La violencia intrafamiliar azota también la Colombia rural. Una investigación hecha por el Instituto de la Familia de la Universidad de La Sabana con 237 mujeres campesinas de entre 16 y 81 años reveló que una de cada dos mujeres una es maltratada por su pareja. Lo preocupante es que el 50 % de las encuestadas justifica esas acciones y cree que sus parejas deben ejercer autoridad en la casa, con lo cual este tipo de violencia es legitimada y aceptada socialmente. El estudio también observó que la mayoría de las mujeres, el 86 %, considera normal pegarles a los niños como parte natural del proceso de crianza. El informe revela que en el 53 % de los casos las principales víctimas de violencia intrafamiliar son las mujeres; le siguen los niños, con el 29 %; luego los hombres, con el 15 %, y los adultos mayores, el 2 %.  Aunque el 45 % dice que se trata de un comportamiento ocasional, la situación es lamentable si se tiene en cuenta que el 15 % de estas agresiones son constantes. “Hay casos en los que las mujeres llegan a estar en riesgo de muerte”, afirmó Docal. En el 56 % de los casos el victimario es el hombre. Las mujeres lo son en el 25 % de los casos y los adultos mayores en menos del 5 %. El tipo de violencia más común es la psicológica tal vez porque es menos visible. De hecho, para el 47 % de las personas el maltrato emocional no es tan grave como la violencia física. Se manifiesta con el menosprecio, los chistes de mal gusto, los celos obsesivos que no permiten a la pareja verse con familiares o amigos, con amenazas y chantajes de terminar la relación o irse de la casa y hasta con golpes hacia objetos para mostrar autoridad e infundir miedo. Pero también se dan casos de maltrato físico con golpes y hasta quemaduras de ácido. Llama la atención que la violencia es vista como algo natural: el 55 % afirma que las personas que agreden a sus familiares son violentas por naturaleza y el 18 % piensa que es correcto acudir a los golpes para solucionar conflictos. Pero también consideran las agresiones como un asunto íntimo y creen que hay que guardar silencio ante los atropellos. Esto se puede concluir al ver que el 81 % considera que la familia debe permanecer unida a cualquier costo, así esto implique soportar cualquier tipo de agresiones y con el hecho de que el 90 % está de acuerdo con que “la ropa sucia se lava en casa”. Esta situación es preocupante si se tiene en cuenta que las posibilidades de estas mujeres son muy pocas debido a su bajo nivel educativo. Menos de la mitad ha terminado la primaria, sólo el 6 % de las mujeres rurales son bachilleres y apenas el 1 % tiene estudios técnicos o tecnológicos. Tal vez como consecuencia de su poca preparación académica se observa que el 23 % trabaja entre una y 10 horas a la semana –no reciben ningún tipo de remuneración y sólo producen elementos del campo para sobrevivir. El 41 % devenga entre $101.000 y $300.000 pesos. Según la atora del trabajo, María del Carmen Docal, estos resultados muestran que la violencia urbana y la rural van a la par. “No respeta estratos, se reproduce en la cultura del machismo y se da contra todos los miembros, pero en su mayoría contra las mujeres y los niños”, explica. Además, mucha de estas prácticas ni siquiera son reconocidas como violencia. Gritar a los niños y decirles frases como ‘no sirve para nada’ o ‘bruto, igualito a su papá’ no es considerado agresivo. “Las mujeres son víctimas, pero también son victimarias con los niños porque no saben educar de otra manera”. El estudio pone de manifiesto que la violencia familiar se da en un contexto propicio para que se siga perpetuando. Por eso las intervenciones para contrarrestar dichas manifestaciones deben estar dirigidas a todos los miembros de la sociedad, entre otras cosas porque lo que pasa en la familia trasciende a la esfera pública.“Hay que enseñarle a la gente cómo educar sin castigar, cómo solucionar diferencias con la pareja sin pegarle y en general cómo relacionarse con los demás sin peleas”, concluye.