Bernard Madoff burló a muchos inversionistas por décadas. Muchos de ellos sospechaban algo porque no entendían del todo la naturaleza de su negocio y mucho menos por qué pagaba réditos estables a pesar de las fluctuaciones de la bolsa. Pese a esto, la gran mayoría siguió confiando en él. Excepto Harry Markopolos, un investigador independiente especializado en fraudes que lo siguió por mucho tiempo y que desde el comienzo lo vio como el brillante estafador que era. Markopolos descubrió que Madoff era el cerebro de una pirámide de más de 65.000 millones de dólares, el mayor escándalo financiero de Estados Unidos. Por ese delito hoy Madoff paga una pena de más de 100 años de cárcel. Según Gladwell los seres humanos tienen la condición de confiar en que los demás dicen en principio la verdad. Este caso es uno de los tantos ejemplos del nuevo libro de Malcom Gladwell Talking to Strangers (Hablando con extraños) en el que el exitoso escritor busca entender por qué la gente reacciona como lo hace ante la gente que no conoce. “Los humanos por naturaleza son confiados, de la gente, de la tecnología, de todo, a veces demasiado, con resultados trágicos”, dice.
Esta idea tiene su base en el trabajo del psicólogo Timothy Levine, de la Universidad de Alabama, quien desarrolló la teoría conocida como sesgo de veracidad (en inglés Thruth Default theory o TDT) que explica cómo el cerebro actua frente a la verdad y al engaño. Según Gladwell los seres humanos tienen la condición de confiar en que los demás dicen en principio la verdad. No en un 100 por ciento, “pero en términos generales, creemos en los demás lo suficientemente como para seguir hablándoles”, dice. Hay algunos incrédulos como Markopolos y por eso aciertan desde el principio, como en el caso de Madoff. Pero Gladwell explica que si todo el mundo se comportara como este detective no habría fraude en Wall Street, pero “al mismo tiempo el aire estaría tan cargado de sospechas que probablemente no existiría Wall Street, ni bancos, ni nadie podría contratar un abogado ni emplear a un asistente”. Ese fallido detector de mentiras instalado en el cerebro es el precio que la especie paga por vivir en sociedad.
Foto: Con este libro Malcolm Gladwell ofrece la oportunidad de pensar sobre la desconexión entre el mundo que presentan los medios y el real. Pero esa dificultad para leer a los demás trae sus tragedias. La mayoría cree que los demás son transparentes como Ross, el personaje cándido de Friends, que refleja en su cara y su lenguaje no verbal sus sentimientos. Pero para Gladwell en la vida real la transparencia es un mito. Y considera superstición la creencia de que basta con ver a los ojos del interlocutor para saber si dice la verdad. Según sus hallazgos, mientras más esfuerzo haga alguien por entender al otro, más huidiza es la verdad sobre este. Para demostrar su punto Gladwell cuenta que las entrevistas cara a cara con los aspirantes a libertad bajo fianza en Nueva York, que los jueces creían primordiales, resultaron menos efectivas que el computador. “Es como si estuviéramos siempre destinados a malinterpretar al otro”. Resulta diciente el caso de Amanda Knox, la joven estudiante de Seattle que estuvo presa en Italia, acusada del asesinato de Meredith Kercher, su amiga y compañera de apartamento en Perugia. Aunque la evidencia la absolvía, su comportamiento la inculpaba. El problema ahí, según Gladwell, era de compatibilidad pues Knox no reaccionó como la Policía y el público esperaban.
“Se veía brava cuando debía estar triste y esa fue una de las razones para inculparla”. Según estudios científicos, las expresiones faciales no son universales y no siempre las comisuras de los labios hacia arriba simbolizan felicidad como tampoco el ceño fruncido indica estar enojado. Él considera eso una incompatiblidad (mismatch) “Si usted cree que el aspecto de un extraño es una clave confiable de cómo se siente va a cometer muchos errores. Amanda Knox fue uno de esos errores”. Pero para Gladwell en la vida real la transparencia es un mito. Y considera superstición la creencia de que basta con ver a los ojos del interlocutor para saber si dice la verdad. Dos acertijos intrigan al autor. El primero, por qué resulta tan difícil detectar que alguien miente. Las estadísticas señalan que la TSA, la Administración de Seguridad en el Transporte de Estados Unidos, no detecta pistolas ni artefactos explosivos en el 95 por ciento de las veces. Y no solo eso. En uno de los casos más vergonzosos de espionaje en ese país, Ana Belén Montes, la espía mejor entrenada de la CIA, resultó una doble agente de Fidel Castro. Aunque la investigaron al surgir las sospechas, ella logró salir limpia de toda culpa. Cinco años después la capturaron por ese delito. Las sospechas eran ciertas pero ellos no las detectaron. Según el psicólogo Levine, cualquiera podría pensar que no la interrogaron bien, pero es que creerle a los mentirosos es mucho más común de lo que se cree. De hecho, tanto en el caso de Madoff como el de Montes, los expertos en detectar mentirosos terminaron engañados.
En su segundo acertijo, se pregunta por qué es mejor no conocer personalmente a una figura pública para interpretarla bien. El caso más ilustrativo es el del primer ministro británico Neville Chamberlain, que optó por visitar a Adolf Hitler para evitar la guerra. En la reunión con el Führer, Chamberlain le creyó que no invadiría a Polonia. Mientras tanto Winston Churchill, que nunca lo conoció, lo descifró como un enemigo que el mundo debía combatir con solo leer Mein Kampf . En su libro solo aconseja acercarse a los demás con cuidado pero también con humildad. La gente hace cosas porque puede hacerlas en ese momento y lugar, algo que el autor llama coupling (enganche), el encuentro del instinto con la facilidad. Todo esto lleva a la historia de Sandra Bland, eje de su relato. El agente de tránsito Brian Encinia (blanco, de 30 años) la detuvo en Houston en 2014 por haber pasado un semáforo en rojo. Él le hizo preguntas, ella, una mujer afroamericana, las contestó, pero la conversación se tornó agria cuando ella encendió un cigarrillo y el oficial le pidió apagarlo.
Las cosas se complicaron, Encinia la encarceló y al tercer día ella se suicidió en su celda. Gladwell no analiza el episodio desde la perspectiva racial sino desde la de dos extraños provenientes de mundos distintos y con altas posibilidades de chocar. En este caso, Encinia actuó como un Markopolos y no con el sesgo de la verdad. E incurrió en una incompatiblidad: confundirla con un criminal cuando simplemente la mujer estaba molesta por haber perdido a su hijo unas semanas antes. El tema llega en la coyuntura de una sociedad que está polarizada en la que cada cual vive en una burbuja con poco acceso a gente que piensa diferente. “¿Qué pasa con una sociedad que no le sabe hablar a los extraños?” , se pregunta Gladwell. En su libro solo aconseja acercarse a los demás con cuidado pero también con humildad. “La verdad sobre las personas no es un objeto duro y brillante que se puede extraer si uno indaga, sino más bien algo muy frágil. Hay que entender que nunca lograremos comprenderlas totalmente”.