Carlos Reyes es su nombre de pila. Nació en Caracas, Venezuela, y es hijo de dos colombianos que viajaron al país vecino en búsqueda de mejores oportunidades. Siendo aún  muy pequeño, fue entregado a su abuela paterna, quien terminó siendo su madre de crianza.   Vivió sus primeros años en San Basilio de Palenque, Bolívar, un municipio donde los tambores, cánticos y danzas tradicionales evocan la cultura africana que habita como suspendida en el ambiente y que se resiste al olvido.    San Basilio tiene una historia heróica. Fue el primer palenque, las comunidades fundadas como refugios por esclavos fugitivos en el siglo XVII, y hoy es el único que persiste, lo cual lo convierte en un espacio importante para la preservación de las tradiciones sociales y, sobre todo, musicales de sus raíces africanas.   Charles creció impregnado de esa riqueza cultural. Pero también de las inmensas necesidades por las que pasan las familias de este municipio y que no distan de las que se viven en otros lugares del país. Bajo el sol radiante y siendo todavía un niño, acompañaba a su abuela a vender frutas y a hacer otros trabajos relacionados con la agricultura. No conoció la escuela hasta los 13 años cuando, de San Basilio, se fue a vivir a Cartagena.    Al escuchar ritmos tradicionales en su cotidianidad, Carlos desarrolló un talento especial que ni él mismo sabía que tenía. Sus días siempre estaban acompañados de bailes y cantos, y ya en la adolescencia empezó a componer sus propias canciones.   “Yo escribía sobre lo que vivía, sobre mi realidad y la realidad de mi familia. Eso era y es mi inspiración. No me daba ni cuenta pero las letras eran un reflejo de esas duras problemáticas de nuestras comunidades”, recuerda Charles.    Su primer trabajo como artista fue en Son Palenque, un grupo legendario dentro de la música afro-caribe. Durante esa época,  lo alternaba con lo que creía era su sueño: el boxeo, un deporte que le representaba ingresos económicos suficientes para vivir y que ya tenía un amplio reconocimiento en el Bolívar a causa del éxito de Antonio Cervantes Reyes mejor conocido como “Kid Pambelé”. Pero su carrera como boxeador terminó al poco tiempo y le apostó de lleno a la música. Fue allí, en las calles cartageneras, que surgió la idea de crear, junto a algunos compañeros de Son Palenque, el grupo Ane Swing.

La vida es su inspiración y la honestidad de sus letras han permitido que sus fanáticos se identifiquen con su música. Te puede interesar : Resistir a la violencia con rock: los cantantes de Chaparral   Música siempre presente   “La champeta es la música de la revolución. Para nosotros es la manera de viajar a nuestro lugar de origen que nace con la influencia de la música africana de los que se asentaron en las periferias. Nos trae recuerdos de la infancia y el estilo de vida, mucha nostalgia”, relata Charles.   Es como si el cuerpo pudiera distinguir de alguna manera esos sonidos, como si los conociera de siempre.  Y es precisamente por eso, porque hacen parte de su identidad y se reflejan en su carrera como músico, que decidió apostarle a  su talento. Con su nuevo nombre comercial Charles King -una traducción casi literal de su nombre Carlos Reyes- inició una carrera que ha traspasado fronteras y ha hecho llegar la champeta a todas partes del país.   Fue catalogado como “cronista de la champeta” por escribir a partir de aquellas situaciones que le dejan remembranzas y se vuelven canción. Todo lo que ha vivido se ha vuelto su más grande fuente de inspiración. “Yo siento la música y hablo con honestidad y es por eso que las personas sienten un tipo de conexión con lo que escuchan. Porque muchos de ellos han vivido esas mismas cosas o han escuchado que a alguien más le pasan”, dice Charles.   La champeta nació en Cartagena en los años ochenta producto de la mezcla de la música africana con algunos ritmos propios de la cultura del Bolívar. Hoy es un ritmo popular en el resto del país, gracias en gran parte al aporte que Charles King.   “Algunos programadores -confiesa Charles- dicen que no les gusta mi música y esperan que yo pague una “payola”, que es una manera de arreglar para que programen las canciones. Pero a mí eso no me gusta. Yo me siento feliz de saber que las canciones se escuchan en los “picó” y que la gente las baila. No hay forma de que la detengan porque nuestra música suena todos los fines de semana en las periferias”.   Los “picó” son sistemas de sonidos ambulantes que se instalan con consolas y amplificadores en las calles de los barrios populares. Funcionan como un termómetro que mide el éxito de las canciones, pues permiten distinguir qué le gusta a la gente, qué los pone a bailar. Y el “Palenquero Fino” sí que lo ha logrado.    Ya no recuerda exactamente cuántas canciones ha grabado, pero afirma que son más de 200. Todas ellas llevan parte de su historia misma. “La limosnera” narra la historia de una mujer que, después de perder a su esposo, va por las calles pidiendo dinero y se encuentra a merced del dolor que le provoca su pérdida y el no tener alimento. Esa canción, confiesa, le recuerda a su abuela y todas las necesidades que enfrentaba para llevar comida a su mesa.    O el caso de “El bicarbonato”, que narra una aparente visita normal a la droguería. “A las nueve de la noche venía de la droguería con mis papeletas de bicarbonato pero había una abatida y me paró la policía. ‘Alto ahí, separe las piernas y levante los brazos’. Cuando levanté los brazos, se cayeron las papeletas”, dice la canción en una clara crítica a la Fuerza Pública y su desconfianza hacia la población afrodescendiente.    Como estas, sus canciones abordan distintas problemáticas que aquejan a su pueblo. “Hay canciones que a simple vista no parecieran tener mucho significado, pero en el fondo narran muchas cosas que me marcaron. Tienen un mensaje social”, explica Carlos, que se resiste a quedarse callado y continúa escribiendo y tocando puertas para que su música siga sonando a todo volumen en los “picó” y por todo el país.    Te puede interesar : 400 años después de la muerte de Benkos Biohó, Palenque resiste