Hace 400 años a Galileo Galilei lo acusaron de herejía por atreverse a decir que los planetas, las estrellas y el sol no giraban alrededor de la tierra, como creía gran parte de la población y la Iglesia católica, sino que la tierra giraba alrededor del sol. Había llegado a esa conclusión luego de observar con su telescopio el movimiento de los planetas y de las estrellas, de hacer anotaciones y de comparar lo que veía con las teorías existentes en ese entonces.
En 1633, y luego de un publicitado juicio lleno de irregularidades, la Iglesia lo obligó a abjurar de su teoría y lo confinó en su casa de Florencia, como una especie de arresto domiciliario. El tiempo, sin embargo, terminó por probar que él tenía razón y siglos después la Iglesia católica terminó anulando su juicio y pidiéndole perdón.
Desde entonces, este caso se ha usado para mostrar la importancia de la ciencia y de los métodos científicos por encima de la fe y de las creencias, por arraigadas que estas sean.
A pesar de que las tasas de analfabetismo son mucho más bajas que en la época de Galileo, solo en Estados Unidos hay 1 millón de personas que creen que la tierra es plana. En Brasil, según una reciente encuesta, la cifra es aún más grande: casi 7 millones.
No importa que Aristóteles o que Eratóstenes ya hayan demostrado que la tierra es una esfera en la antigüedad (este último incluso midió con mucha precisión y usando métodos rudimentarios la circunferencia de la tierra), o que los satélites en el espacio y los astronautas que han salido de la tierra hayan tomado fotografías en las que se ve un planeta esférico con toda claridad, quienes dudan ven en todo una conspiración y prefieren creer a teorías inverosímiles o a supuestas pruebas fácilmente refutables.
Lo mismo pasa con quienes creen que el hombre nunca fue a la luna. A pesar de que varias agencias espaciales (y la misma NASA) han tomado fotografías del lugar en que se dio el alunizaje hace 51 años, muchos siguen creyendo que el viaje a la luna se grabó en un estudio de Hollywood y siguen usando argumentos ya refutados por los expertos en viajes al espacio.
Los últimos ejemplos se han multiplicado en épocas de pandemia. Desde 1998, cuando el doctor Andrew Wakefield publicó un estudio fraudulento que relacionaba la vacuna triple vírica con el autismo, millones de padres se han negado a vacunar a sus hijos pequeños. Ya la comunidad médica, y la propia revista en la que salió el estudio, han refutado las conclusiones de Wakefield y han mostrado que fueron equivocadas y manipuladas, e incluso le quitaron su licencia para ejercer la medicina, pero el movimiento antivacunas crece todos los días. A quienes creen en estas teorías les basta con leer un par de historias en internet y decir que todo se trata de una conspiración de las élites y las farmaceúticas, para negarse a creer en cientos de estudios verificados por la comunidad médica y científica.
Por ese tipo de creencias ha habido brotes de enfermedades como el sarampión, que se creían controladas; en varios países del mundo y en la primera mitad de 2019, por ejemplo, hubo unos 19.000 casos de esta enfermedad en todo el mundo, el doble que en el mismo periodo de 2018.
Ese pensamiento pseudocientífico ha llegado al límite con la actual pandemia del coronavirus. Hay estudios científicos, testimonios de los médicos y de los pacientes que han sobrevivido a la enfermedad, historias de familiares que han perdido a sus seres queridos e incontables pruebas de que el covid-19 existe y puede hacerle mucho daño a las personas mayores y a quienes tienen comorbilidades, pero una gran parte de la población (con celebridades como Miguel Bosé incluidas) prefieren creer que todo es una exageración, una conspiración para controlar a la población e incluso algo tan inverosímil como un cartel de médicos y enfermeras para lucrarse con la muerte de las personas.
Internet y las redes sociales han traído muchas cosas buenas, como la democratización de la información y la oportunidad de darle voz a todo el mundo, pero también han arrastrado consigo una terrible consecuencia: entre tanta información y tantas voces (muchas de ellas no calificadas) se ha venido colando la mentira, la falsedad y la manipulación. tanto así, que tal vez por esta época, millones de personas preferirían volver a condenar a Galileo a pesar de que la verdad y las pruebas estaban de su parte.