La Serranía del Majuy, una cadena montañosa con más de 3.000 hectáreas que comunica a los municipios cundinamarqueses de Cota, Tenjo y Tabio, fue un sitio sagrado para los muiscas, quienes transitaban por estos terrenos boscosos para recargarse de la energía de la naturaleza e ir a adorar a la diosa Chía. Hoy en día sobreviven varios petroglifos tallados por estos indígenas en las rocas del Majuy, que en lengua chibcha significa dentro de tí. En Cota está la afloración más alta de la serranía, una montaña que alcanza los 3.000 metros sobre el nivel del mar llamada el cerro Majuy, un lugar bañado por densos árboles y gobernado por aves, armadillos, conejos, zorros, borugos, roedores y hasta tigrillos. En las faldas del cerro, en un área de 500 hectáreas, habitan más de 2.800 descendientes de los muiscas en un resguardo indígena, dedicados a salvaguardar la tradición ancestral. A pesar de la importancia ecosistémica y ancestral, los bosques altos andinos del Majuy sucumben por fuertes enemigos que datan desde la época de la colonia, como incendios forestales, sobrecarga de cultivos y ganadería, extracción maderera, cacería de la fauna nativa y alta presencia de especies vegetales invasoras. Eucaliptos, pinos y retamos liso y espinoso le están ganando la batalla a los robles y arrayanes, mientras que los helechos impiden el crecimiento de musgos.  

Desde la conquista española, los bosques del cerro Majuy en Cota ha sido víctimas de la mano del hombre. Hoy están amenazados por la tala y los incendios. ©Jhon Barros Te puede interesar: Café con aroma a bosque   Este panorama fue lo que llevó al Movimiento Ambientalista Colombiano, organización que desde 2013 promueve la preservación y protección del ambiente desde una perspectiva territorial en el país, a escoger al cerro Majuy para realizar la segunda siembra de su campaña ‘Todos plantamos’, que pretende reverdecer varias zonas de Colombia con 100.000 nuevos árboles nativos a 2022. La primera fue en el páramo de Guacheneque en Villapinzón. Más de 150 personas, entre campesinos, jóvenes y niños ambientalistas y representantes de grupos religiosos, reverdecieron una zona casi pelada del cerro Majuy con más de 1.900 árboles y arbustos nativos, de especies como arrayán, roble, cajeto y uche, que proveerán de alimentos a la fauna, evitarán la erosión del suelo y regenerarán el ecosistema.   «La siembra fue llevada a cabo en uno de los puntos más altos del cerro, donde hace ocho años un incendio calcinó varias hectáreas boscosas. Sin embargo, cerca a esta área hay un bosque bien conservado con alta presencia de fauna nativa, por lo cual el ideal es crear un corredor ecológico» Alexandra Loaiza, directora ejecutiva del Movimiento Ambientalista Colombiano.  

Los más de 1.900 árboles sembrados en lo alto del cerro Majuy fueron obtenidos por donaciones de la ciudadanía y varias empresas. ©Jhon Barros En Cota, el movimiento quiso rendir homenaje al Bicentenario de la independencia de Colombia, por lo cual los más de 150 participantes fueron divididos en cinco grupos o batallones de siembra, cada uno el nombre de un personaje ilustre de esa época como Simón Bolívar, Policarpa Salavarrieta y Manuelita Sáenz.  Loaiza destacó que todos los colombianos pueden participar en ‘Todos plantamos’, ya sea por medio de donaciones económicas para la compra del material vegetal, plateo, fertilizantes, transporte, reposición de especies y pago de los líderes comunitarios que participan en las siembras, o aportando árboles para sembrar. “El movimiento no tiene color político, ideología o religión. Todos pueden participar con donaciones en la página https://tiendambiental.org/ o con manos ayudan en las jornadas de siembra. En Cota fue muy satisfactorio contar con la presencia de gente de la comunidad, campesinos, frailes franciscanos, niños, jóvenes, ambientalistas y representantes de la Alcaldía y otras entidades. Contra la deforestación, nuestra respuesta es sembrar”.  

Ambientalistas, religiosos y campesinos subieron hasta lo más alto del cerro Majuy para reverdecer una zona afectada por incendios forestales. ©Jhon Barros “No sabía que era muisca” Jorge Fonseca, un campesino de 52 años, fue una de las personas que participó en la jornada de siembra en el cerro Majuy. Fue el líder del grupo de Manuelita Sáenz, a quien le contó su historia de vida enmarcada en la cultura indígena y el cuidado de la naturaleza. Cuando tenía 10 años de edad y estudiaba la primaria en el colegio departamental Rufino Cuervo de Chocontá, Jorge sintió los primeros síntomas del amor. Cristina, una niña trigueña y de cabello negro y sonrisa cálida, le causó un remolino de sentimientos que jamás había experimentado.   «No hacía más que mirarla y contemplarla. Luego me arriesgué a conquistarla con palabras bonitas, y ella me correspondió».  Jorge Fonseca, campesino de 52 años   A los pocos días, en un encuentro de varias familias del pueblo, Jorge anunció que estaba enamorado de Cristina. Le dijo a los padres de ambos que iban a ser novios, una noticia que convulsionó la reunión. “Nos dijeron que ese amor era imposible y prohibido, porque éramos hermanos. Quedé frío, no entendía lo que estaba pasando. Entonces mi papá me dijo que ambos éramos adoptados y que nuestra verdadera mamá, una descendiente de los muiscas, vivía en Chía en un resguardo”, recuerda en medio de risas nerviosas este hombre experto en el arado de la tierra.  

Jorge Fonseca es un experto en el manejo de la tierra. Además de cultivar hortalizas, siembra árboles en las montañas de Cota. ©Jhon Barros Te puede interesar: ¡Salvemos al perezoso de dos dedos!   Jorge nunca recriminó a sus padres adoptivos. Todo lo contrario. Los amó con mayor fuerza, por sacarlo adelante, llenarlo de felicidad e inyectarle un amor desaforado por la tierra y la naturaleza. Pero muy dentro sentía curiosidad por conocer quién era la madre que lo había parido, no para reclamarle, sino para saber un poco más sobre sus raíces muiscas. “Seguí hablando con mi hermana, mi antiguo amor de niñez. Ella también compartía esa curiosidad. Pero por nada del mundo iba a abandonar a los dos viejos que me dieron tanto cariño. Entonces dejé que el tiempo pasara. Me gradué del colegio, trabajé en cultivos y fincas ganaderas de Chocontá y como ayudante de cocina. En una época estudié en el Seminario Mayor de Zipaquirá, pero no alcancé a convertirme en cura”. A los 32 años, después de la muerte de su padres adoptivos, Jorge decidió ir a conocer a su mamá muisca. Cristina, que llevaba un año en Cota, había dado con su paradero.   «Vivía en el resguardo muisca. Ella no estaba sorprendida de verme. Le dije: soy el hijo que regaló. Ella respondió con serenidad que ya sabía de mí y de que iba a venir, porque había hablado con mi hermana. No la juzgué por su decisión, solo la abracé». Recuerda Jorge.  

Varios campesinos de Cota le enseñaron a jóvenes y niños el arte de sembrar árboles. ©Jhon Barros Sin árboles no hay agua Como ya no tenía nada que lo atara a Chocontá, Jorge decidió radicarse en Cota, donde vivía su hermana y cerca a su madre natural, con quien conservó una relación cercana hasta hace tres años, cuando falleció. Siguió trabajando en el campo, sembrando hortalizas, y en un tiempo fue locutor en una emisora, donde lo conocían como el viejito parrandero. El tema ambiental lo apasionó, en especial la siembra de árboles. En sus años de religioso aprendió la importancia de cuidar a la madre naturaleza, lo que reforzó con los consejos de su mamá muisca. “Los indígenas tenemos un vínculo muy cercano con la naturaleza. La aprovechamos de manera responsable. Entonces aprendí que mi misión era cuidar los recursos naturales”. Jorge lleva tres años en el grupo de seis campesinos contratados por la Alcaldía de Cota para reverdecer las montañas del municipio, en especial el cerro Majuy. “Nuestro trabajo es velar por la naturaleza. Hacemos jornadas de siembra y reciclaje. No recuerdo cuántos árboles he plantado, pero seguro van más de mil. Por mis venas corre sangre muisca y de amor por la naturaleza”.   La campaña 'Todos plantamos' tiene como meta sembrar más de 100.000 árboles nativos a 2022.   

Jorge tiene una relación especial con los niños. Reconoce que hay que sensibilizarlos para que cuiden y respeten la naturaleza. ©Jhon Barros También trabajó en el Bioparque La Reserva en Cota, un sitio que le brinda una nueva oportunidad a los animales víctimas del tráfico de fauna y que sensibiliza a la población para que no hagan parte de esta cadena. “Los expertos del bioparque me enseñaron mucho sobre la flora y fauna”. Cada mes va por lo menos tres veces a sembrar árboles al cerro, jornadas con presencia de la comunidad. “Esta última fue muy bonita, ya que ví gente de todas las edades, hombres y mujeres y muchos niños. Hasta sacerdotes con sus sotanas llegaron a la cita con el medioambiente. Así debe actuar todo el país: unidos sin importar las diferencias”. Actualmente, este descendiente de los muiscas vive con su esposa. No tuvo hijos, pero cada vez que puede siembra su semilla ambiental en los más pequeños. “Hay que enseñarles a los niños a sembrar árboles, reciclar y cuidar los ríos. Hay que amar la naturaleza y arreglar el pulmón del mundo, que es Colombia”.  

La campaña 'Todos plantamos' tiene como meta sembrar más de 100.000 árboles a 2022. ©Movimiento Ambientalista Colombiano Te puede interesar: ESPECIAL | Cuando la luz llegó al Vichada Unidos por la misma causa Camilo Alfonso tiene apenas ocho años, pero ya suma más de 192 árboles sembrados. Sus papás son dos miembros del Movimiento Ambientalista Colombiano, quienes le han inyectado ese cuidado por los recursos naturales desde que nació. “Prefiero sembrar árboles que quedarme en casa viendo televisión. Si contamos con más árboles en el mundo vamos a tener más vida. Ellos hacen parte del ciclo de la vida”, dice Camilo, que en el futuro quiere ser presidente de Colombia para que todos cambien su comportamiento maligno hacia la naturaleza. Cursa tercero de primaria en la institución infantil La Esperanza en Bogotá. A todos sus amigos les advierte que si la sociedad no toma medidas urgentes, el planeta morirá pronto, advertencias que pocos creen. “Los humanos estamos acabando con la Tierra. Si no cambiamos nuestras conductas, en 2040 no tendremos hogar. Mis amigos me dicen que eso es mentira y que el gobierno es el que debe hacer cosas para defender al medioambiente”. En Cota, Camilo sembró más de 30 árboles. A la mayoría les puso nombres de los personajes de Dragon Ball, su serie favorita, como Gokú, Gohan y Vegeta. “Fue una de las siembras más bonitas, ya que participaron todo tipo de personas, como jóvenes, mayores, campesinos y hasta curas”.  

Camilo sueña con ser presidente de Colombia y así exigirles a todos los habitantes que cuiden los recursos naturales. ©Jhon Barros José Heriberto Parra, junto a otros tres miembros de la comunidad Franciscana de la provincia de la Santa Fé en Colombia, asistieron a la siembra en Cota vestidos con hábitos con capucha de color café. Sin importar el sudor por la caminata de más de una hora por zonas empinadas y empedradas, estos frailes mantuvieron su vestimenta. “Nuestra congregación realiza muchas siembras. Sin embargo, poco las comunicamos, ya que trabajamos en secreto. Hace poco plantamos en la ronda del río Tunjuelo. Estamos comprometidos en luchar contra el cambio climático y ayudar a cambiar las acciones ciudadanas que vayan en contra de los recursos naturales”. Cuando se enteraron de la siembra del Movimiento Ambientalista Colombiano, los religiosos no vacilaron en participar. “Sembrar árboles es una forma para disminuir el impacto ambiental causado por el uso de combustibles fósiles, los plásticos, las fumigaciones y la deforestación. Lo más interesante es que la comunidad participe y todos pongamos un grano de arena para salvar al planeta”.  

Los frailes de la comunidad Franciscana de la provincia de la Santa Fé se unieron a la siembra de árboles del cerro Majuy en Cota. ©Jhon Barros La pasión de Guillermo Mora, quien llegó hace 25 años a Cota procedente de Guaduas, son las plantas. Aunque sabe trabajar la tierra para sembrar cultivos, él prefiere dedicarse a la jardinería, a poner bonitos los jardines del pueblo y las flores que brotan. Este jardinero de 56 años hace parte del grupo de la Alcaldía que siembra árboles en el cerro Majuy. “Al mes tenemos que sembrar 400 árboles. Llevo tres años en este trabajo, y cuando subo al cerro y veo cómo han crecido los que yo sembré, me llena de alegría y satisfacción”.  Cada vez que una organización o empresa quieren reverdecer el cerro de los muiscas, Guillermo es uno de los primeros en confirmar su participación. “Para mí sembrar es vida. Todo esto lo hacemos por la juventud que viene creciendo, para que tengan un aire que respirar. Nosotros ya llegamos a la curva, esto es para las nuevas generaciones”. ?

Árboles de especies nativas como arrayán, roble, cajeto y uche fueron sembrados en un área afectada por incendios forestales en Cota. ©Jhon Barros