La cancha de fútbol y las cuatro casas amarillas del internado Buenavista aparecen como un espejismo en medio del paisaje semidesértico y poco habitado de La Primavera (Vichada). En ese departamento casi todos los colegios son internados, pues la distancia entre los puntos poblados y la falta de carreteras dificultan y encarecen el transporte. Entre la cabecera municipal de La Primavera y el colegio Buenavista hay 109 kilómetros y el recorrido en carro dura cinco o seis horas. La dificultad para llegar a la escuela y la falta de presencia institucional la han condenado -como a tantas otras en la ruralidad- al olvido: los profesores todavía luchan por acceder a bienes y servicios básicos.    

Para Jenci Ortiz, rector del colegio, lo más problemático ha sido no contar con energía. Los 46 niños -la mayoría pertenecientes al pueblo indígena sikuani- que estudian en Buenavista han vivido ciclos de oscuridad, en los que tienen que acostarse a las seis de la tarde, cuando se esconde la luz del sol, entre otras condiciones impuestas por la falta de energía. El 5 de junio, el Movimiento Ambientalista Colombiano y la Fuerza Aérea trabajaron juntos para instalar un sistema de páneles solares que genera un kilovatio de energía y puede utilizarse para el aula de clases o áreas comunes.  Pero la vida en un internado sin luz no es el único relato que brilla en esa escuela vigilada por la selva del Vichada. Allí también resalta la pasión de Noralba Moreno, una profesora sikuani que preserva las tradiciones de su pueblo; y la amistad de dos jóvenes que no hablaban español pero cantaban música llanera. Semana Rural resalta tres historias que dibujan los obstáculos, los sueños y la vida en la ruralidad.  

Alumbrar con velas en el siglo XXI   La profesora que enseña en dos lenguas para preservar a su pueblo                    

         La música llanera también se canta en sikuani