El cuidado de la piel hace parte de la rutina de muchas personas en el mundo. Mientras algunos optan por invertir grandes cuantías de dinero en productos que están en la principales estanterías del mercado o las novedades que anuncian compañías de belleza, otros optan por las soluciones caseras, bien sea por economizar unos centavos o porque sus propiedades naturales.
Como todo en el mundo, entre gustos no hay disgustos, lo cierto es que lo natural y lo que está a la mano mandan la parada en la actualidad. Los productos cruelty-free, que en sus etiquetas aseguran que no han sido previamente testeados en animales, dando una muestra de sostenibilidad y armonía con el medioambiente, son otro eje que incide en la decisión de los consumidores.
Sin lugar a dudas el cutis de las mujeres japonesas son un referente de belleza en el mundo. Su rostro suele lucir esbelto, suave, libre de arrugas y de cualquier otra imperfección que sufren muchas otras personas en el mundo. Si bien los secretos de belleza y del cuidado de la piel de las mujeres nacidas en el Japón han sido unos de los más guardados por décadas, poco a poco se ha empezado a conocer algunas de las técnicas y elementos que emplean para tener un cutis bello.
Una dieta balanceada, cambios en el estilo de vida y algunas rutinas de belleza como masajes, son puntos que debe considerar poner en práctica si quiere tener un cutis igual de esbelto al de las mujeres del continente asiático.
A continuación enumeraremos algunos alimentos que reseña la revista Nueva Mujer que suelen ser consumidos por las japonesas dentro de su dieta para tener una piel de porcelana.
En primer lugar, es importante incorporar a la dieta diaria el consumo de té verde, el cual contiene propiedades que ayudan a prevenir las arrugas y el envejecimiento en las personas.
Así como es recomendable su consumo, también puede ser usado para lavar el rostro, pues es rico en antioxidantes, lo que lo ayuda a limpiar la piel y rejuvenecer las células. Para hacer uso de este, se debe aplicar en el rostro, dejar actuar entre cinco y diez minutos y luego retirarlo con agua abundante. La rutina puede practicarla en la mañana o en la noche.
La soja es otro alimento que no falta en la dieta: ayuda a nutrir la piel, es clave para tener un cutis esbelto y facilita la regeneración de las células. Sumado a lo anterior, el consumo de algas es altamente recomendable por sus altos contenidos de vitamina C, ayudando a favorecer el aspecto juvenil y fresco de la piel.
Es de recordar que las algas contienen betacoreno, un nutriente que provoca la pigmentación dorada de la piel y ayuda a filtrar los rayos solares ultravioleta (UV), protegiendo a la piel de las quemaduras tras la exposición solar.
No se puede dejar de lado que la piel es el órgano más grande que tiene el cuerpo humano, he ahí la importancia de su cuidado, no por atender a los modelos de belleza que ha impuesto la sociedad –los cuales son a gusto de cada quien– sino para gozar de buena salud.
El colágeno compone el 80 % de la piel y se encarga de mantener una apariencia joven, tersa y saludable en la piel. En este sentido, las japonesas consumen a diario arroz gohan, el cual es rico en antioxidantes, los cuales ayudan a la producción de colágeno y protege a la piel de elementos externos. Además contiene vitamina B, ácido linoleico e inositol, compuestos que hidratan, nutren, regeneran y previenen el envejecimiento de la piel.
Por último, es importante sumar a la dieta el consumo de pescado, pues esta carne aporta proteínas y ácido graso omega 3, los cuales ayudan a la producción de colágeno, evitando las arrugas, la flacidez y aportándole un buen tono a la piel.
Es de anotar que a partir de los 25 años el colágeno empieza a descomponerse más rápido de lo que el cuerpo puede reemplazarlo, provocando un envejecimiento de la piel. Por supuesto no todo está en manos del colágeno, pues hay otros agentes externos que inciden en el deterioro de la piel como la exposición al sol, la contaminación, los escasos cuidados de la piel, entre otros, así como también algunos están relacionados al estrés, la mala alimentación o los cambios fisiológicos propios de la edad.