Para Hugo Jamioy de nada sirve entender el camino que llevó a la construcción de la biblioteca, si no se entiende primero el valor que tienen las palabras en muchas de las comunidades indígenas. La biblioteca debe ser un lugar para preservar la memoria de los cuatro pueblos involucrados en su construcción: Arhuaco, Wiwa, Kankuamo y Kogui, e integrar a toda la población, pero no el lugar de donde nacen los recuerdos. Ya que, para él, tanto la poesía como las enseñanzas, las comunidades y sus tradiciones, solo son posibles en el quehacer diario, al lado de la Tulpa (fogata), en la chagra (cultivos), en la caza, en las mingas, etcétera. Y las palabras cobran sentido cuando son respaldadas por las acciones. De ahí que dos de sus poemas más bellos y también más recordados sean justamente en los que critica la concepción occidental de que los niños no deben aprender haciendo, sino solo viendo y en la que la infancia queda excluida de las actividades comunitarias. Hugo dice “el mundo está hecho para conocerse, incluso desde la concepción, y no se puede conocer algo si se participa de él como un simple espectador”. Y replica en su poesía: «No es que esté obligando a mi hijo a trabajos forzados en la tierra; solamente le estoy enseñando a consentir a su madre desde pequeño». «Solo quiero decirte hijo de mi vida que no todos los lugares son tuyos, pero cada uno de ellos guarda algo para ti». En la tierra, Hugo Jamioy. No todos los lugares, Hugo Jamioy.
Imagen de la biblioteca a poco de ser terminada/ Hugo visita las instalaciones de la biblioteca y les muestra la sección infantil a varios niños. ©Biblioteca Nacional de Colombia.
Miembros de la comunidad esperan a los demás cerca a la biblioteca, mientras tanto realizan sus tejidos. ©Repositorio Semana. Te puede interesar: ¿Es suficiente cerrar el Tayrona por un mes para darle un respiro? Por eso insiste en que la poesía y, en general, la literatura siempre han existido en los pueblos indígenas. Solo que, como estos poemas expresan, nacen en el abrazo de la tierra, en la reunión con los mayores, en las acciones y no en los estantes de una biblioteca. De hecho, con el paso de la conversación, Jamioy recordó la vez en que fue con su padre a la chagra cuando era un niño. Allí, sembraron una planta y cuando Hugo le preguntó: “¿Ya está?”, su padre respondió: “esta semilla solo será real cuando veamos su crecimiento y todo lo que te he enseñado se hará verdad cuando brote su primer retoño, no antes”. Todavía Hugo guarda esa enseñanza y la atesora con especial cuidado a la hora de escribir. Incluso se sonroja y titubea cuando lo llaman poeta, pues siente una responsabilidad enorme bajo esa etiqueta de representar a su pueblo y de estar a la altura de sus palabras, de las palabras que heredó y que vio crecer como el brote de esa semilla de la infancia. Para él, la poesía es un ejercicio comunitario, que pertenece a todos y nunca debe ser atribuida a un individuo.
Escribir como forma de resistencia Por eso, ahora que hizo parte de la construcción de la biblioteca recalca en que debe ser un espacio para acercarse, para reconocerse y para leerse unos a otros, no solo entre los pueblos indígenas, sino también entre los demás colombianos. Su literatura y mucha de la literatura indígena contemporánea se presenta de hecho como un ejercicio de traducción. Se escribe y se recita en lenguas indígenas, como la que habla Hugo (camëntsá del Putumayo), pero también se traduce al español. Tanto él y otros reconocidos autores, como Fredy Chicangana, Vito Apushana, Estercilia Simanca, entre otros, creen que escribir, ahora más que nunca, es una forma de resistencia.
A la pregunta de por qué escribir, Hugo contesta: “Porque mientras estaba en la universidad yo era muy tímido, porque no encontraba muchos lugares para contar mis historias a través de la oralidad, como me habían enseñado. Así que empecé a escribir y me di cuenta de que así me escuchaban más. Y luego seguí escribiendo en camëntsá con traducción al español, para que la gente supiera que nuestras lenguas también pueden escribirse y que la escritura no le pertenece a la tradición occidental. La escritura simbólica e, incluso, alfanumérica, ha existido milenariamente entre nosotros. Por eso es importante que la gente deje de vernos como museos vivos”. Y es que, en la medida en que el país siga creyendo que los indígenas son piezas arqueológicas que no deben cambiar, seguirá destinándolos a la estigmatización, a la opresión y finalmente a su extinción.
Trabajo comunitario en la construcción del Centro de Memoria y Biblioteca Indígena Iku. ©Hugo Jamioy.
El Centro de Memoria y Biblioteca Indígena Iku a pocos minutos de que caiga la tarde. ©Hugo Jamioy. Más allá de la escritura alfabética Por eso Miguel Rocha, el académico que más ha estudiado las oralituras en el país, ha hecho un esfuerzo enorme con las comunidades y la academia para visibilizar las creaciones contemporáneas de los autores indígenas. Con el cine, el documental, la pintura, el tejido, el performance y la poesía, Miguel les ha demostrado a los cientos de estudiantes que han pasado por sus aulas en la Universidad Javeriana que la tradición indígena está viva y está en constante transformación, y que hay todo un mundo más allá del Popol Vuh. La biblioteca de la Sierra será una gran oportunidad para exponer los trabajos de las comunidades más allá de la escritura alfabética. Sus 196 metros cuadrados contendrán salones para los tejidos, para la realización audiovisual y para las danzas, para los cuenteros y finalmente tendrán estantes que albergarán cerca de 2.300 libros. Alrededor de 70.000 indígenas de las cuatro etnias podrán acceder a las instalaciones libremente, pero cualquier persona puede conocerlas o leer su catálogo online si así lo desea. Te puede interesar: El turismo comunitario devolvió la paz en Ciudad Perdida En la otrora cuna de los Tayrona, en el Centro de Simunurwa, a 30 minutos del municipio de Pueblo Bello, Cesar, se erigirá el Centro de Memoria Indígena y Biblioteca de la Sierra Nevada, como han decidido nombrar el recinto. El diseño de la biblioteca, que ya está casi terminada, recogió la simbología espiritual del número 4: cuatro puertas abiertas a la comunidad y cuatro etnias unidas por una causa en común, su preservación. A pesar de que la ejecución de la obra se realizó con fondos y apoyo técnico del Ministerio de Cultura, a través de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas, la idea surgió de las propias comunidades en convenio con el resguardo de la etnia Arhuaca de la Sierra. Es más, surgió justo de personas como Hugo. Personas decididas a acabar con la estigmatización hacia los pueblos indígenas, sobre todo en lo que respecta a la educación y a la alfabetización. Por eso esta será una biblioteca llena, rebosante de libros y de historias. Su tradición literaria es extensa y es hora de que Colombia empiece a conocerla. En el poema “Analfabetas” Hugo se pregunta, o más bien nos pregunta: «A quien llaman analfabetas, ¿a los que no saben leer los libros o la naturaleza? Unos y otros algo y mucho saben. Durante el día a mi abuelo le entregaron un libro: le dijeron que no sabía nada. Por las noches se sentaba junto al fogón, en sus manos giraba una hoja de coca y sus labios iban diciendo lo que en ella miraba». Analfabetas, Hugo jamioy. La biblioteca entonces no reemplaza ni supera el conocimiento ancestral para las etnias de la Sierra, solo lo complementa, lo guarda y lo reúne en un momento esencial para las comunidades indígenas, en un momento en que sienten que las amenazan desde afuera y en que temen que sus costumbres y conocimientos mueran por la presión. No obstante, Hugo dice, como con miedo de que olvidemos sus palabras, que el temor a perderse no significa que le teman al cambio. Ellos, como toda sociedad, cambian constantemente. Y, por lo menos, los indígenas de la Sierra no le están apostando al aislamiento. Al contrario, para Hugo su existencia depende de que se construyan puentes, conversaciones, alianzas. Y la biblioteca, después de todo, es un gran estandarte de eso.
Los mamos de la Sierra Nevada de Santa Marta discuten con algunos empresarios del sector turismo acerca de cómo se manejarán las visitas de miembros por fuera de la comunidad a la biblioteca, sin que irrespeten o violen sus lugares sagrados. ©Cortesía Pueblo Arhuaco. Para Miguel esos puentes son esenciales en muchas de las temáticas de los oralitores indígenas contemporáneos. De hecho, recordó hace un tiempo en entrevista para El Espectador que cuando estaba terminando su doctorado en la Universidad de Carolina del Norte, Estados Unidos, tuvo la oportunidad de llevar a Hugo y a su madre, la tejedora Mamá Pastora, al campus. Allá hablaron un poco sobre los Camentsá del Valle de Sibundoy. “Fue impresionante porque pudimos traducir sus textos al inglés y la acogida se salió de lo normal: los auditorios llenos y la gente estaba muy interesada. Era la primera vez que conocían a un integrante de un pueblo indígena colombiano”, mencionó. Tal vez por eso es que Hugo, un indígena del Putumayo que migró a la Sierra Nevada de Santa Marta, donde nació su esposa, se ha convertido en uno de los autores más importantes de Colombia. Pues su insistencia en la confraternidad se ve reflejada en su escritura, una escritura tan nostálgica como tierna, tan universal como particular, tan de él como de todos. Hugo, en sí mismo, es una gran biblioteca.
Debo agradecer... Todo esto fue una minga de pensamiento: recordar a Bienvenido Arroyo Ex Cabildo Gobernador, con sus aportes iniciales; Jeremías Torres con el profundo conocimiento de su tradición, el Maestro Juan Andrés Jamioy desarrollando el diseño para la construcción, el equilibrio de la mujer Iku (Arhuaca) para no desfallecer de Aty Janey Mestre y Danit Blascina Izquierdo; y el fundamento espiritual bajo la orientación de los Mamos (Hugo Jamioy).