En el tratamiento del cáncer se habla mucho últimamente de la terapia con células T con receptores quiméricos de antígenos (CAR-T). Esta tecnología revolucionaria permite que las células inmunitarias llamadas células o linfocitos T sean extraídas y reprogramadas en el laboratorio para que encuentren y destruyan de forma específica las células cancerosas tras volverlas a infundir en el mismo paciente.
Entrenar a los linfocitos para mandarlos al frente de batalla
El procedimiento se basa, en primer lugar, en recolectar los glóbulos blancos a partir de la sangre del paciente mediante un procedimiento completamente automatizado hoy en día llamado leucoféresis.
Después se separan las células T y se envian al laboratorio, donde son modificadas agregando el receptor quimérico de antígenos CAR. Este receptor ayuda a las células T autólogas a adherirse a un antígeno específico de las células cancerosas, un paso clave que convierte las células T en células CAR-T. Por último, las CAR-T así originadas se multiplican en un proceso que puede llevar varias semanas hasta alcanzar el número necesario para cada tratamiento.
El hecho crucial en todo este desarrollo es que, debido a que cada tipo de cáncer muestra sus propios antígenos, los investigadores pueden crear un CAR para cada tipo de cáncer. Por ejemplo, en algunas leucemias, las células cancerosas contienen un antígeno en su superficie denominado CD19. Las terapias de células CAR-T para tratar estos cánceres se diseñan para reconocer exclusivamente al antígeno CD-19 y no funcionarán contra otro cáncer que no contenga este mismo antígeno.
Entonces, ¿podría resultar eficaz esta misma opción para tratar un corazón después de sufrir un infarto agudo (ataque al corazón)? En este caso, en este escenario tan distinto, habría que identificar una diana eficaz para las células CAR-T.
¿Quién es el enemigo en el infarto?
La seña de identidad de un infarto agudo es la fibrosis que se genera dentro del músculo cardíaco (miocardio) dañado. Tras un infarto de miocardio, el tejido contráctil se sustituye por una cicatriz inerte formada principalmente por colágeno y fibroblastos. Cuando la acumulación de tejido fibrótico es excesiva el corazón dejará de latir con normalidad y el paciente sufrirá insuficiencia cardíaca.
La buena noticia es que la fibrosis cardiaca podría ser un proceso dinámico y reversible que ayude a revertir la lesión fibrótica inducida por la cicatrización de la herida, restaurando la arquitectura y función adecuada del tejido. Para que esto ocurra, una posible estrategia consiste en promover la eliminación de los fibroblastos fibrogénicos o activados postinfarto y, de este modo, reducir significativamente la cicatriz que interfiere con la correcta función cardíaca.
La idea se le ocurrió por primera vez a Jonathan A. Epstein de la Facultad de Medicina de la Universidad de Pennsylvania (EE UU). En particular, el laboratorio de Epstein utiliza métodos novedosos de ingeniería de células inmunitarias para desarrollar nuevas pruebas de concepto que sienten las bases para futuros tratamientos de trastornos cardiovasculares comunes.
Para convertir los fibroblastos activados en diana potencial para células CAR-T autólogas, Epstein aprovecha que los fibroblastos activados expresan en su superficie la proteína de activación de fibroblastos (FAP). Y esa es la molécula que reconocen sus células CAR-T diseñadas contra la fibrosis cardíaca. Por el momento han conseguido reducir significativamente la cantidad de tejido fibrótico y recuperar parte de la función del corazón en ratones con el corazón dañado como consecuencia de la hipertensión.
Caro y con efectos no deseados
No obstante, no es oro todo lo que reluce y parece que algunas limitaciones ensombrecen el camino de la implementación de este tipo de terapias avanzadas. Por un lado, el proceso necesario para obtener las células T es muy complejo y, en consecuencia, demasiado caro para que sea universalmente accesible en los sistemas públicos de sanidad a corto plazo.
Paralelamente, usando células CAR-T puede llegar a producirse una activación permanente de las células modificadas dentro del receptor. Esto conllevaría posibles efectos no deseados en relación con la liberación exagerada de citoquinas inflamatorias por parte de las células T activadas y otras células inmunitarias, tal y como sucede en los casos más graves de la covid-19 (la conocida ‘tormenta’ de citoquinas).
De momento, lo que es indiscutible es que la inmunoterapia basada en células CAR-T es una nueva técnica de bioingeniería que redirige los linfocitos T hacia antígenos específicos para eliminar distintas células diana, muy útil en el tratamiento de varios tipos de cáncer hematológico. Veremos, en los años venideros, si se resuelve con la misma eficacia su posible aplicación en pacientes con infarto agudo de miocardio.
Por:
Santiago Roura Ferrer
Profesor asociado Facultad de Medicina, Universitat de Vic – Universitat Central de Catalunya
Artículo publicado originalmente en The Conversation