La laguna El Abejorro suele refundirse y confundir a quienes se atreven a buscarla. No siempre se logra, dice recio el taita Mario Tumiña vestido  con el típico sombrero de paño de ala corta y reboso azul en lanilla ecuatoriana. “Se llama El Abejorro porque es una laguna muy brava, así como las abejas. Cuando no quiere que alguien suba, aparece el páramo (la neblina) y el camino no se puede ver. Llueve y la gente se pierde. Llegar se hace imposible”, dice.   De eso se trata ese lugar sagrado, guarnecido en la cordillera central, en jurisdicción de Silvia (Cauca) y en donde además de la etnia Guambía, conviven indígenas de los clanes Kisgo, Pitayó, Quichaya y Tumburao.

La laguna El Abejorro está enclavada en la cordillera central, en el departamento del Cauca. © Francisco Hernández Cuentan en el pueblo que en tiempos de la Colonia un grupo de indígenas se resistió a la presión de los españoles - que venían a llevarse todo el oro y la plata- y se escondió allí por 90 días. “La laguna representa mucho para nosotros porque allí se escondieron nuestros ancestros. Subieron a la montaña, arrojaron los metales dentro de la laguna e hicieron rituales para que los españoles no pudieran subir”, relata Lorenzo Montano Sánchez, otro indígena guambiano. Su historia termina de modo contundente. “Unos españoles se perdieron. Otros murieron. Ninguno pudo llegar a la parte alta”. Esa historia es la que vale a la hora de querer conocer esa laguna sagrada, que está ubicada dentro del resguardo indígena y a la que solo se permite el ingreso de turistas desde el 2015. “Es un lugar sagrado muy protegido por el cabildo. Nosotros cuidamos mucho ese lugar y permitimos la entrada de turistas pero siempre acompañados de un guía de nuestro resguardo”, explicó Lorenzo.   

Para llegar a este paisaje vecino de la laguna, aseguran los pobladores, se debe pedir permiso a los dioses. © Francisco Hernández Taita Mario Tumiña © Francisco Hernández Travesía en el páramo Lo primero que hay que hacer para coronar la cima de la montaña Michampe, y conocer la laguna, es pedirle permiso a los dioses. Eso se traduce en un refrescamiento (ritual indígena) que pide porque la niebla y la lluvia se mantengan lejos de la travesía.  El ascenso se hace por un camino de herradura por el que transitan hacia el pueblo caballos cargados de leche y de amarres de cebolla entre otros productos agrícolas. A medida que se va avanzando, el camino se hace estrecho, empinado, pesado. En medio del frío y la fuerte brisa, pululan los sembradíos de papa y hortalizas.     Le puede interesar: La guardiana de los peinados afro en Cauca   Tras una hora de camino, se corona la primera montaña. No obstante, la caminata debe seguir pese a que falta el aire y los 2.500 metros sobre el nivel del mar ya hacen mella. El aliciente es el paisaje, los tonos verdes  de las montañas que se juntan con las nubes. La experiencia de sentirse inmerso en semejante lugar.  Después de más de dos horas de camino, aparecen los primeros frailejones, señal inequívoca de que se está en el páramo. La majestuosidad de la naturaleza hace de este último tramo una recompensa al esfuerzo en medio del terreno escarpado. Cada vez más frailejones y, de repente, El Abejorro, manso y tranquilo.  

Vista de algunas casas de Silvia, Cauca, de camino hacia la misteriosa laguna El Abejorro © Francisco Hernández El dato El resguardo indígena de Guambia tiene una extensión de 16.000 hectáreas y está dividido en 34 veredas. Se estima que son 15.000 indígenas quienes hacen parte de este resguardo.    Para ir Si quiere conocer la laguna de El Abejorro, comuníquese con Lorenzo Montaño Sánchez al celular 312651506.