En 2019, a Patricia Andrade, una periodista de 57 años, le hicieron una colonoscopia rutinaria en la cual le extirparon un pólipo con cáncer de menos de un milímetro, que no causaba ningún problema en el recto ni en el colon. Al final del año volvió a hacerse ese examen, que en esa oportunidad salió perfecto. A pesar de eso, los médicos le dijeron que volviera en 2020 para asegurarse de que seguía libre de esos pólipos.

Ella tenía toda la intención de hacerlo, pero llegó la pandemia. No solo jugó en su contra el miedo al contagio con el virus, sino los confinamientos y el cierre de las ciudades, que impidieron por un tiempo hacer la vida normal. Ella no fue la única.

Según un estudio hecho por el Observatorio Pulso del Consumidor Sinnetic, en Colombia el 71 % de los entrevistados pospuso una consulta o procedimiento médico por temor a contagiarse o exponerse al virus del covid-19. En 2021 empezó a perder peso de manera inexplicable y a donde iba se lo decían, pero como un halago. A comienzos de agosto de ese año, cuando empezó a hacer deposiciones en forma de cinta, preocupada, llamó a Fernando Sierra, médico gastroenterólogo, quien ante esos dos síntomas no quiso esperar. Al día le hizo una colonoscopia en la cual encontró de nuevo un pólipo.

El diagnóstico llegó días después, el 13 de agosto: “‘Carcinoma de recto’, leí y me iba volviendo loca”. De una vez llamó al doctor Sierra y le contó el resultado. Él le respondió de manera vehemente que se fuera a su consultorio, donde le recomendó al doctor Rafael García Duperly. “Desde ese 13 de agosto hasta hoy no he parado de médicos, exámenes y tratamientos”, dice. La historia de Patricia muestra un fenómeno que sucedió con el cáncer durante la pandemia.

La historia de Patricia Andrade muestra un fenómeno que sucedió con el cáncer durante la pandemia. | Foto: Esteban Vega La-Rotta / Publicaciones Semana

Los casos en la mayoría de los países disminuyeron. Eso se evidenció en el Reino Unido, según reportó el diario The Guardian, donde las remisiones de urgencias para estudios oncológicos bajaron 76 % y las citas de quimioterapia, 60 %. Eso no era una buena noticia. No significaba que el cáncer estuviera desapareciendo, sino que los pacientes no se estaban diagnosticando.

Según algunos cálculos, estos retrasos en el diagnóstico y las demoras de atención a los pacientes se traducirán en un aumento del 20 % de la mortalidad por cáncer. Patricia no sabía cuál sería su pronóstico. García Duperly, un cirujano coloproctólogo y el cerebro de todo su tratamiento, le hizo otra colonoscopia para marcar con tinta china dónde estaba el tumor.

Luego la envió donde el oncólogo Carlos Vargas, quien sentenció que estos casos eran blanco o negro: o ella tenía ciento por ciento de posibilidades de vivir o era un caso paliativo, en el que ya solo se trata el dolor para una muerte tranquila. Cuando terminó de ver todos los exámenes, golpeó su escritorio y dijo: “Este cáncer es ciento por ciento curable”.

La ventaja fue que, a pesar de tanto tiempo, casi dos años, el tumor estuvo localizado a cinco centímetros del recto y no se difuminó a otras partes del organismo. El protocolo en esos casos es hacer sesiones de radioterapia (28 en total) para quemar el tumor y luego quimioterapias (seis sesiones) para terminar de destruirlo. La cirugía vendría al final para cerciorarse de que no quedara una célula tumoral. El objetivo era, ante todo, proteger el esfínter para que Patricia no quedara conectada a una bolsa de colostomía de por vida. La radioterapia fue la parte más dura.

La doctora Zoila Conrado, una experta en operar estos aparatos en el país, y quien dice cómo debe ir direccionado el rayo láser, le decía a Patricia: “Hay que echarle candela a este tumor”. Y en efecto, durante las primeras terapias el recto quedaba literalmente como “salsa de tomate”.

Por ello, Patricia debía hacer baños de asiento desde el comienzo con una mezcla de caléndula, domeboro y cristales de sábila, lo que le permitió quitarse el intenso dolor. Era tan fuerte que un día pensó que no iba a poder resistir hasta el final. “Me siento muy mal. Estoy agotada y ahora viene la quimio y no sé si la resista, le dijo al doctor Vargas.

Él le contestó: “Usted no es la única que tiene este cáncer en Colombia ni en el mundo”, y agregó que no podía estar triste y negativa. “Si usted resistió 28 radios que fueron las más fuertes que le hemos puesto a una paciente, la quimio va a ser un paseo”, le dijo el experto. Y fue un paseo. “Uno duda mucho, la enfermedad es tan dura que uno dice ‘¿será que puedo? Yo volteaba a mirar a Nicolás y me decía ‘yo no puedo dejar solo a mi hijo’, que cumplió en octubre 16 años.

Estábamos tan tristes los dos, pero él me decía ‘ánimo, mamá, ya estás en la parte final’, me daba tanto ánimo que yo decía ‘por él tengo que seguir, ni siquiera es por mí’. Si yo hubiera estado sola en mi vida yo les digo ‘paremos esto, dejemos así’, pero lo volteaba a ver y me llenaba de energía”. Él y mi hermano Andrés nunca me dejaron sola”. Tras la radioterapia vino la quimio y hoy ya pasó también la prueba de la cirugía.

Patricia Andrade dice que su cuerpo sufrió una transformación. | Foto: Esteban Vega La-Rotta / Publicaciones Semana

La patología muestra que está ciento por ciento libre de cáncer. Tiene una ileostomía, es decir, que su intestino delgado está conectado a una bolsa exterior mientras el esfínter se recupera y cicatriza. Ese fue otro reto. “La enfermera jefe me dijo: ‘Vamos a mostrarte una realidad de lo que en este momento vas a vivir’. ¿Mi reacción cuando me vi el intestino por fuera? Me dio vómito.

Fue una transformación de mi cuerpo y cuando me baño y veo esa realidad, lloro. Es la desfiguración del cuerpo, me digo ‘yo no era así’, pero si esa es la condición para salvar mi vida, entonces la debo aceptar. Hoy no lo veo con rabia ni fastidio, sino que le doy gracias a Dios porque esa bolsa salvó mi vida”. En dos meses se someterá a otra colonoscopia y luego a una cirugía para volver a conectar el intestino. Solo cuando ella vuelva a ir al baño de manera natural le darán de alta. Con la enfermedad bajó 35 kilos y el reto ahora es ganar peso para la cirugía (ya ha subido tres kilos).

Mientras espera a que todo esto acabe, siente que su historia debe ser escuchada. “No necesariamente debe haber estreñimiento, ni sangrado, ni diarrea. Yo no sentí nada, solo me adelgacé, pero un solo síntoma debería prender las alarmas. Adelgazar no es buena señal si uno no está haciendo dieta, hay que pararle bolas porque hay algo detrás”.

Patricia ha vuelto a retomar su vida y su trabajo poco a poco. Lo paradójico es que ella, como periodista, siempre cubrió temas de salud y para ello entrevistaba a los médicos y a los pacientes sobre sus enfermedades. Hoy está del otro lado de la historia, contando la suya para que otros no dejen pasar tanto tiempo entre un chequeo preventivo y otro.

“La pandemia no debe ser excusa para no ir al médico. Si sientes algo en tu cuerpo es porque te está avisando”. Además, el tema del cáncer de colon sigue siendo tabú porque a la gente no le gusta hablar de esta parte del cuerpo. Pero ella repite lo que aprendió: los síntomas son heces tipo cinta y adelgazamiento inexplicado. No quiere que otros sufran lo que ella vivió. Contarlo es fácil. “Uno dice ‘tan rápido que es contar esta historia’, pero fue muy largo vivirla”.