“Profe, a mí me gustaría ser como mi abuelo”, dice uno de los estudiantes. Otro, sin dejarse intimidar, comenta que quiere “su propia parcelita para cultivar”, y al fondo, se escucha que otro del grupo desea “tener su finca llena de animales”. Azucena Bautista Sandoval, o ‘la profe’, escucha los sueños de sus estudiantes. Sabe que ha sido difícil mostrarles las bondades del campo, pero cada vez son más los niños y niñas que quieren quedarse en Suratá, un pequeño municipio de Santander a 50 kilómetros de Bucaramanga.   Azucena sabe que esa seguridad es difícil de mantener. Hace unos años, abandonó su casa en la vereda El Carichal, en Málaga. La situación en su municipio fue crítica: la llegada de los paramilitares, los desplazamientos forzados y las amenazas a organizaciones de víctimas, periodistas y comunidades campesinas. Decidió llegar a Suratá, otro municipio de vocación agrícola, para continuar con sus dos pasiones: el campo y la enseñanza. Es licenciada en Español y Comunicación, pero decidió honrar la tradición de su abuela materna y llevar sus libros, lápices y anotaciones para trabajar en las zonas rurales.   Hoy, a sus 61 años, lidera Semillas de Paz, un proyecto educativo en el que les enseña a los estudiantes de la Escuela de Pánaga sobre historia, tecnología, hábitos de vida saludable y el cuidado del campo. Ese amor por lo rural y la enseñanza la hizo merecedora de una invitación que aceptó sin pensarla: ser integrante de las Granjas Demostrativas, un proyecto nuevo en la región.   La iniciativa, que inició en el 2020, ha devuelto el color a los campos de Suratá. Incluso, los pintó de algunas tonalidades nuevas: el naranja de las granadillas, el verde amarillento de los lulos, el morado casi café de las gulupas y el rojo vivo de los tomates cherry. Todos los cultivos nacieron hace un año y, de la mano de seis familias productoras de la vereda Nueva Vereda, han creado una nueva alternativa económica y autosostenible para los campesinos del municipio: Las Granjas Demostrativas, un proyecto conjunto entre la Corporación Colombia Internacional (CCI) y Minesa, representante del sector privado. Adriana Senior, presidenta de la CCI, “este es el inicio de reconversión de una zona improductiva a una productiva y exportadora, pues son zonas aptas para frutales como pasifloras, tomates y aguacate has; el reto está en crecer para aumentar los ingresos de la comunidad, así como lograr que crezca la oferta exportable de la región y de Colombia”.  

Seis familias productoras del municipio se han unido para cultivar, por primera vez, gulupa, granadillas, lulos y tomates cherry. © Cortesía CCI y Minesa Las Granjas llegaron a Suratá luego de un análisis del potencial agrícola de la región, en el que identificaron qué cultivos de frutas exóticas podían desarrollar, de manera experimental, en 3,5 hectáreas que Minesa alquiló para ello. Este proyecto piloto capacita a los agricultores en buenas prácticas agrícolas y pecuarias, ya que aparte de los cultivos, le apuestan a la cría de cerdos. Además, otro de sus objetivos es el manejo integral de la granja mientras dure la propuesta.    Para el componente pedagógico, la CCI y Minesa decidieron hacer clases, bajo la metodología ‘Aprender Haciendo’. Alcanzaron a estudiar algunas clases de manera presencial, con las familias de la región, pero con el covid, les tocó quedarse en casa y acomodarse a las sesiones virtuales. A pesar de ello, con la ayuda de los agrónomos que dictan las sesiones siguen aprendiendo.    “Antes solo sembrábamos y ya, nos quedábamos con lo que diera la tierra —recuerda Jorge Bermúdez—. Hoy escuchamos a la matica para darle lo que pide: cortamos, abonamos, fumigamos o hacemos lo necesario para que crezca”. Don Jorge también fue otro alumno de las Granjas. Es de Suratá y ha vivido más en la cabecera municipal que en el campo. Sin embargo, junto a tres de sus nueve hermanos y por la muerte de sus padres, abandonó su trabajo en el supermercado local y regresó a la zona rural. Tiene 53 años y desde hace dos se dedica a la finca. Recuerda la experiencia de su padre, quien solo cultivaba unos cuantos alimentos pero nunca quiso arriesgarse a sembrar algo diferente. “Antes solo hacíamos una cosa o no teníamos la disposición de aprender, entonces descubrimos que podíamos hacer más de lo que sabíamos”, dice Jorge.   Con las Granjas, Jorge aprendió a hacer el análisis de los terrenos para aprovechar los recursos que da la misma tierra, a aplicar los insumos y nutrientes necesarios para la siembra, y qué hacer cuando la cosecha no va tan bien o las plantas están enfermas. También a escoger el mejor abono o el químico más eficiente pero menos perjudicial para fumigar los cultivos. Admite que no es experto, pero sus ansias de aprender, sumadas a la pasión que ha descubierto con los años, lo hacen uno de los líderes y referentes de las Granjas. Incluso, su finca es una de las sedes del proyecto.  

Para el componente pedagógico, la CCI y Minesa decidieron hacer clases, bajo la metodología ‘Aprender Haciendo’.© Cortesía CCI y Minesa Mientras, Azucena inicia con las relatorías orales en la Escuela de Pánaga. Luego, abandonaba el salón de clases y, en compañía de sus estudiantes, visitaba alguna finca cercana o el invernadero de la Escuela. El único requisito era contar con un lugar para sembrar. Con sus manos, tomaba una semilla para mostrarles cómo nacía una planta; luego, una que ya estaba en el suelo, cubierta de tierra y a punto de germinar, para mostrar el proceso.   Azucena aprovecha cualquier espacio disponible para cultivar: unas vasijas en material reciclado, en una azotea, en un rinconcito con tierra o incluso, en la finca de un vecino o amigo. Al inicio fue algo complicado, pues por ser de otro municipio se enfrentó al miedo y a la desconfianza de los durateños. Pero, con las Granjas Demostrativas y Semillas de Paz logró un espacio para fomentar la integración y la solidaridad dentro de la comunidad. “Con este programa se impone un modelo social y cultural que fortalece las buenas prácticas agrícolas y pecuarias —cuenta Azucena— y permite el sostenimiento desde la familia más pequeñitas hasta las más grandes”.    Ella recuerda que la primera cosecha de tomate cherry se compartió con 50 familias de Suratá y que, con el dinero obtenido por las ventas de alimentos, han comprado los insumos necesarios para las siguientes producciones. Según cifras del proyecto piloto, cada cultivo tendría un retorno que va entre el 10% y el 17% dependiendo del producto. Por ejemplo, si las familias suman los cinco productos, recibirían unos $2,1 millones al mes. Pensando en sus alumnos y en el futuro de Suratá, Azucena anhela que las Granjas se conviertan en una excusa para que los niños, niñas y jóvenes campesinos prefieran quedarse que salir del municipio. El envejecimiento del campo y la falta de oportunidad educativas y laborales ha obligado a muchos de ellos a probar suerte en las ciudades. Por eso, Azucena está trabajando de la mano con el Ministerio y la Secretaría de Educación local para fortalecer Semillas de Paz, y con el Sena, para implementar un colegio demostrativo con los siete municipios de la provincia Soto Norte, en la que está ubicada Suratá. “Desde el campo se pueden formar a los futuros empresarios rurales, desde lo agrícola y lo pecuario —cuenta Azucena, al recordar los deseos de algunos de sus estudiantes—. Quiero que empiecen a soñar”.    

© Cortesía Azucena Bautista Hasta el momento las Granjas solo se encuentran en Suratá, aunque Azucena cree que sería bueno replicar la idea en otros municipios del país, entre ellos los municipios mineros de la provincia de Soto Norte. También quiere incluir a las universidades, que desde sus clases o el alcance que tienen a nivel nacional podrían ayudar al fortalecimiento y reconocimiento del programa. Todo con el fin de ayudar a las familias y a los habitantes de Suratá.    Este año, el verde biche de la gulupa se pintó de los tintes morados que caracterizan la fruta. Lo mismo con la granadilla, que ya cuelga de las ramas de algunos árboles del sector. Azucena y sus compañeros esperan recoger la primera cosecha de ambas frutas, la primera en la historia de Suratá. Con el lulo deben esperar un poco más, pues aún no tienen el tamaño apto para la recolección. En cuanto a las prácticas pecuarias, continuarán con la cría de cerdos y con una idea ecológica para aprovechar las heces de los animales: implementar un biogestor que los utilice como abono en la finca.   Con el tomate la historia es otra. La primera cosecha ya fue una realidad y esperan superar la producción pasada. Azucena, por su parte, prepara las próximas lecciones para explicarle a sus estudiantes los secretos de una buena cosecha. Don Jorge continuará con las lecciones, sin importar si son virtuales, pues apagará el computador y saldrá a llenarse las manos de tierra con tal de sembrar nuevas plantas. Los dos, junto a las otras familias campesinas, trabajan en la Granja por la tradición de sus familias y el legado que le pueden dejar a las futuras generaciones. Sobre todo, para cuidar esos campos que nacieron apenas hace un año. “Sin los campesinos y su esfuerzo, en las ciudades no seríamos nadie”, dice Azucena quien, con una sonrisa en el rostro, vuelve a recordar los sueños de sus estudiantes, los mismos que quieren seguir en el campo y cultivar hasta honrar la herencia de sus abuelos. Te puede interesar: La plataforma digital que ha permitido que decenas de agricultores en el Valle del Cauca no pierdan sus cosechas