El ajo es uno de los alimentos con más propiedades que existe en la naturaleza; se puede utilizar de diferentes formas y puede ayudar, no solo como insumo a la hora de cocinar, sino como un potente aliado a la hora de tratar diferentes enfermedades.

Una de estas presentaciones es el té, el cual, en ocasiones, se puede mezclar con jengibre y limón, lo que no solo ayuda a disimular su sabor, sino a potenciar sus propiedades.

El ajo es un gran aliado para la salud ósea. También, ayuda a los demás sistemas del organismo. | Foto: Foto: GettyImages

¿Para qué sirve el té de ajo?

Según los expertos, este alimento cuyo sabor no es tan agradable es muy bueno para quienes buscan mejorar su salud cardiaca; así mismo, contribuye a la circulación, reduce el colesterol malo, dilata los vasos sanguíneos, evita la arterioesclerosis y acelera el metabolismo.

Este alimento también es una fuente rica en vitaminas A, B1, B2 y C, elementos claves para la salud visual, la pie y para retrasar el envejecimiento; también hay registros de que es un poderoso antibiótico natural.

¿Así se prepara el té de ajo?

Los ingredientes para esta receta son:

  • Miel (21 g)
  • 1 diente de ajo
  • 1 vaso de agua (200 ml)
  • Jengibre rallado (3 g aproximadamente)
  • 1 cucharada de jugo de limón (15 ml)

Lo primero que debe hacer es poner a hervir el agua; luego, mientras el agua se calienta, pique el ajo en trozos muy pequeños. Cuando el agua al alcance su temperatura, agregue el ajo y el jengibre. Deje que el agua actúe durante 15 o 20 minutos, retire del fuego y deje reposar durante otros 10 minutos.

Cuele, recoja el agua y añade el zumo de limón para mejorar el sabor. Agregue la miel y consuma sin preocuparse por el mal aliento, pues grcias a la cocción junto a los otros elementos no quedará huella.

Consúmalo siempre en ayunas y con moderación.

El ajo es conocido por sus propiedades antibacterianas.

¿Quiénes no deben consumir ajo?

Se considera que el ajo es una especie que carece de toxicidad. No obstante, el consumo de ajo puede producir efectos adversos, los cuales pueden ser el mal aliento o el mal olor corporal.

Además, el ajo también ouede producir, en algunos casos menos frecuentes, dolor abdominal, sensación de saciedad, náuseas y flatulencia, esto en personas muy sensibles.

También podría producir síndrome de Ménière, infarto de miocardio, hematoma epidural o alteración en la coagulación. Asimismo, el poder alergénico del ajo, debido al disulfuro de dialilo, el sulfuro de alilpropilo y la alicina, los cuales pueden ser irritantes, es decir, que no se recomienda para personas que sufren de dermatitis.

El ajo puede intensificar los efectos de los anticoagulantes, como la heparina o warfarina, antiagregantes plaquetarios, lo que favorece la aparición de hemorragias.

Asimismo, diferentes estudios indican que los complementos dietéticos y preparados fitoterapéuticos de ajo pueden aumentar el riesgo de hemorragia en pacientes durante la cirugía.

De igual forma, el ajo puede disminuir los valores de saquinavir en sangre y, por consiguiente, reducir su efectividad, se recomienda tener este efecto presente, debido a que los enfermos en sida ingieren, junto a los retrovirales, preparados de ajo para disminuir el colesterol, que normalmente aumenta como efecto secundario a esta medicación.

La combinación entre el jengibre y ajo es una de las recetas a las que se le atribuye un sinnúmero de propiedades curativas. | Foto: Montaje Semana con imágenes de Getty Images

Contraindicaciones

Además de estar contraindicado el consumo de ajo en personas hipersensibles, este debe usarse con precaución en caso de trastornos de la coagulación debido a que puede favorecer la aparición de hemorragias.

En cuando a las mujeres embarazadas y lactancia, el ajo se le atribuye actuar como abortivo y de afectar el ciclo menstrual, y también se ha descrito que presenta actividad del útero.

Varios estudios han demostrado que el consumo de ajo por parte de las madres lactantes altera el olor de su leche y la conducta de las lactantes. Eso se puede deber a que los sulfóxidos se excretan en cantidades significativas con la leche materna, lo cual puede afectar al niño.