sus cerebros con resonancia magnética para evaluar su funcionamiento y descubrieron que ambos grupos mostraron dinámicas similares.
Incluso, se observó que los delincuentes psicopáticos tenían escenas violentas provocando una mayor activación en las estructuras cerebrales relacionadas con el comportamiento y la toma de decisiones frente a situaciones de amenaza, para asegurar la sobrevivencia.
Luego, quienes obtuvieron mayor puntaje en los test que detectaban rasgos psicopáticos, pero no estaban presos, mostraron mayor activación en las zonas mencionadas en contraste con el grupo control.
Mediante el uso de resonancia magnética funcional, a partir de la técnica BOLD, que permite medir el nivel de oxígeno en sangre de diferentes zonas del cerebro, se pudo dimensionar la conectividad en las regiones de interés, tanto en el grupo de convictos como en el de no convictos y se demostró que hay una baja conectividad entre redes cerebrales encargadas del procesamiento de emociones en ambos grupos.
No obstante, en el caso de quienes se encontraban en la cárcel, la fuerza de la conectividad funcional era menor en una mayor cantidad de redes cerebrales, en contraste con quienes se encontraban en libertad, quienes presentaban asimismo baja conectividad, pero en menor cantidad de redes.
De hecho, algunas personas presentan rasgos psicopáticos y llegan a delinquir, pero otros aún pueden ser funcionales en sociedad.
Finalmente se puede concluir que tanto delincuentes psicópatas condenados y personas que presentan rasgos psicopáticos, comparten estructura y funcionamiento similares en redes dedicadas a la regulación emocional y al comportamiento social. Sin embargo, difieren en la conectividad funcional global, puesto que en los convictos es significativamente menor en contraste con quienes se encuentran en libertad.