La insulina es una hormona que produce el páncreas y permite que las células absorban y utilicen la glucosa que hay en el cuerpo. Si este proceso no se da de manera adecuada, los niveles de azúcar se acumulan en la sangre.
Cuando las células se vuelven resistentes a la insulina, no la pueden usar de manera efectiva, indica el portal ‘Healthline’. Si una persona es diagnosticada como resistente a la insulina, significa que el páncreas produce la hormona, pero el cuerpo no la utiliza correctamente. Esto aumenta el riesgo de desarrollar prediabetes y, finalmente, diabetes tipo 2.
Si el páncreas puede producir suficiente insulina para superar la baja tasa de absorción, es menos probable que la diabetes se desarrolle y la glucosa en la sangre se mantendrá dentro de un rango saludable. El riesgo de resistencia a esta hormona es mayor si se tiene prediabetes o antecedentes familiares de diabetes tipo 2, y también si la persona padece de sobrepeso u obesidad.
Para prevenir o revertir esa resistencia a la insulina es importante tener en cuenta algunos métodos naturales que resultan efectivos.
1. La actividad física
Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos señalan que el ejercicio físico hace que las personas sean más sensibles a la insulina y es por ello que es un aspecto fundamental en el manejo de la diabetes.
Healthline explica que cuando un paciente realiza ejercicio, esto ayuda a mover el azúcar hacia los músculos para su almacenamiento, y promueve un aumento de la sensibilidad a esta hormona, que dura de dos a 48 horas, dependiendo del nivel de actividad física realizada.
2. Bajar de peso
Esta es una de las mejores formas de disminuir la resistencia a la insulina, según el Instituto Nacional de Diabetes y Enfermedades Digestivas y Renales de los Estados Unidos. “Tomar pequeños pasos, como comer alimentos más saludables y moverse más con la práctica de ejercicio, puede ayudar a revertir la resistencia a la insulina y prevenir o retrasar la diabetes tipo 2 en personas con prediabetes”, asegura.
3. Cambios en la alimentación
Tanto los alimentos que se consumen, como cuándo y la cantidad que se ingiere, contribuyen a que las personas generen resistencia a la insulina o, por el contrario, pueden ayudar a prevenir o revertir esta condición y por ello es clave prestar mucha atención a los hábitos alimentarios, precisa el portal Viva mi Salud.
Por ello es importante, por ejemplo, eliminar o evitar al máximo el azúcar añadido y los carbohidratos refinados; reducir la cantidad de alimentos procesados que se consumen; aumentar la ingesta de fibra proveniente de los vegetales; comer las frutas frescas y evitar los jugos; consumir con moderación los vegetales ricos en almidón y si se ingieren snacks, procurar que sean ricos en proteína o grasas saludables.
4. Comer más fibra soluble
La fibra soluble es responsable de muchos de los beneficios como reducir el colesterol y el apetito. Evidencia científica ha encontrado un vínculo entre un consumo alto y el aumento de la sensibilidad a la insulina. Healthline cita un estudio que involucró a 264 mujeres y encontró que aquellas que comieron más de este nutriente tuvieron niveles significativamente más bajos de resistencia a la insulina. Este nutriente también ayuda a alimentar las bacterias buenas en el intestino, las cuales se han vinculado con una mayor sensibilidad a la insulina.
5. Dormir bien
La falta de sueño puede ser perjudicial y aumentar el riesgo de infecciones, enfermedad cardíaca y diabetes tipo 2. De acuerdo con Healthline, diversos estudios también han vinculado no dormir bien con una menor sensibilidad a la insulina, por lo que tener un sueño reparador y el tiempo recomendado por los expertos ayuda a mejorar esta condición.
Síntomas de la resistencia a la insulina
Al comienzo de su desarrollo, la resistencia a la insulina generalmente no produce señales, sino que estas empiezan a evidenciarse con el tiempo como consecuencia de los altos niveles de glucosa en la sangre, asegura el portal Top Doctors, de España. Dentro de las señales están:
- Hambre extrema o incluso después de comer.
- Hormigueo en las manos y pies.
- Cansancio.
- Infecciones recurrentes.
- Dificultad para concentrarse.
- Hipertensión arterial.
- Niveles altos de colesterol.
- Aumento de peso, especialmente en el abdomen.