La ira es una emoción normal que la mayoría de las personas experimenta en algún momento. Sin embargo, cuando es intensa o se vuelve recurrente puede convertirse en un problema, asegura la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos.
Es posible que la ira sea desencadenada por sentimientos, personas, eventos, situaciones o recuerdos, pero hay que prestar atención a su manejo, pues cuando un individuo presenta esta emoción, su presión arterial y su ritmo cardíaco aumentan, aseguran los expertos. Ciertos niveles hormonales se incrementan y es lo que lleva a que se reaccione de forma agresiva.
La citada fuente asegura que en muchas ocasiones no se tiene dominio sobre los factores que provocan ira, pero es importante aprender a controlar la reacción para evitar complicaciones mayores.
En la lista de los diversos factores que pueden ocasionar ira repentina está el trastorno explosivo intermitente, el cual supone episodios repentinos y repetidos de conductas impulsivas, agresivas y violentas, o de arrebatos verbales agresivos y exagerados frente a la situación. “La violencia vial, el maltrato intrafamiliar, lanzar o romper objetos u otros berrinches temperamentales pueden ser signos del trastorno explosivo intermitente”, precisa el instituto de investigación Mayo Clinic.
Estos arrebatos intermitentes y explosivos provocan una gran angustia, tienen un impacto negativo en las relaciones interpersonales y hasta generan consecuencias legales y financieras. Los expertos explican que esta es una afección crónica, aunque la gravedad de los arrebatos puede disminuir con la edad. El tratamiento supone la administración de medicamentos y psicoterapia para ayudar a controlar los impulsos agresivos.
Los especialistas aseguran que esta afección puede comenzar en la infancia, después de los seis años o durante la adolescencia. Es más frecuente en adultos jóvenes que en los mayores y se desconoce la causa exacta del trastorno, pero probablemente se deba a una serie de factores ambientales y biológicos.
El portal Psicología y Mente asegura que hay otros trastornos en los que se pueden dar ataques de ira como, por ejemplo, el trastorno bipolar, la depresión, la enfermedad de Alzheimer y el alcoholismo. A esto se suman enfermedades que aparentemente no tienen relación con inestabilidad emocional, como diabetes, cirrosis, hepatitis y epilepsia.
Recomendaciones para manejar la ira
Los especialistas proponen algunas maneras de manejar la ira, ya sea implementando una o combinando varias de ellas:
- Poner atención a lo que desencadena la ira. Si se logran identificar las razones que desencadenan ese comportamiento, esto ayudará a anticiparse y a manejar la reacción.
- Cambiar la forma de pensar. Las personas iracundas con frecuencia ven las situaciones en términos de “siempre” o “nunca”. Por ejemplo, pueden pensar “tú nunca me apoyas” o “siempre me sale todo mal”. Estas afirmaciones hacen que se sienta que no hay una solución y alimentan la ira. Lo aconsejable es evitar el uso de esas palabras.
- Encontrar formas de relajarse. Aprender a relajar el cuerpo y la mente ayuda a evitar la ira.
- Tomar un momento para calmarse. En ocasiones, la mejor manera de calmar la ira es alejarse de la situación que la está provocando.
- Trabajar para resolver los problemas. Si la misma situación hace sentir ira una y otra vez, lo mejor es buscar una solución. Por ejemplo, si la persona se enoja todas las mañanas mientras espera el transporte, una opción es buscar una ruta diferente o salir a una hora distinta. También podrían evaluarse otros medios para movilizarse como la bicicleta.
- Aprender a comunicarse. Si la persona está cerca de perder la compostura, lo mejor es tomar un momento para calmarse. Intentar escuchar sin precipitarse a sacar conclusiones y no responder con lo primero que venga a la cabeza.
¿Cómo saber si se tienen problemas de ira?
Si bien hay cierto nivel de ira que es sano, si se presenta de manera muy intensa y frecuente, puede traer dificultades. Según el portal Terapify, algunas señales de que la ira se está volviendo un problema son:
- Dañar a otros física o verbalmente
- Sentir ira con frecuencia, incluso frente a sucesos pequeños
- Sentir que la ira está fuera de control
- Golpear objetos cuando se está enojado
- Reaccionar con ira de manera rápida y excesiva frente a problemas pequeños
- Tener dificultades para regular la ira sin expresarla de manera agresiva