Muchos saben lo difícil que es bajar de peso, especialmente ahora que la pandemia ha generado un desorden en los hábitos alimenticios y de sueño, que afectan la cintura de la mayoría. Para solucionarlo, algunos han intentado hacer rutinas por Zoom o bajar aplicaciones para ejercitarse y reducir los kilos de más. Pero el resultado es el mismo. La mayoría baja poco, o aquello que baja luego lo sube.
Para el antropólogo evolucionista Herman Pontzer, profesor de la Universidad de Duke, Carolina del Norte, esto es normal. En su libro Burn, que saldrá a la venta próximamente, expone su crudo pero real argumento: el organismo no quiere que la gente adelgace, y detrás de esto hay un proceso evolutivo de millones de años.
Para demostrar lo anterior vivió con la comunidad hadza, que aún tiene prácticas de caza y recolección en la zona norte de Tanzania. El experto los estudió a fondo no solo para observar la cantidad de ejercicio que hacían a diario, sino también para analizar los procesos metabólicos relacionados. Les dio agua con isótopos de hidrógeno y oxígeno, y luego midió sus cantidades en la orina. De esta manera logró calcular cuánta energía gastaban en sus tareas diarias.
Esto es importante, pues no hay manera efectiva y rápida de medir el metabolismo, y ante esa falla se han promulgado teorías que se han convertido en dogma. “Esto ha llevado a que tengamos la ciencia de gasto de energía completamente errada”, dice el experto.
En su trabajo vio, por ejemplo, que las actividades de caza y recolección requieren de movimiento. A pesar de eso, la energía que gastan los hadzas es igual a la de cualquier citadino que pasa gran parte del día sentado en el sofá viendo televisión. Aunque no es justo que quien no hace ejercicio gaste lo mismo que quien es activo todo el día, la razón de esta disparidad está en la manera como evolucionó el metabolismo de los humanos. El organismo es una maquinita de consumo de energía, y el 60 por ciento de ella se usa para mantener las actividades de base; es decir, darles combustible a los 37 trillones de células en músculos y órganos, pero, especialmente, en el cerebro, que requiere de mucha energía para funcionar. Y esto sin hablar del sistema inmune y las glándulas productoras de hormonas que generan el calor corporal.
Pontzer llegó a la conclusión de que el hipotálamo, órgano del cerebro encargado de regular el metabolismo, tiene un gasto fijo de emergencia, y cuando la persona hace ejercicio simplemente reduce la cantidad de energía que se usa para otros procesos con el fin de balancear las cuentas.
Por ejemplo, reduce la respuesta del sistema inmune a la inflamación, y por eso la actividad física se recomienda para la inflamación crónica. También baja la respuesta al estrés, y por ello se sugiere para casos de ansiedad. Asimismo, el ejercicio reduce la producción hormonal; por esta razón, los hombres hadzas tienen niveles más bajos de testosterona que sus contrapartes menos activos. En otras palabras, el cerebro ahorra lo necesario para que ese 60 por ciento no se gaste. Así que si una persona empieza un programa de ejercicio y se mantiene en él religiosamente, tendrá el mismo peso de hoy en dos años.
Con esa lógica, si la falta de actividad física no es culpable de la epidemia de obesidad, entonces lo debe ser la dieta. Para el autor esa afirmación es correcta, y no solo eso. La investigación que se ha realizado en los últimos diez años, no solo en su laboratorio, apunta a que la dieta es responsable de la obesidad. “No es pereza, es la comida”, dice. Y explica que las dietas funcionan porque reducen las calorías, y hay muchas maneras de lograrlo si la persona las respeta. “No es magia”, aclara.
Pero aquí se complican las cosas. Cuando el organismo nota una disminución en las calorías que el individuo come a diario, este reacciona de la misma manera que con el ejercicio y economiza en el gasto calórico porque se da cuenta de que la persona está gastando el combustible de manera desaforada o no está consumiendo la misma cantidad de calorías diariamente.
Es por esto que muchos individuos nunca logran bajar de peso. Pontzer, quien además revisó indagaciones anteriores para su libro, menciona, a manera de ejemplo, que en 2010 analizó a un grupo de personas obesas que asistieron al programa The Biggest Loser. Después de 30 semanas de reducción de calorías y ejercicio, aunque todos los concursantes perdieron peso, las pruebas mostraron que sus tasas metabólicas se habían ralentizado drásticamente: estaban en modo de inanición, o sea, las células quemaban energía más lentamente a medida que el cuerpo trabajaba para conservar calorías. Cuando los investigadores se comunicaron con 14 de los concursantes seis años después del programa, sus tasas metabólicas básicas eran más bajas de lo esperado, y todos –excepto uno– recuperaron una cantidad considerable de peso. Es frustrante, “pero desde una perspectiva evolutiva, tiene todo el sentido del mundo”.
Sin embargo, hay esperanza. De acuerdo con el experto, no toda la comida es mala, sino principalmente aquella que se desarrolla en laboratorios para que tenga más sabor y haya un consumo mucho mayor del debido. “Ese es el objetivo de las grandes industrias alimenticias: asegurarse de que usted compre tanto como pueda porque así hacen más dinero”, dice. Es comida, según él, que no nutre ni llena, y por eso la gente la come sin parar. Aunque señala que para este problema no hay solución mágica; una opción es mantener esas golosinas tentadoras fuera de alcance.
Los hadzas son delgados precisamente porque comen productos frescos, cultivados y recolectados por ellos, y los cocinan ya sea en agua o en asados, como el que hacen de jabalí. Su dieta no se basa en comida procesada. En el contexto social, señala que el mundo manejará la obesidad solo cuando cambie el entorno alimentario. “Los impuestos adicionales sobre los alimentos ultraprocesados podrían ser una forma. Hacer los alimentos integrales más baratos y más fáciles de conseguir, otra”.
Aun así, Pontzer es el mayor defensor del ejercicio, pues considera que el ser humano está hecho para moverse, para correr y caminar, y todo eso le ayudará a vivir más, con mejor salud y con más felicidad, pero tal vez con una talla más de la ideal. La actividad física sigue siendo vital: para regular el metabolismo, incluidas las sensaciones de hambre y saciedad; proteger contra las enfermedades importantes; vivir más tiempo y mantener la pérdida de peso.
Hay muchos más factores que pueden incidir, como la genética y el ambiente en que se vive. Hoy se sabe que el cerebro controla la sensación de hambre y saciedad, y aquellos que tienen un cableado cerebral particular según su genética podrían presentar variaciones en su índice de masa corporal o IMC, “y en qué tan rápido sienten su metabolismo”. También hay factores externos, y uno de ellos es el estrés, pues “hace que nuestro cerebro tome decisiones malas al escoger los alimentos menos saludables”, dice. Por lo tanto, reducir el estrés emocional y psicológico en nuestras vidas, así como el estrés físico causado por la falta de sueño, podría ayudar a combatir el exceso de comida. Aunque Pontzer es el primero en reconocer que eso es más fácil decirlo que hacerlo.
La obesidad, entonces, se deriva de una compleja interacción de factores biológicos y socioeconómicos. Y una vez la persona tiene sobrepeso u obesidad, ese metabolismo altamente evolucionado hace que sea difícil deshacerse de los kilos ganados.