De Santa Cruz del Islote se oye hablar poco pero también mucho. “La isla más densamente poblada del mundo”, dice fulano; “Allá se casan primos con primos”, adivina mengano; “Para ir de un lugar a otro hay que pasar por entre las casas”, promete perencejo. Lo cierto es que esta isla de 10.000 metros cuadrados vive entre el mito y la realidad, entre lo que imaginamos de ella y lo que en verdad sucede. Sobre el cúmulo de corales y piedras chinas se levantan 97 casas, que a duras penas se divisan en medio de horizonte de agua y que forman una isla del tamaño de dos canchas de fútbol. Allí los colores suenan a champeta y se camina como se baila. Es como vivir dentro de un plano secuencia donde los protagonistas siempre son niños y adolescentes, el 65% de su población. En este municipio de Bolívar no hay agua potable, ni energía eléctrica, ni puesto de salud, pero hay dos acuarios, tres tiendas y una boutique que sirve de ropero a los habitantes en ocasiones especiales.
Es miércoles 28 de noviembre de 2018. Son las 11:30 am y el panorama es atípico. Las calles no están abarrotadas de chicos corriendo de una sombra a otra. La música suena a volúmenes extrañamente bajos y, por primera vez en dos años desde que visito este lugar, se percibe una sensación de calma. Es un día especial.
EN LA PLAZA, entre guirnaldas azules, estrellas doradas y una que otra cerveza, , los profes del Islote preparan un gran escenario. Al montaje se van sumando las manos de los estudiantes y el set va tomando forma. Es un trabajo en equipo. “Aquí la cohesión social lo es todo, sin eso fracasaríamos”, explica el profesor y líder comunitario Alexander Atencio, de 39 años, y quien llegó a la isla hace 28. A las 12 del mediodía comienza un desfile de letras y números gigantes, O, 8, R, 0, 1, M, 2, P... que se escondían en un salón de la escuela y terminan acomodándose en el centro del lugar: PROM 2018. Hoy, 14 estudiantes de la Escuela Santa Cruz del Islote se convertirán en sus primeros bachilleres y exalumnos. En ellos, también están puestos los sueños de una población que lucha por salir adelante con el talento de su gente como única arma frente al histórico abandono del estado. La escasa energía que proveen los paneles solares hoy se puso en marcha antes de lo habitual. Estilistas con sus planchas para el pelo también hacen su desfile entre las calles, si así se pueden llamar. Hoy no hay turistas, pero muchos familiares y amigos han llegado de otras orillas para no perderse la fiesta del grado. En el interior de las casas huele a esmalte, los tonos del maquillaje parecieran combinar con las paredes, las risas esta vez son nerviosas, es un sentimiento mezcla de orgullo y responsabilidad que no conocía el pueblo.
“Yo quiero estudiar Pedagogía Infantil en una universidad en Cartagena”, se promete DAYANA DE HOYOS NEWBALL, de 18 años, mientras la maquilla su hermana Aura, también exalumna y quien desde muy joven se fue a estudiar a Barranquilla. “Mi sueño es estudiar y luego volver al Islote para ayudar a los más pequeños a salir adelante, aquí se necesitan más profesores”, añade. Tiene ganas de salir adelante Dayana, pero también tiene dos miedos: que su familia no logre mantenerla en Cartagena mientras estudia y que la discriminen en esa ciudad por ser negra.
Dayana de Hoyos Newball (18) aprovecha la oportunidad de ser maquillada por la hermana de Aura, su compañera de prom. Para ella inglés fue la materia más difícil durante toda la escuela. Lo que más le gustó: la entrega de los profesores por enseñarles. © CHARLIE CORDERO «Es muy difícil ir a estudiar a otro lugar si nuestras familias no tienen las condiciones económicas para mantenernos mientras estamos fuera, la idea es poder trabajar y estudiar». DAYANA AURA MARÍA MORELOS DE HOYOS, de 20 años, se encuentra en la misma habitación con Dayana, es la siguiente en el turno de maquillaje. Un poco menos extrovertida y con voz más pausada menciona que quisiera estudiar enfermería en Barranquilla, pero que la plata no alcanza. * * * AFUERA, el DJ empieza a soltar los primeros temas para probar el picó. Los curiosos que se acercan a la plaza también colaboran, todo tiene que estar listo a las 4:00 p.m. JAVIER MORELO DE HOYOS (23), el hermano de Aura, iza la bandera de Colombia frente a la escuela. Se lo tiene bien ganado, pues obtuvo la mejor Prueba Saber de Santa Cruz del Islote con 240 de puntaje. “Antes la educación era muy deficiente, sexto y séptimo se hacían unidos, no teníamos los profesores suficientes, algunos daban las asignaturas que no les correspondían para no dejarnos con el vacío”, recuerda. Pero no solo la calidad era deficiente. Hasta hace solo dos años la escuela no tenía rejas, baño propio, aire acondicionado y ni hablar de conexión a internet. “Los abanicos eran nuestros cuadernos”, comenta Javier, quien además es el líder de los jóvenes de la iglesia cristiana y trabaja como operador de internet en el único kiosco digital. Al principio, un niño de Santa Cruz del Islote entraba a la escuela y sabía que con suerte solo podía llegar a sexto, no había manera de estudiar más. Luego de un gran esfuerzo lograron terminar noveno grado. “Me toco dejar de estudiar dos años hasta que abrieron 9°, y pude volver a ingresar. La motivación es nuestro peor enemigo... ...para mí fue muy difícil retomar los estudios, es muy difícil tener que parar y luego volver, eso desmotivó a muchos que dejaron de estudiar para siempre”, sigue Javier. Aunque su prueba fue la mejor, no alcanzó la meta de 315 puntos. En todo caso, y en medio de las dificultades, se siente satisfecho.“Mi sueño era estudiar ingeniería ambiental en la Universidad del Magdalena, pero el tema de recursos frustra nuestros sueños. Quedé seleccionado en el SENA de Sincelejo para técnico en sistemas. A futuro quiero estudiar y vivir en Bucaramanga. Eso sí, sin olvidar nunca de dónde vengo”, concluye y sale corriendo a cambiarse. Ya son las 3:50.
Esta fotografía de la escuela fue tomada en febrero de 2017 antes de las mejoras. En aquel momento, no tenía rejas, lo que hacía que los estudiantes salieran y entraran con facilidad. No había baños, ni aire acondicionado en las aulas, ni una planta eléctrica propia. © CHARLIE CORDERO Las togas blancas y la piel oscura contrastan con el paisaje. Aunque quisieran esconderse para no ser vistos hasta la ceremonia, no hay muchas rutas para llegar al segundo piso de la escuela sin pasar desapercibidos. Allí llegaron ANAELISA, TEIBY, MARIA PAULA, ANDERSON, FREDY, MARTI, ROSA, CÉSAR, ISABELLA, MARYURIS, DAYANA, AURA, JAVIER y por último JOEL, el graduando que más ha tardado en acicalarse y a quien más le costó terminar la escuela. Dice que estuvo a punto de retirarse varias veces. «Había muchos trabajos, muchos exámenes, me estresé demasiado. Yo no quería graduarme de otro lugar que no fuera Santa Cruz del Islote, por eso desde que regresé les preguntaba siempre a los profes cuándo iban a abrir más cursos, oraba por eso, hasta que un día se dio. Es como si nos hubieran hecho un regalo». - JOEL Cerca de las 4:45 p.m., todo parece estar en orden para empezar la ceremonia. De un lado de la plaza, familiares y amigos se buscan un buen lugar entre las sillas delanteras para tomar la mejor foto o hacer el mejor video. Mientras los profes se ubican en la mesa principal, arriba, los chicos se dan cuenta de que todos tienen la toga al revés, faltan solo 5 minutos para su entrada triunfal. Así comienzan los grados. Desfilan los más pequeños que se gradúan de preescolar, con sus birretes azules por donde se escapan algunos crespos. Desfilan los de quinto grado, próximos al bachillerato y, por último, salen en parejas agarrados de las manos los próximos exalumnos. Felices, pero nerviosos por ese futuro incierto, con ganas, miedos y sueños en iguales cantidades. La gente aplaude, grita, graba, chifla y toma fotos.
Unos niños de preescolar se asoman en el balcón de la escuela para tener una vista general de la ceremonia. Junto a ellos también recibieron grados los chicos de primaria y por supuesto la primera promoción de bachilleres. Un evento sin precedentes. © CHARLIE CORDERO
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El sueño de Dayana es estudiar Pedagogía infantil y regresar a la isla para enseñarles a los más pequeños del Islote. Aportar un granito de arena para sacar adelante su comunidad. © CHARLIE CORDERO La alegría de hoy es el resultado del esfuerzo de toda una comunidad, que desde 2016 lucha por una mejor escuela y calidad en la educación para sus hijos. “Hace 2 años logramos conseguir 230 millones de pesos con lo que se le empezó a cambiar la cara a la escuela”, recuerda el profesor y líder comunitario ALEXANDER ATENCIO, quien añade que se mejoró la conectividad, la infraestructura, se compró una planta de energía, aires acondicionados y se contrataron nuevos docentes. También menciona que ahora el gobierno debe esforzarse en construir laboratorios, espacios recreativos y atención a la primera infancia y a los recién graduados. Incluso, recomienda que la escuela pueda ser técnica-ecoturística para así responder a las necesidades de la población y del entorno de manera eficiente. “La escuela se nos quedó pequeña”, menciona en el discurso que da paso a la entrega de los diplomas.
La luz ya escaseaba. Con linterna en mano llamaban uno por uno a los graduandos. Posaban junto a su profesor frente a la cámara de un fotógrafo que prestó el Hotel Punta Roca. Alguien decidió que a falta de luz era preferible encender una bengala roja, entonces la escena se cargó de surrealismo. Cada nombre, un aplauso; cada diploma, una algarabía. Entre el brindis y el juramento, el desorden de los familiares y la falta de luz acabó la ceremonia con una improvisada pirotecnia. En la euforia de sus caras se veía el orgullo, el amor por la tierra, el deseo y la esperanza de que esta sea la primera de muchas fiestas para cada fin de año. Anelisa, Teiby, Maria Paula, Anderson, Fredy, Marti, Rosa, Cesar, Isabella, Maryuris, Dayana, Aura, Javier y Joel dejaron de ser “los de once” para convertirse en el ejemplo de toda una generación.
Fredy José Mercado Medrano en medio del rojo de una bengala durante la ceremonia. Con sus 19 años espera poder ingresar a alguna universidad para estudiar ingeniería mecánica. © CHARLIE CORDERO
A las 7:30 p.m. llegó la luz y la ceremonia se transformó en fiesta. Un vaivén de familiares y amigos recorrían el escenario, que para ese momento era la pista de baile. Toda la isla quería fotos con los graduandos. Los curiosos dejaron de serlo para sumarse a la fiesta, las neveras abarrotadas de cerveza se acomodaron a lado y lado de la plaza mientras el DJ se paseaba de Roberto Carlos a Big Deivis Ft. Dandy Bway sin contemplaciones. “Hay que trabajar de la mano con los padres, muchos de ellos no estudiaron, no tienen la cultura del estudio porque desde muy jóvenes empezaron a trabajar”, grita el profe Alex mientras se hace un campo al lado del DJ. Javier, quien para todos sus compañeros fue un gran líder, menciona que la única manera de salir adelante y alcanzar lo que se anhela es estudiando. “Ser bachiller de aquí ya es una gran responsabilidad”, explica mientras se arregla la corbata antes de salir a la fiesta. Los 14 héroes vuelven a la verbena luego de un rato. Ya sin togas y sin birretes, con vestidos largos de lentejuelas y corbata, se mezclan en medio de una gala de elegancia tropical. En el centro de la pista todos bailan entre sí, se hacen selfies, carcajean y en medio de algunos tragos cuentan a gritos sus anécdotas más preciadas. Según Aura, Física fue la materia más difícil, aunque “no se compara con lo que se viene”, pronostica para sí misma.
La fiesta sigue hasta el amanecer, pero ya no les pertenece a los exalumnos. Mañana volverán a encontrarse para hablar del futuro, para ver cómo hacen para no perder contacto, para compartir las frases de incertidumbre por no saber que harán o a donde irán. Tal vez no lo saben, pero les surgen las mismas preguntas que a cualquier promoción de bachilleres en Colombia. Ellos, que han sufrido de primera mano la soledad y el abandono del Estado, saben que salir adelante ya no dependerá de sus padres o profesores. "El dinero para salir adelante depende de uno mismo", concluye Joel. Futuro pediatra, si todo sale bien. Por ahora, puede darse un momento para cerrar los ojos y soñar mientras tararea "es mi baile de graduación, mi party…"
Anderson Mercado Medrano es fotografiado junto a sus padres al final de la ceremonia. Su sueño es estudiar Medicina. Su próximo plan es ir a Cartagena para buscar recursos y ayudas para poder ingresar a alguna universidad. © CHARLIE CORDERO
CHARLIE CORDERO es un fotógrafo documental de 29 años con base en Barranquilla, Colombia. Periodista de la Universidad del Norte (Barranquilla) y Máster en Fotografía Editorial y Fotoperiodismo de la escuela de artes y espectáculos TAI (Universidad Rey Juan Carlos) en Madrid, España. Los temas recurrentes en su trabajo son derechos humanos, ideología de género, memoria y reconciliación, conflictos y uso de la tierra. Su trabajo ha sido publicado por diversos medios alrededor del mundo como El País (España), GEO, National Geographic, Washington Post, New York Times, Courrier International (Francia), Vanity Fair, The Guardian, NZZ (Suiza) entre otros. También trabaja como docente del programa de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad del Norte, la Universidad Sergio Arboleda y la Universidad Autónoma del Caribe, en Barranquilla, Colombia. *Sigue el trabajo de Charlie Cordero en su cuenta de Instagram: @charliecordero_