Antonio Lopera no sabe con exactitud la receta del éxito. Quizá sea considerar a sus trabajadores socios antes que empleados. Quizá sea el amor por el campo. Quizá las enseñanzas de sus padres, que comparte entre 18 hermanos. O quizá sea una mezcla de todo eso. Lo cierto es que este hombre, de 65 años, es hoy el principal proveedor de tomate de árbol en grandes superficies del país. Su historia no deja de ser la de un campesino de antaño, que creció en medio de vacas, quesos y cantinas de leche. De hecho, esos productos fueron por mucho tiempo el soporte de su numerosa familia a las afueras de Santa Rosa de Osos (Antioquia), en la vereda La Muñoz. Para ellos, viajar a Medellín los fines de semana era una oportunidad de ofrecer los productos a otros campesinos o citadinos que llegaban a la plaza de mercado Guayaquil.  Antonio, entonces de nueve años, trabajaba junto a su padre vendiendo quesos y huevos, pero también algunos tomates de árbol que les compraba a sus vecinos.    

La mayoría de personas que trabaja en la empresa de Antonio provienen de la Costa. Él dice que la estabilidad laboral es lo que más los atrae. Archivo particular.   “Conociendo Guayaquil y lo que la gente compraba me di cuenta de que el tomate era un buen negocio porque se vendía muy bien.  A los 18 años mi papá me arrendó una parte de la finca y sembré 450 árboles”, cuenta el agricultor. Eran los primeros árboles de una próspera empresa. Con una deuda de 92 mil pesos que le prestó la Caja Agraria con un programa del Gobierno que entonces se llamaba “Desarrollo Rural Integral”, Antonio sembró media hectárea que le arrendó su papá. Años después, con las ganancias, le compró la totalidad de la tierra. Es por eso que La Meseta, su finca, no solo está llena de recuerdos de infancia sino de miles de árboles que dan fruto a diario y que en su mayoría terminan en los mercados de Medellín, Cali, Bucaramanga, Barranquilla, Bogotá y Pereira.     «Hay que vender para cosechar y no -como hace la mayoría de productores del campo- cosechar para vender». Antonio Lopera  

  Así, a medida que fue cosechando y vendiendo, este agricultor paisa logró adquirir más tierras que lo posicionan hoy como el rey del tomate de árbol en el país. Sembró su sueño en 12 municipios más en Antioquia y hoy tiene 900 hectáreas sembradas y unos 1200 trabajadores que siembran, cosechan, empacan y distribuyen.  No en vano, Antioquia es el principal productor de la fruta según cifras oficiales presentadas por el Gobierno. “Hay varios trabajadores que empezaron de coteros, cargando el tomate, y hoy son  ingenieros o técnicos. Ellos siempre tienen la posibilidad de estudiar”, dice Antonio.  De hecho, su lema de vida es sembrar para el futuro. “En el campo, hemos tenido que hacer carreteras y escuelas, llevar la electricidad. Con el éxito del tomate, he traído desarrollo social al norte antioqueño”, afirma con el orgullo de quien ha superado pruebas difíciles y propias de su oficio como la pérdida de cosechas  por las heladas. Pero también, algunas tan infames como el secuestro o la masacre de varios de sus trabajadores.   Vender para cosechar, no al revés   ‘Toño’, como le dicen varios de sus amigos y familiares, conoce el negocio del tomate como nadie. Dice que si algo ha aprendido durante 38 años de cosechar y comercializar el producto es que hay que “vender para cosechar y no -como hace la mayoría de productores del campo- cosechar para vender”. En efecto, cada tomate que crece y sale de alguna de sus fincas tiene, desde la germinación de la semilla, un comprador.  

Un árbol de tomate se demora cerca de un año en dar fruto. Durante ese tiempo, hay que podarlo y apoyarlo en un palo, pues por sí solo no resiste el peso. Archivo particular. Agrega también que la siembra del tomate de árbol debe hacerse en tierras áridas que estén entre 2000 y 2500 metros sobre el nivel del mar porque ese fruto necesita crecer en zonas que tengan mayor horas luz. “Eso garantiza más concentración de azúcares, mejor sabor y color”, asegura. El proceso de la cosecha de tomate de árbol es complejo. Un árbol se demora un año para empezar a producir y, en ese tiempo, es necesario podarlo, amarrarlo y darle apoyo con un palo porque no puede con sus propios frutos. Luego de este proceso, brotan tomates por dos años seguidos que se cosechan cada quince días. La motivación es el principal motor de los cientos de campesinos que viven de ese negocio en la región. “A los trabajadores se les paga un buen salario y ellos tienen la posibilidad de ganar entre 16 por ciento y un 18 por ciento de las utilidades netas cuando llegan a ser líderes, es decir, cuando llegan a ser quienes están al mando de los cultivos", dice Antonio. Y como no, si una de las cosas que tiene claras el empresario es que, como hicieron sus papás con él, lo clave es incentivar el amor por el campo.   

Cada hectárea de tomate tiene aproximadamente 900 árboles,  que después de un año de sembrados deben cosecharse cada quince días | Archivo particular