De tanto atrapar miel, 'Patuleco' se acostumbró a las picaduras y se enamoró para siempre de las abejas. A los 12 años buscaba panales en los viejos troncos de cedros, tíbares y otros árboles que crecen donde estos insectos se amañan y construyen sus colmenas. Pasaba las horas viendo el ir y venir de las abejas, gotas de miel que vuelan, ignorante de que danzan en el aire para comunicarse, ven el mundo en tonos azules y púrpura y de su trabajo depende el 75 por ciento de los alimentos que consumimos.    Hoy, a los 51 años, señalando una marca roja que brilla en su nariz, 'Patuleco' admite no recordar cuántas veces lo han picado las abejas. Sin embargo, está seguro de que ningún aguijón le ha hecho tanto daño como una inyección mal puesta que le chuzó el nervio ciático y, hasta hoy, lo obliga a caminar arrastrando el pie derecho. Desde entonces, su nombre de bautizo, Marco Fidel Robayo, fue quedando en el olvido, y todos en Subachoque empezaron a llamarlo 'Patuleco'.   En la región, cuando alguien encuentra un panal no duda en comunicarse con él, convencidos de que nadie sabe lidiar con las abejas como este hombre de bigote canoso y overol amarillo que se vuelve grosero cuando habla del daño de los fungicidas y la pérdida de los bosques nativos: “Me emberraca que la gente sea tan bruta. Que no entienda que, así como vamos, en 40 años no existiremos más”. De acuerdo con un estudio de la Universidad de Nueva York, en los últimos 125 años hemos perdido el 94 por ciento de las abejas salvajes. Estas cifras, asociadas en gran parte al cambio climático, son preocupantes, ya que las más de 20 mil especies de abejas son responsables del 90 o 95 por ciento de la polinización en el planeta. Estos animales, que redefinen el término workaholic, necesitan que las conozcan y las valoren, pues sin ellas vivir es imposible.   Si pudiéramos seguir a las abejas obreras en su rutina diaria, y en primer plano, las veríamos polinizar: una tarea en la que usan la estática de los pelos que las recubren como un imán para captar el polen de las partes masculinas de la flor y luego levantan el vuelo para llevarlo hacia las partes femeninas de otra  flor de su misma especie, facilitando así su reproducción de las plantas.    

En la región, cuando alguien encuentra un panal no duda en comunicarse con él, convencidos de que nadie sabe lidiar con las abejas como este hombre de bigote canoso y overol amarillo. © Germán Izquierdo   Fabio Díazgranados es otro amante de las abejas. Preside la Federación Colombiana de Apicultores y Criadores de Abejas, Fedeabejas, y es dueño de una empresa que fundó su abuelo hace 80 años y hoy sigue vigente. De acuerdo con Díazgranados, hay tres factores que amenazan a las abejas en Colombia. El primero es el cambio climático, que produce temperaturas más elevadas, pocas lluvias y fenómenos naturales extremos: esas brisas que apenas sacuden nuestro pelo, para ellas son huracanes donde la más mínima partícula es un letal proyectil.   Otro de los factores que amenazan a estos insectos son las plagas. Una en específico, un ácaro llamado varroa, es especialmente letal. Se trata de una suerte de arácnido, de 0.4 milímetros, que se aferra a las abejas y poco a poco las debilita hasta causarles la muerte. Por último, Díazgranados hace referencia al mal uso de los agroquímicos como el tercer factor determinante que pone en riesgo a estos polinizadores. El Fitronil, un insecticida que fue prohibido por la Unión Europea en 2013, aún se aplica en varios cultivos de Colombia, a pesar de que está demostrado su alto nivel de toxicidad. Además, como dictaminó la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA por sus siglas en inglés), constituye “un riesgo agudo elevado para las abejas cuando se utiliza como tratamiento de semillas de maíz".   'Patuleco' añade un riesgo más, la pérdida del hábitat de las abejas. “Es muy triste —dice— ser testigo de cómo las hemos arrinconado hasta obligarlas a hacer sus panales en contadores de luz y agua, en chimeneas y bajo los tejados de las casas. Ese no es el orden de las cosas. Ellas deberían vivir en bosques nativos, en donde les gusta”.   Los años de experiencia le han enseñado a Patuleco a actuar por su cuenta para salvar las abejas. “Tengo muchas cajas en el monte que no exploto, y que solo yo sé dónde están porque no quiero que las molesten. Quiero seguir poblando el campo de abejas”.   Las huellas que han dejado las abejas y su miel dan cuenta de cuanto tiempo llevan viviendo entre nosotros. Las nombra la Biblia, y Homero en La Iliada y La Odisea. Y mucho antes, en las pinturas rupestres encontradas en las cuevas de Bicorp (España) que datan del neolítico. Allí, en medio de muros de piedra salpicados de figuras rojizas de cazadores y bisonte, se aprecia la silueta de una mujer rodeada de abejas que extrae miel de un panal mientras sostiene en una mano lo que parece ser un canasto para guardar el dulce néctar recolectado.  

Las más de 20 mil especies de abejas son responsables del 90 o 95 por ciento de la polinización en el planeta. © Wikicommons   La miel proviene de Eurasia y de África. En Egipto, junto a las momias, se han encontrado numerosas tumbas con miel de abejas. Allí se creía que una buena alimentación era definitiva para que los muertos regresaran a la tierra. No hace falta remontarse a las civilizaciones antiguas para encontrar las grandes historias. Detrás de cada frasco se esconde el trabajo de cientos de abejas que han entregado su vida a la colonización y la preservación de sus panales. Cada día, una abeja melífera visita en promedio 7.000 flores. En toda su vida, no alcanza a producir media cucharadita de miel. Por eso, cuando alguien compra una miel por menos de 20 mil pesos, está pagando una estafa: un sirope artificial, una viscosidad azucarada.  Díazgranados cuenta que Colombia es un país donde la miel aún está por explotar. Hoy la producción del país ronda las 4.000 toneladas al año, pero el consumo sigue siendo irrisorio en comparación con los de otros países, sobre todo los europeos. En Alemania, Italia y Japón, el consumo per cápita de miel es de unos 5 kilos al año. Mientras tanto, en Colombia apenas ronda los 80 gramos.  

"Es muy triste —dice— ser testigo de cómo las hemos arrinconado hasta obligarlas a hacer sus panales en contadores de luz y agua, en chimeneas y bajo los tejados de las casas. Ese no es el orden de las cosas. Ellas deberían vivir en bosques nativos, en donde les gusta". © Germán Izquierdo , Colombia tiene un gran potencial de exportación que aún no ha sido explotado. “La gran ventaja es que, a diferencia de la mayoría de países, aquí producimos mieles multiflorales, extraídas de varios pisos térmicos, que van desde tonos casi transparentes hasta oscuros, como del color de la panela. Cada una tiene un sabor característico: unas son más dulces, otras más astringentes, otras más florales”, dice Díazgranados.    Lejos de oportunidades de grandes negocios, 'Patuleco' sigue cuidando los panales mientras arrastra el pie como si rastrillara cada paso de su vida. No entiende por qué los colegios no enseñan nada sobre las abejas. Aunque solo estudió hasta tercero de primaria, con la convicción de quien sabe qué determina la subsistencia de los hombres, dice “Los niños aprenden raíces cuadradas y cúbicas, y yo me pregunto, ¿después para qué les sirve? Deberían enseñarles a cuidar su entorno, a que entiendan, de una vez por todas, que no vivimos solos, y que dejemos de dárnoslas de los chachos, de que somos los más inteligentes que hay en la Tierra”.      Te puede interesar: En video | Los cultivadores no se rinden ante la pandemia