A la gente le cuesta aceptar la muerte, tanto la propia como la de sus seres queridos y por eso cree que mágicamente a ellos no les llegará. La raíz de esa negación radica en la cultura occidental, que ha fomentado tanto el miedo a morir que muchos no se permiten hablar de ello porque “eso puede atraer la muerte”. Lo dice Elsa Lucía Arango, médica alternativa con más de 30 años de experiencia, que lanzó esta semana el libro Mundos invisibles, donde habla del duelo y otros temas relacionados. Sostiene la experta que ni siquiera al enfermo terminal se le permite hablar del asunto y se le calla con frases como ‘no hables de eso’, ‘tú te vas a mejorar’. No aceptar esa experiencia natural es como “si a una mujer que va a dar a luz no se le permitiera hablar de su miedo al parto o no se le dejara preguntar qué puede esperar de eso”, dice la autora del libro, una especie de segunda parte de Experiencias con el cielo, que ha vendido ya más de 22.000 ejemplares. Con ambos, Arango pretende ayudar tanto a los que han sufrido un duelo como a quienes se preparan para morir. De hecho, muchos de sus pacientes llegan a su consultorio con síntomas físicos como cansancio, opresión en el pecho o problemas del colon. En realidad son personas que han sufrido la pérdida de alguien cercano. La muerte enferma, dice ella, porque se trata de una experiencia que “rompe” a cualquiera. “Pierden parte de sí porque los seres humanos se apoyan en los demás para vivir”, explica. De esta forma extrañan a esa persona que era un pilar en su vida y el duelo es, entre otras cosas, “aprender a reemplazarla”. Esto no significa salir a conseguir a alguien parecido, sino suplir las funciones que ese ser querido tenía en su vida: si le daba el sustento económico, le tocará aprender a valerse por sí mismo; si hacía las labores de la casa, habrá que asumirlas. Muchos, los más resilientes, lo resuelven fácilmente, pero otros deben aprender a sanar su corazón. Esto implica seguir amando al que se fue de otra manera y asumir esos nuevos roles ante su ausencia. También ayuda entender de qué se trata este proceso pues si la gente “comprende que todos nos vamos a ir, lo acepta y puede resolver sus traumas y su duelo”.Arango dice que el conocimiento sobre este proceso ha avanzado gracias a las experiencias cercanas a la muerte que millones de personas han tenido en el mundo. “Pim Van Lommel, un cardiólogo holandés que no creía en esto, encontró que sus pacientes habían tenido ese tipo de vivencia: veían un túnel, una luz, una sensación de amor y un lugar con estructura. Al volver sentían depresión porque regresan a este mundo hostil. Cuando todos dicen lo mismo no lo están inventando”. Además, sabe por experiencia que la gente se sigue comunicando desde ese otro plano con los vivos. “Cuando la gente sabe esto vuelven a hablar con ellos, sacan las fotos, les abren espacio en su casa y se ven más contentos”, dice. Saber todo eso consuela, pero no sana el duelo. “Uno tiene que aceptar esa muerte y resolver sus temas personales ante esa pérdida”. Teniendo en cuenta que el duelo rompe las barreras del subconsciente, que se encarga de los instintos, anhelos y emociones, la persona está mucho más sensible al dolor, la tristeza y la rabia, y por eso hay que ayudarle. Sus familiares y amigos pueden hacerlo con paciencia o compañía en tareas elementales como hacer el mercado, recoger a los niños del colegio “o simplemente dejándolos llorar”. Pero no todos llegan a su consultorio por la muerte de un ser querido. Otros lo hacen porque están enfermos y quieren que los ayude a morir bien. Arango señala que estas personas llegan con mucha angustia porque “no han cerrado ciclos o no han pedido perdón o simplemente no han hecho un testamento. Aunque son espirituales, a algunos su fe no les alcanza, y si bien se van en paz, lo hacen con apegos fuertes y temores de dejar a sus hijos. En realidad a todos nos va a tocar morir y dejar las cosas aquí”.Los casos de muerte inesperada son más dolorosos porque no permiten ese duelo anticipatorio. Es común que una persona tenga un altercado con un ser querido precisamente el día en que este muere. Arango les dice que cuando hay lazos de amor esos vínculos no se cortan y aún después de la muerte es posible aclarar cosas y perdonar o pedir perdón. “La gente puede lamentar en silencio que en ese preciso día hayan tenido esa discusión o perdonar al fallecido si fue quien agredió al doliente”. Nadie quiere morir lejos de sus seres queridos ni con dolor. Todos esperan tener una transición suave, pero nadie puede escoger esa experiencia. Muchas personas mueren en hospitales, en salas de cuidados intensivos, sin ningún familiar a su lado. Esto sucede porque a los médicos antes se les enseñaba a defender la vida, pero no a ayudar a bien morir. Por fortuna, dice Arango, ellos se han dado cuenta de esta situación y “ahora permiten entrar a los más allegados a estas unidades porque morir es traumático y es mejor estar acompañado”. Además hoy es posible decidir el momento final mediante la eutanasia, cuando no hay calidad de vida ni ninguna mejoría a la vista. Ahora más expertos en cuidados paliativos se ocupan de acompañar a la gente en ese paso. “Pero no es solo ponerle morfina, sino mucho más. En Colombia no somos muchos y no damos abasto”. Pero la gente sí puede escoger cómo vivir bien. En Oriente, donde se permite hablar del tema, las personas aprenden a morir porque creen que “eso ayuda a un mejor tránsito a otra vida”. Según Arango asumir la certeza de la muerte, además, ayuda a disfrutar el día, a estar en paz y a ser más feliz. Esto no significa no tener dificultades porque los retos y los problemas hacen parte de la vida, sino actuar con bondad, compasión y honestidad. “Las personas que viven bien están conectadas con su alma y un alma buena es aquella consciente de los valores básicos que deben guiar a un ser humano bondadoso”. Se trata de experiencias naturales de la vida que deberían estar más presentes en la cotidianidad. Pues como ella dice, “si aprende a hablar de la muerte la gente se libera de muchos temores y vive la vida con mayor tranquilidad”.