Para los estudiantes de las zonas rurales se volvió costumbre empezar el año escolar en medio de tropiezos. Cada enero las clases comienzan a pesar de que faltan docentes, textos escolares, los contratos del transporte o la alimentación. Todo esto sin hablar de los problemas estructurales que impiden cerrar la brecha de calidad entre la educación urbana y la rural. En Colombia, mientras los habitantes de las ciudades reciben un promedio de 9,6 años de formación, esta cifra apenas llega a 6 en el campo. Los rectores rurales suelen quejarse de que no cuentan con suficientes docentes, ya sea porque su contratación se atrasa o porque es difícil llenar las vacantes. Esto afecta directamente al alumno porque se traduce en menos horas de clase, explica el exviceministro de Educación Julio Alandete.
Escuela rural de El Carmen de Bolívar. ©MARCELA MADRID VERGARA. «Cuando un maestro rural se retira o entra en licencia, pueden pasar hasta cuatro meses para que le pongan un reemplazo» JULIO ALANDETE, exviceministro de Educación Pero aún cuando hay docentes, muchas veces les falta formación. En las zonas rurales, solo el 35 por ciento de los profesores tiene algún título profesional, según cifras del Ministerio de Educación en 2016. “La educación rural debería contar con los mejores maestros”, opina Julián de Zubiría, director del Instituto Alberto Merani. Pero eso difícilmente sucede, explica, por los pocos estímulos que los maestros más preparados tienen para trabajar y vivir en zonas rurales. Aunque no es fácil encontrar una alternativa que logre hacer más atractivo el campo para estos profesionales, varios expertos coinciden en la necesidad de mantener y ampliar el Programa Todos a Aprender (PTA), una estrategia de formación in situ en la que un docente se traslada a zonas alejadas a trabajar como tutor de otros maestros. El Programa, creado en el primer gobierno Santos, hoy beneficia a más de 100.000 docentes en 4.500 escuelas del país.
Escuela rural de Rioblanco, sur del Tolima, un municipio cafetero donde los menores suelen abandonar la escuela desde temprano. ©EDUCAPAZ. Sin infraestructura Mientras la atención del país todavía está centrada en los debates sobre las finanzas de la educación superior, los 15 estudiantes de la institución educativa de la vereda El Oasis, en Puerto Rico (Meta) a orillas del río Ariari, iniciarán este año escolar en un restaurante. Entre julio y agosto del año pasado, las fuertes lluvias provocaron una creciente que se llevó casi toda la escuela. Los líderes y padres de familia del pueblo observaron la estructura destruida luego de haber realizado un descomunal esfuerzo por conseguir recursos para mejorar las instalaciones que llevaban años sin inversión. A pesar de la precaria infraestructura, la comunidad de El Oasis se ha esforzado por garantizarles a los niños, al menos, un transporte hacia la escuela. José Silvino Rivero, presidente de la Junta de Acción Comunal, cuenta que armaron una ruta en lancha que recoge a los 15 alumnos en varias tandas. Entre todos pagan la gasolina del recorrido que tarda tres horas.
La escuela rural de la vereda El Oasis, en Puerto Rico (Meta), quedó prácticamente destruida después de que el río Ariari se la llevara. ©JOSÉ PUENTES RAMOS. Como El Oasis, el 27 por ciento de las escuelas rurales del país se ven afectadas frecuentemente por inundaciones. A esto se suma que el 40 por ciento no tiene acueducto y el 80 por ciento no tiene gas, según una encuesta aplicada por el Ministerio en 2014. Constanza Alarcón, viceministra de educación preescolar, básica y media, afirma que una de las principales apuestas del gobierno relacionadas con la infraestructura precisamente es fortalecer los internados rurales. “Estas residencias escolares se encuentran en condiciones críticas de calidad y básicamente son la única oferta para muchas comunidades, principalmente para los indígenas”. Clases sin contexto Aun si el gobierno resolviera todos estos pendientes, los estudiantes rurales probablemente seguirían rezagados. La baja calidad de la educación rural tiene en los currículos poco pertinentes y adaptados al contexto una de sus causas de fondo. En Rioblanco (Tolima), la deserción rural alcanza el 86 por ciento, según cálculos del programa Educapaz. Muchos alumnos han dejado la escuela porque ellos y sus familias perciben poca relación entre los contenidos y su contexto más cercano: el cultivo de café. Para tratar de revertir esta realidad, el gobierno nacional se fijó como metas reducir la deserción, ampliar la cobertura, enlazar más los niveles de básica y media con la formación técnica y tecnológica e invertir en infraestructura educativa, principalmente.
Henry López, rector de la escuela José María Córdoba, vereda Maracaibo (Rioblanco). ©LEIDY ARÉVALO. «La economía local cafetera en Rioblanco exige que los hijos se integren al trabajo de cosecha para reducir costos y obtener alguna ganancia» HENRY LÓPEZ, rector de la escuela José María Córdoba (Rioblanco, Tolima) Para lograrlo, el Ministerio de Educación debe acelerar planes como la versión rural del Programa de Alimentación Escolar (PAE), la puesta en marcha de modelos pedagógicos flexibles por medio del Programa Especial de Educación Rural (PEER) y la inversión en infraestructura escolar, un reclamo anual de los padres en la Colombia rural. Los docentes del campo, agrupados en la Mesa Nacional de Educación Rural, tienen una propuesta más amplia: una política pública que garantice que la población rural tenga una educación oportuna, suficiente y de calidad. Esperan que el gobierno la incluya en el Plan Nacional de Desarrollo, que deberá presentar al Congreso el próximo mes. Aún hay tiempo de lograrlo. POR: Marcela Madrid | Editora de ‘Desde el territorio’ @marcemv91 José Puentes Ramos | Editor regional @josedapuentes Con reportería de Leidy Arévalo, colaboradora en Rioblanco Este artículo fue publicado la edición 1916 de la revista Semana