Hace 50 años, Helio Mendoza, quien ayudó a fundar la vereda Belén, ubicada a cuatro kilómetros del casco urbano de Agua de Dios, vio en los relictos del bosque seco tropical del alto Magdalena una oportunidad para agradecerle a la naturaleza. Primero compró 20 hectáreas, en donde construyó una casa colonial para vivir y recibir a sus hijos, la mayoría radicados en Bogotá. Poco a poco fue sumando más terreno, hasta completar cerca de 90 hectáreas repletas de árboles del bosque seco tropical, ecosistema casi extinto en el país. Constanza Mendoza, una de sus hijas, lo visitaba constantemente. Asegura que quedó maravillada con la obra que hacía su padre en este sitio, donde hay cuevas con murciélagos, un imponente mirador, senderos abiertos por los animales y un nacedero de agua en medio del bosque tropical.
El avistamiento de colibríes es uno de muchos atractivos ecoturísticos de la reserva Mana Dulce. Nicolas Acevedo
En la cueva la Chimbilicera, dentro de la Reserva, habitan 19 especies de murciélagos. Nicolás Acevedo. “Hace 20 años, con mi hija menor aún en la barriga, tomé la decisión de radicarme del todo en la casa de mi padre, quien murió al poco tiempo de mi llegada, a los 95 años. Pero empecé a pensar en crear un proyecto para que la gente pudiera apreciar la maravilla del bosque seco que había conservado, pero sin atentar con los recursos naturales”, dice Constanza. En el 2002, hace 17 años, logró convertir las 90 hectáreas de la finca en una Reserva Natural de la Sociedad Civil Mana Dulce, que significa donde brota el agua. Eso le permitió a Constanza trabajar en un proyecto ecoturístico. “Quería que los turistas aprendieran sobre la biodiversidad e interacturan con la naturaleza, además de concretar espacios para que las universidades y entidades científicas realicen sus investigaciones”.
«Empecé a pensar en crear un proyecto para que la gente pudiera apreciar la maravilla del bosque seco que había conservado, pero sin atentar con los recursos naturales» Constanza Mendoza. Y así sucedió. Puso a Mana Dulce al servicio de la comunidad para que conocieran sus beldades naturales, entre las que están senderos decorados con árboles como ceibas y palmas de más de 150 años y 30 metros de altura; un nacedero natural con 200 años de vida; un antiguo puente de piedra, que aseguran es el tercer puente en piedra natural construido en Colombia; la cueva de la Chimbilacera, de cuatro metros de altura y 20 de profundo, donde habitan 19 especies de murciélagos; y el Mirador del Indio Malachí, que ofrece una panorámica del bosque del Alto Magdalena. “El canto de las aves embellece el recorrido de más de dos horas. Tenemos identificadas cerca de 220 especies de aves, en su mayoría endémicas, como el tochecito. Ken y Luna, dos perros criollos, acompañan a los cuatro guías que tenemos en las caminatas ecológicas. Al mes vienen en promedio 300 personas, quienes salen mojadas, llenas de barro, sudadas, pero felices después de vivir esta experiencia”, dice Constanza. Le puede interesar Pedro Palo, un tesoro místico Entre el bosque, esta mujer construyó un sendero para que los turistas agudicen sus sentidos. Con los ojos vendados, los guías los meten en espacios cargados de agua, vegetación y lodo. También hay pruebas extremas para los más osados, quienes pueden escalar infraestructuras elaboradas en madera. “Hasta monjas han venido a visitar la reserva. Con sus hábitos bien puestos, participaron de todas las pruebas y quedaron maravilladas”, dice Luis Arias, quien lleva dos años como guía. En un aula verde, estudiantes y profesores de universidades como la Nacional, Javeriana, Militar y Tolima, sacan insumos para sus investigaciones y tesis. El avistamiento de aves es uno de los mayores atributos de este bosque. “El espíritu del bosque es el mismo espíritu de Dios, por eso estamos en la obligación de protegerlo”, puntualiza Constanza.
Algunos detalles al azar en la reserva Mana Dulce. Nicolás Acevedo.