Después de que la Organización Mundial de la Salud calificara la situación actual de viruela del mono como emergencia de salud pública, surgieron muchos interrogantes. Entre ellos si puede afectar a cualquier persona, cuál es la gravedad de la enfermedad, quién debe vacunarse y qué vacunas se utilizarán.
La familia de la viruela
Empecemos por el principio. Los virus de la viruela humana y símica pertenecen a la misma familia, llamada Poxviridae (género Orthopox). Incluye otros poxvirus como el Moluscum contagiosum, que causa enfermedad leve en niños y también en adultos.
Al que ahora nos ocupa se le denominó virus de la viruela del mono o símica (Monkeypox en inglés, MPX) porque fue aislado por primera vez en 1958 en monos macacos de un laboratorio en Copenhague. Sin embargo, todo apunta a que se originó a partir de otros poxvirus que infectan a roedores y rumiantes –es una zoonosis–. Es endémico en países de África central y occidental y hasta 1970 no se describió el primer caso en humanos en la República Democrática del Congo.
Desde entonces ha habido otros brotes, como el ocurrido en 2003 en Illinois (EE. UU.), con 71 casos y sin ninguna muerte reportada. Se produjo por la importación desde Nigeria de una rata infectada que contagió el virus a los perritos de las praderas y de ahí pasó a la población. En aquel caso, también hubo transmisión de persona a persona.
Generalmente es de curso leve
El curso de la viruela del simio suele ser leve. Los síntomas principales de la infección son cansancio, dolor muscular, linfoadenopatía (inflamación de los ganglios), fiebre y unas características lesiones en la piel (exantemas), que acaban produciendo pústulas y cuyo número es muy variable. Una complicación que puede resultar grave es presentar sobreinfecciones por otros patógenos como bacterias.
La tasa de mortalidad de la viruela del mono se sitúa entre un 1–11 %. Muy baja teniendo en cuenta que era de hasta el 30 % para la viruela humana ya extinta. La ventaja es que actualmente hay antivirales disponibles como el Tecovirimat (ST-246), aprobado tanto por la Agencia Europea del Medicamento (EMA) como por la Administración de Alimentos y Medicamentos americana (FDA) para el tratamiento de infecciones por orthopoxvirus en humanos.
Este fármaco fue estudiado en modelos de primates en los que funcionó sin efectos adversos. Desde 2021 ha sido utilizado, con resultados positivos, para tratar los casos graves de viruela del mono. Interfiere con la localización de una proteína de la envuelta del virus llamada p37, evitando que se disemine a otras células.
Aunque generalmente sea una enfermedad de curso leve, a nivel poblacional siempre hay individuos susceptibles. Sobre todo los que tienen el sistema inmunitario debilitado: enfermos de cáncer, trasplantados y personas inmunosuprimidas por infección con sida. Pero también individuos sensibles debido a una variación genética (polimorfismo) con efecto negativo para el funcionamiento de alguna ruta clave de la respuesta inmunitaria, como se ha detectado en ciertos casos graves de covid-19.
En España, según datos de la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica (RENAVE), a día 12 de agosto se habían notificado 5 719 casos confirmados, solo superada por EE. UU., donde los contagios ascienden a 9 491.
Basándonos en la situación actual tendemos a pensar que se trata de una enfermedad que afecta principalmente a hombres que tienen relaciones sexuales con hombres. Pero la realidad es que es una infección que puede afectar a cualquier individuo pues no solo se transmite por contacto íntimo sexual, sino también por contacto con las lesiones de la piel infectada o fluidos corporales, como gotas respiratorias. Incluso, aunque con menor probabilidad, por contacto con ropa y objetos infectados. Según datos de brotes anteriores, los niños menores de 4 años son más susceptibles ya que presentan hasta un 15 % de muertes.
Quién se vacuna y quién no
En el momento actual es esencial localizar a todos los contactos de riesgo para minimizar la propagación del virus. También conviene evitar que el virus infecte a animales que puedan actuar de reservorio descontrolado en la naturaleza y contribuyan a que se establezca en nuevas zonas de manera endémica.
Como la viruela humana fue declarada extinta en 1980, la vacuna se eliminó del calendario vacunal en los años siguientes (1984 en España). Se calcula que el 70 % de la población mundial no está vacunada. Como el virus de la viruela humana y el del mono pertenecen a la misma familia y por tanto son muy similares (96 % homología), se ha comenzado por usar las vacunas ya disponibles para el virus de la viruela humana.
Inicialmente se usaban virus atenuados pero que podían replicarse –multiplicarse pero de manera mucho menos eficiente–, por lo que no se debían administrar a individuos inmunosuprimidos.
Hoy en día ya contamos con vacunas con virus que no se replican y una de ellas, MVA-BN, desarrollada por Bavarian Nordic, ha sido recientemente aprobada para uso con administración en 2 dosis. Se ha comercializado como JYNNEOS, IMVAMUNE, IMVANEX y contiene un virus modificado de la vacuna inicialmente desarrollado en Ankara (Turquía). En junio de 2022, la Autoridad Europea de Preparación y Respuesta ante Emergencias Sanitarias (HERA, por sus siglas en inglés) encargó 110 000 dosis de dicha vacuna.
La estrategia actual de vacunación consiste en vacunar a los individuos que hayan sido contacto estrecho de casos confirmados, bien por haber estado en contacto con una persona infectada o por ser personal sanitario, independientemente de las pautas sexuales. Teniendo en cuenta que el virus tiene un periodo de incubación relativamente largo, de 5 a 21 días, la vacunación inmediata tras el posible contacto puede ofrecer un gran beneficio a individuos susceptibles e inmunosuprimidos. Sobre todo porque tras la vacunación es menos probable que el curso de la infección sea grave.
En definitiva, debemos ser a la vez prudentes y optimistas, puesto que ya hay disponibles tanto vacunas como antivirales efectivos, y un protocolo claro para actuar.
Por: Narcisa Martínez Quiles
Profesora titular de universidad en el Área de Inmunología, Universidad Complutense de Madrid
Artículo publicado originalmente en The Conversation