La semana pasada la Food and Drug Administration (FDA) aprobó una pequeña píldora rosada con la esperanza de que haga en las mujeres lo mismo que hizo Viagra en los hombres hace 17 años. Se trata de Addyi, una droga desarrollada inicialmente como antidepresivo que dicho organismo certificó, en medio de una gran controversia, para tratar las mujeres que sufren una condición conocida como desorden hipoactivo de deseo. Pero todo indica que Addyi está lejos de ser una droga tan revolucionaria como la píldora azul. Desde ya se calcula que su impacto será marginal porque está indicada solo para mujeres que cumplan con el criterio de esta condición, que, se calcula, es apenas el 10 por ciento de la población femenina. Además, tiene serias contraindicaciones: no pueden usarlo mujeres menopáusicas, ni con problemas de hígado. Entre sus efectos secundarios están mareo, fatiga, desmayos, insomnio y bajas de presión arterial, un problema que se aumenta si la persona toma alcohol. Como si esto fuera poco, en los estudios clínicos la droga, que se debe tomar a diario, solo ofrece una experiencia sexual satisfactoria adicional comparada con un placebo. “Va a generar más problemas que beneficios”, le dijo al diario The New York Times la terapeuta sexual Leonore Tiefer. La razón, según los expertos, radica en que, a diferencia del Viagra, que trabaja en la solución de un problema hidráulico –dilatar los vasos sanguíneos del cuerpo cavernoso del pene para que fluya más sangre y se produzca la erección–, Addyi trabaja en un asunto más complicado: el deseo. Para ello, modifica el equilibrio de tres químicos claves del cerebro: mientras aumenta la dopamina y la norepinefrina, factores que promueven la excitación, disminuye la serotonina, que podría acabar con el deseo. En ese sentido funciona más como antidepresivo y antiansiolítico que como una droga de la pasión. Sus críticos dicen que el mayor problema es que la ciencia aún no se pone de acuerdo en qué es el deseo, ni mucho menos se conoce su neurobiología como para desarrollar una droga que lo promueva. “El deseo no es tangible y tiene muchas aristas”, dice el psiquiatra y sexólogo Carlos Pol Bravo. Se sabe que algunas hormonas tienen que ver en el proceso tanto en hombres como en mujeres, pero también influyen factores no biológicos, desde el estrés laboral hasta el desgaste sexual con la pareja, que muchos sospechan pesan más a la hora de encender la pasión. “¿Eso cómo se mejora con una droga?”, pregunta Pol. Para la educadora sexual Emily Nagoski, autora del libro Come as You Are, el inconveniente de Addyi, cuya sustancia activa es el flibanserin, es que busca tratar una condición que no existe. De hecho, en 2013 el desorden de deseo sexual hipoactivo cambió en el manual de enfermedades mentales a trastorno de interés sexual, y la razón es que “los científicos han descubierto que el deseo no es lineal ni espontáneo, sino que en algunos, especialmente en las mujeres, sucede en respuesta a un estímulo”. Según Nagoski, la droga busca beneficiar a aquellas que no tienen deseo sexual espontáneo ni en respuesta a estímulo, pero estas se podrían tratar mejor con terapia sexual, en cuyo caso el tratamiento debe estar encaminado a explorar qué podría crear deseo entre ella y su pareja. A pesar de todas las críticas una cosa es cierta: Addyi pasará a la historia no por su efectividad, sino por ser la primera droga cuyo objetivo es aumentar deseo sexual. La investigadora en sexualidad Kim Wallen, de la Universidad de Emory, dice que este hecho legitima el deseo como algo crucial en la vida de las mujeres. Lauren Streicher, de Northwestern University, piensa que la disponibilidad de la droga hará que se inicie una conversación sobre los problemas sexuales femeninos “de la misma forma como Viagra permitió que se hablara de la disfunción eréctil”. Y Pol Bravo concluye que si la droga ayuda a generar inquietudes y a tomar conciencia de la importancia de una sexualidad gratificante, “bendita sea”.