Hay una escena de la película Sound of Freedom que Tim Ballard no se atreve a mirar: en ella, Jim Caviezel, el reconocido actor que lleva su vida a la gran pantalla, debe describir con todo el detalle posible el contenido de los videos de pornografía infantil que encuentra en su labor como investigador.
Ballard, cuya historia inspiró este filme que sorpresivamente se convirtió en éxito de taquilla en Estados Unidos, piensa en esa escena y se devuelve a los días en los que trabajaba como agente del Gobierno de ese país y “tenía que mirar miles de horas de videos con contenidos sexuales con niños. Y no chicos de 16 años; eran de 3, 4 y 7 años. La primera vez que vi pornografía infantil vomité en mi oficina. Salí y me fui directamente a la escuela de mis hijos”.
Para ese entonces, Tim tenía dos niños: uno en kínder, otro en segundo grado. “Los recogí, los llevé a la casa, y mi esposa me recibió preocupada porque no sabía por qué llegábamos temprano. La abracé y me puse a llorar. Y tuve terapia por años para aprender a controlar mi mente y que esto no me afectara”, relata.
Es que no era fácil. En el primer video que tuvo frente a sus ojos “los niños eran casi de la misma edad de mis hijos en ese momento. El mismo color de piel y de pelo. Fueron casi diez años aprendiendo a controlar eso para no imaginar las caras de mis hijos cuando veía ese material”.
Por eso, cuando Caviezel –recordado por La pasión de Cristo– empieza a llorar en aquella escena, se recuerda a sí mismo. “Todo fue real. Es una parte de la película que no puedo aguantar, no puedo mirar, me hace daño emocional, porque eso fue parte de mi vida por más de diez años. Ya no trabajo con el Gobierno, pero la memoria me lo recuerda todo el tiempo”.
Es un viernes de agosto y Tim está en Bogotá. Colombia, donde la película se estrenará el 31 de este mes, es un país que le trae recuerdos. Algunos malos, algunos gratos. Fue aquí donde desarrolló una exitosa operación que terminó con una red de traficantes de menores a quienes, tras seguirles la pista por meses, logró tenderles una trampa y capturarlos en una isla cercana a Cartagena, en la que, supuestamente, se llevaría a cabo una fiesta con niños. Esa es la trama detrás de Sound of Freedom.
“El reto más grande no es encontrar a los traficantes. Es meterse en sus lugares. Es gente desconfiada. Si llegan a saber quién eres, te mueres. Es un mercado que mueve mucho dinero. Más de 150 billones de dólares por año. Entonces, detrás de este negocio hay gente muy poderosa que no quiere que personas como yo lo acaben. En Cartagena, los llevamos hasta un lugar que uno como agente puede controlar. En Colombia ya hemos hecho unos 20 operativos”.
Tim Ballard, que trabajó para la CIA un año, terminó haciendo de la persecución del tráfico de menores un apostolado, gracias a su labor por cerca de doce años como agente encubierto de la Oficina de Investigaciones de Seguridad Nacional. Y, por cuenta de ese trabajo, pasó mucho tiempo lidiando con sospechosos de consumir material de explotación infantil.
Los primeros años consiguió llegar hasta los usuarios finales de estos contenidos; los coleccionistas, los que poseen el material y lo distribuyen en Estados Unidos. Pero él sabía que no estaba atacando la raíz del problema. Era necesario llegar a los creadores de esos videos, a los que traficaban con menores. A los pedófilos.
Tim lo reconoce con tristeza: se trata del delito de tráfico internacional con más crecimiento en el mundo. Ya ha sobrepasado el tráfico ilegal de armas. Y, seguro, sobrepasará al de las drogas. “Porque una bolsa de coca solo se puede vender una vez. Pero un niño, varias veces al día”.
Pero Ballard tropezó con una dificultad: su labor solo podía involucrar a ciudadanos estadounidenses. De lo contrario, debía abandonar los casos. Por eso, entendió que el camino para continuar con esa misión era trabajar por su cuenta. De ahí nació Operation Underground Railroad (OUR), una organización sin fines de lucro que busca frenar el tráfico de menores.
En 2014, dos de los primeros casos que asumió después de retirarse del Gobierno sucedieron en Colombia y en Haití. En Amazon, existe un documental que narra lo que fue la Operación Toussaint, que le permitió, en febrero de ese año, desmantelar un centro de traficantes que había secuestrado a varios niños. “En ese caso, me hice pasar por un comprador gringo de niños. Y al llegar a ese sitio se veía como una prisión en la que estaban casi 30 pequeños. Fue muy duro verlos en esas condiciones”.
Hoy, Tim Ballard cuenta, con su español a media marcha, que tiene ya nueve hijos, de varias edades. Dos de ellos los adoptó con su esposa e hicieron parte de esos pequeños que alguna vez rescató de las garras del tráfico de menores. “Soy una persona de fe y creo en los milagros –asegura Tim–. Y creo que Dios me puso en el camino de esos niños. Esta era mi misión en la vida. Y esos son niños de Dios. La mayoría de ellos no tienen padres, así que es muy difícil que esto no te afecte...”.
Y piensa en Gardy Mardy, un pequeño haitiano a quien lleva más de una década buscando. Un caso en el que no pierde la fe. “Cuando estaba en el Gobierno –cuenta Tim–, leí un informe sobre un niño de dos años secuestrado semanas antes del terremoto grandísimo que vivió Haití. Su padre lo buscaba. El terremoto mató a la mamá y a los hermanos. Al leerlo, le prometí a Dios y a mí mismo que iba a ayudar a ese señor. Gardy había nacido en Estados Unidos. Entonces, pensé que podría ser un caso oficial. Y al escuchar la historia de ese padre de familia, Guesno Mardy, se me rompió el corazón; nadie lo estaba ayudando. Lo único que él hacía era caminar por las calles de Puerto Príncipe llorando y rogándole a Dios que le permitiera escuchar el grito o el llanto de su hijo”.
Ese día, confiesa, entendió que esa historia era la misma que de seguro vivían miles de papás en todo el mundo. Y, en medio del llanto, Tim asegura seguir firme en la promesa que le hizo a Guesno de que nunca iba a parar hasta que encontrara a Mardy.
Tal vez por eso, Tim es el primer sorprendido con el éxito de Sound of Freedom. “Todos los productores tenían miedo de hacer esta película. ¿Quién va a querer ver una historia sobre este tema?, se preguntaban. ‘Eso es lo más feo que he visto en el mundo’, decían otros. Ningún estudio se le medía y pensábamos que iba a ser un fracaso. Pero Angel Studios la estrenó en pleno verano, un 4 de julio. Compitió contra Indiana Jones y Transformers. Y lo que vino después fue un milagro: millones de personas llegaron a los teatros a verla”.
El otro milagro del que da fe es que muchos de esos niños que logra rescatar “se recuperan. Desde hace 20 años estoy en esto. Conozco bien esas historias. Muchos llegan a adultos y son felices, se casan, tienen hijos y algunos incluso trabajan conmigo en esta causa. No todos lo logran, pero la mayoría sí. Y varios de los que fueron rescatados han visto la película. Por eso, por ellos y por los miles que aún hay que arrebatarles a los pedófilos es que no se debe perder la esperanza”.