SEMANA: Si usted resumiera el mensaje que quiere transmitir en una frase, ¿cuál sería?
Silvia Corzo: La responsabilidad de ser feliz y estar bien es tuya. Tienes todo para estar bien y para ser feliz; de hecho, más allá de lo que parece que estuviera pasando en este mundo, hay un lugar en ti, hay una parte dentro de ti que si la escuchas es eso, felicidad. Y más allá de la película que pasa en este mundo y todo lo que tengamos que tropezar y pasar, todos somos solamente fuentes de amor, no en sentido romántico. Fuentes de amor experimentando una vida tratando de recordar que son y ayudándoles a recordar a otros que ellos también lo son, es como lo que yo resumo de lo que he aprendido.
SEMANA: Pero antes de este mensaje, volvamos al pasado, ¿cómo empezó usted como periodista?
S.C.: Accidentalmente. No lo tenía planeado. De hecho, yo no estudié Periodismo. Yo estudié Derecho y no quería ser comunicadora. Simplemente no era algo en lo que yo me viera. Pero en un momento de la vida estaba trabajando en la promoción de divulgación de derechos humanos, es como contarle a la gente cuáles son sus derechos. De pronto, en un momento a mí me vino la idea de llegarles a más personas desde una forma masiva, y la forma masiva son los medios. Me encantó todo lo que tenía que ver con buscar el tema, hacer un libreto, organizar. Un día aparece alguien y dice “yo la he escuchado a usted hablar y me gusta como comunica. ¿Quiere presentar un programa?”. Yo no, para nada. A mí las noticias no me gustan, me parece supertriste y deprimente. Apenas estaba empezando a trabajar como abogada y sí, la plata la necesitaba. Me di cuenta de que para mí era mucho más fácil comunicar que ser abogada, a pesar de que había estudiado Derecho.
SEMANA: ¿Qué le gustaba de ese trabajo?
S.C.: Me di cuenta de que esa idea mía, esa utopía de “voy a presentar noticias, porque así voy a cambiar el mundo”, pues no es tan sencillo, no funciona así. La gente ve las noticias y tenemos la tendencia de quejarnos de lo que vemos, en lugar de hacernos responsables de lo que estamos viendo. Entonces dije no, yo aquí no puedo seguir por mucho tiempo porque me empecé a sentir mal, me empecé a enfermar, empecé a sentir infelicidad y a sentir que el propósito de que yo estuviera ahí ya no estaba. Todos los días había un asesinato en algún lado, pero la persona se llamaba diferente. Me demoré más tiempo del que hoy ya creo que es perfecto, pero me demoré mucho más tiempo del que uno cree que se puede demorar la decisión de hacer algo y la acción. Llegaron muchos miedos, ¿si me voy de aquí de qué vivo? Yo tengo un hijo.
Cuando ya has tocado el dolor, el fondo, es cuando como que la luz se revela. La enfermedad me llevó a esta conversación y a las decisiones posteriores. Hay que cambiar de vida, replantearse esto, cuestionar aquello y ahí empieza esa conversación mental que no se termina nunca, cuestionarse vacíos, creencias, miedos, decisiones. Mi hijo estaba pequeño y necesitaba estar bien para él. Luego, cuando uno cambia, el mundo cambia y todo alrededor cambia, la relación con los demás y con uno mismo. Y eso fue lo que poco a poco me trajo a la decisión de “quiero seguir comunicando, pero quiero cambiar el mensaje”.
SEMANA: ¿Cómo surge esa reflexión de decir “esto es lo que quiero comunicar”?
S.C.: Una mañana me levanté y me enteré de que una persona que trabajaba en el edificio de enfrente de la casa donde yo vivía se había tirado por el octavo piso. Yo había presentado muchas noticias de suicidio, en 20 años de noticieros. De hecho, había sufrido el suicidio de personas cercanas a mí con muchísimo dolor. Pero tal vez no, no estaba preparada para entender el mensaje de lo que es que alguien decida quitarse la vida hasta ese momento. El suicidio es una enfermedad silenciosa, de la que la gente siente pena. Entonces dije no, yo ya no quiero seguir haciendo esto. Tiene que haber alguna manera de comunicarles esperanza a las demás personas, hay cosas que funcionan mal, pero hay otras que funcionan bien.
SEMANA: ¿Cómo encuentra usted el rumbo?
S.C.: Una persona que conocía había tenido artritis y se había curado. Entonces, le pregunté qué había hecho para curarse. Y me dijo que para estar bien había que mirar adentro y limpiar adentro y sanar adentro. Lo había aprendido en el curso de Milagros, un libro que me había perseguido durante ocho años, pero que jamás leí. Así que empecé a reflexionar y pensé: yo ya practiqué para mí lo que es autoayudarse, ahora tengo que mostrar que puedo ayudar a otros y prepararme bien para hacerlo bien.
SEMANA: ¿Se conectan las emociones con el cuerpo?
S.C.: Yo llevaba una bitácora sobre mí para poderme entender, y cuando empecé a darme cuenta de que cada síntoma físico se manifestaba en el cuerpo, después de un miedo o un conflicto mental o un conflicto emocional, entonces dije “esto tiene que estar conectado”. Esto tiene que estar unido al curso, me lo termina comprobando. Uno mismo tiene la capacidad de enfermarse por tener muchos pensamientos de odio, de rabia, de rencor, de tristeza, pero también tenemos la capacidad de curarnos cuando cambiamos la manera de pensar.
SEMANA: ¿Qué opina de la escritura?
S.C.: Me sentaba a escribir conmigo porque con quien tú hablas de las cosas que tienes dentro sin que te juzguen, pues si hay, pero en ese momento a mi alrededor no tenía. Entonces yo hablaba conmigo, me sentaba a escribir. Es una muy buena terapia escribir, porque ves afuera lo que tienes adentro, lo ves, tienes conversaciones internas, te respondes y tenemos comunicación con algo que está más allá de este mundo físico, me refiero a que porque estés acá no significa que no tienes una conexión con esa fuente que te creó sin importar cómo se llame. Uno viene de una energía que es más inteligente. Así que al escribir esa energía que es más inteligente, le contesta.
SEMANA: ¿Cómo fue escribir su libro en la pandemia?
S.C.: Una anécdota que recuerdo ahora es que cuando ya el libro estaba, necesité revisarlo una vez más. Pero, yo ya no conectaba con nada, estábamos encerrados por la pandemia y mi hijo había invitado a unos amigos a la casa. Necesitaba otra perspectiva, pero no podía sacarlo de la fiesta.
Entonces, me dejo caer al piso en la posición de yoga del guerrero derrotado. Después me encierro en el clóset, ahí me encanta porque nadie oye nada de lo que uno grita o dice o llora. Empiezo a llorar como de impotencia, frustración y cansancio. Y de pronto oigo que me tocan la puerta del clóset y me dicen: ¿mamá? Me ve ahí llorando. Así que se sentaron los tres (mi hijo y los amigos), cada uno leyó un capítulo y me ayudaron a corregir. Eso también les quiero enseñar a las personas: todo el mundo se siente solo y perdido y no es verdad, nos tenemos unos a otros.