En la Edad Media, la humanidad enfrentó la pandemia más mortífera de la historia:la peste negra. Varios cronistas de la época describieron con detalle la brusquedad de los síntomas: una persona podía estar sana por la mañana, tener fiebre alta en la tarde y morir en noche. Además, mostraban manchas en la piel con la aparición de bubones negros en las ingles, el cuello, las axilas, los brazos,las piernas o las orejas. La ruptura de estos supura un olor pestilente. Por eso, le dieron el calificativo de “peste negra”. En general, se pensaba que la enfermedad se propagaba a través del aire envenenado. De ahí que varios médicos empezaran a usar las máscaras puntiagudas que hoy son ícono de la enfermedad.
Inició en Asia, para después llegar a Europa, a través de las rutas comerciales introducida por los marinos. Y como su letalidad era tan rápida, la enfermedad aniquiló a más de la mitad de la población de Europa, dejando ciudades totalmente devastadas y mucho pánico. En ese momento, los avances científicos no eran suficientes, las creencias religiosas y los rumores fueron más fuertes que los hechos. La teoría más popular fue la del castigo divino. Muchos creyeron que la peste era consecuencia de la ira de Dios por los pecados del hombre. Otros culparon de dicha propagación a los judíos e incluso se comenzó una persecución en contra de la comunidad. Aunque la pandemia más fuerte fue la de 1348, Europa y Asia vivieron con constantes brotes hasta principios del siglo XVIII y sólo dos siglos más tarde, con la plaga del siglo XIV, los médicos encontraron un tratamiento. Hoy se sabe que la peste bubónica es una enfermedad infecciosa causada por una bacteria llamada ‘Yersinia pestis‘. Esta infección es transmitida por pulgas infectadas que habitan en roedores como ratas, conejos, ardillas, perros de pradera, marmotas.
La infección puede desarrollarse entre 1 a 7 días y ocasionar síntomas como inflamación de ganglios linfáticos, así como fiebre, dolor de cabeza y vómitos, esto cuando se han recibido picaduras de pulgas infectadas. También puede producir un compromiso pulmonar que facilita que la enfermedad se transmita entre humanos a través de gotitas microscópicas provenientes de la tos. Por último, puede manifestarse cuando la bacteria ingresa en la sangre y causa una septicemia. Este es el tipo más grave. Según la Organización Mundial de la Salud, entre 2010 y 2015 se notificaron 3.248 casos en el mundo, 584 de ellos mortales. Y los países más endémicos son Madagascar, República Democrática del Congo y Perú.
Los brotes más recientes en el mundo son los registrados la semana pasada en Mongolia y China, que desataron una nueva alarma mundial. Sin embargo, los expertos coinciden en que no hay mucho riesgo de que esta vieja enfermedad llegue a convertirse en un problema de salud global. Hoy puede tratarse fácilmente con antibióticos, como cualquier enfermedad infecciosa, y si se diagnostica y se trata a tiempo, tiene una tasa de mortalidad del 10 por ciento. Si no se trata, la letalidad oscila entre el 30 y 60 por ciento; mientras que el tipo septicémico y neumónico puede tocar el 100 por ciento de fatalidad. Aunque los brote no se han presentado en América, es importante reafirmar las medidas sanitarias asociadas al consumo de carne cruda de cualquier animal tipo roedor. Tomar precauciones contra las picaduras de pulgas y no manipular cadáveres de animales.