Enrique, un gerente de ventas de una multinacional de informática sintió que su productividad estaba estancada. Era intimidador y obsesionado con los resultados. Presionaba a sus subalternos tanto como podía, lo que ocasionaba que se bloquearan, decepcionarán y, lo peor de todo, que no hicieran su trabajo. La rabia y la ansiedad generadas lo convirtieron en un hombre amargado y malgeniado también en su casa. Le sabotearon los descansos y su sueño se espantó con pesadillas en las que, noche tras noche, era despedido o arrollado por los carros de su competencia. Su vida de pareja y familia amenazaban igualmente la ruina.     Un día decidió ir a un taller de meditación tipo mindfulness que transformó su vida y salvó su carrera.  Allí aprendió a detenerse cuando un impulso emocional, como la rabia o el miedo lo invadía y amenazaba con tomar el control de sus actos. Respiraba, se trataba a sí mismo con compasión y comprensión, buscaba y encontraba dentro de sí las fuentes de esas emociones, las aceptaba, percibía luego el estado emocional de la persona que estaba al frente y gestionaba ambas de un modo compasivo orientado al gana – gana y la felicidad mutua.  En pocos meses su estrés y el de su equipo se redujeron significativamente, la productividad aumentó y, en lugar de ser despedido, logró una promoción. Enrique aprendió a gestionar su emocionalidad, la de su equipo de trabajo y la de sus clientes, por medio de la práctica de mindfulness. Varias investigaciones sobre gerencia concluyen una y otra vez que el éxito de un líder en el mundo real depende sólo un 25% de su cociente intelectual (IQ) o su formación académica; y en un 75% de su inteligencia emocional (IE).Lea también: 4 consejos para aumentar tu inteligencia emocionalAl principio estas dos fuentes del conocimiento en la psicología positiva crecieron separadas. Aunque las raíces de mindfulness se remontan a las tradiciones budistas 2.500 años atrás, su afianzamiento en occidente no ocurrió sino hasta los años 80s con el impulso que le dio Jon Kabbat-Zin, gracias a sus investigaciones en la universidad de Massachusetts. Por su lado, el concepto de la inteligencia emocional (IE) no ganó reputación mundial sino después de que Daniel Goleman publicó su famoso libro en 1995 basado, en los trabajos de Peter Salovey y John Mayer de 1990.    Aunque en esencia son muy afines, al principio sus aplicaciones e investigaciones se fueron desarrollando por separado hasta que a finales de los 90 tomó fuerza el Mind & Life Institute que había sido fundado por Tenzin Gyatso, el catorceavo Dalai Lama; el empresario Adam Engle; y el neurocientífico Francisco Varela. Hoy en día nadie concibe la inteligencia emocional sin mindfulness, ni a mindfulness sin inteligencia emocional. Los puntos en comúnSabemos, según Goleman, que la IE implica la capacidad para reconocer el proceso interno de gestación, comprensión y comunicación de las emociones, tanto de las propias como de las de los demás, así como de la capacidad para gestionar empática y asertivamente unas y otras. Para él hay cinco elementos claves en ella: la consciencia de sí mismo, auto regulación, habilidades sociales, empatía y motivación. Como dijimos, hay suficiente evidencia científica y práctica que demuestra que la IE es una competencia completamente entrenable. Por otro lado sabemos también que mindfuless es una cualidad de la mente que todos tenemos y que puede ser fortalecida por medio de la práctica. Clásicamente se le ha definido como prestar atención, con propósito, a las diferentes sensaciones, emociones o pensamientos que transcurren en la mente en cada momento dado, de un modo desprejuiciado, amplio y curioso, sin dejarse atrapar por ellos. Se le describe también como una serie de prácticas meditativas, y como una actitud frente a la vida —fruto de la consciencia que se desarrolla por medio de las prácticas—, y es una actitud ecuánime, alegre, compasiva y abierta a las nuevas experiencias.La consciencia emocional es la destreza fundacional de la IE, consiste en la habilidad del líder para prestar atención honesta y abiertamente a sus propias reacciones emocionales, a percibir el origen y el transcurrir de ellas dentro de su cuerpo y su mente, y a anticipar y crear la respuesta más adecuada para cada situación particular. Nada de esto es posible si el líder no es mindful, es decir, si no ha desarrollado las habilidades para parar, detener el flujo de los pensamientos que acompañan o amplifican las emociones y observar, con cierta distancia y del modo más desaprensivo y lo más amplio posible, el conjunto del cuadro afectivo y fáctico que se ofrece a su consciencia.    Le puede interesar: Seis rasgos que evidencian la falta de inteligencia emocionalSin conciencia emocional, no sabremos por qué tomamos ciertas decisiones, en qué somos fuertes y para qué necesitamos apoyo, ni sabremos quienes somos ni qué nos motiva realmente, ni quiénes son y qué motiva a los otros. Y en el campo de batalla de las decisiones difíciles, solo la autoconfianza generada por el autoconocimiento, marca la diferencia entre quienes triunfan asumiendo el riesgo de innovar o quienes sucumben por el pánico. Esta misma consciencia emocional que proporciona mindfulness es también fundamental a la hora de motivar y motivarse para obtener logros, mantener el foco, generar empatía y manejar conflictos.El efecto depende de la dosis de mindfulness Si se utiliza de vez en cuando, como una especie de pastilla para los momentos de estrés que se abandona cuando ya no parece necesaria, mindfulness no expresa su potencial. Si lo que se quiere es generar una nueva actitud vital, o incidir de modo estable en los valores de una la cultura organizacional, mindfulness debe convertirse en un hábito, algo que se cultiva y mantiene a diario. Investigaciones científicas en la Universidad de Yale adelantadas por el equipo de los Drs. John Mayer, Peter Salovey y David  Caruso, demuestran que ejecutivos que meditan 20 minutos al día, tienen mejores habilidades en IE que aquellos que solo lo hacen 10 minutos y ¡mucho más que los que no lo hacen! Los primeros mostraban además menos estrés y mayores estándares de salud física y mental, mayores funciones atencionales, flexibilidad cognitiva, capacidad para resolver problemas y ¡mayor creatividad!