Zenaida Herrera nació en Agua de Dios hace 71 años, un caluroso municipio de Cundinamarca donde creció, conoció el amor, procreó siete hijos y aprendió a trabajar la tierra, en especial a cultivar maíz, tomate, ahuyama y distintos frutales. Sin embargo, los mejores años de su vida marital los pasó en Apulo, muy cerca del pueblo que la vio nacer. Según cuenta, este territorio tiene uno de los suelos más fértiles que ha conocido, por lo cual cualquier cultivo le daba cosechas rentables. Allí vivió 14 años, hasta que a su esposo lo convencieron de comprar un lote de nueve hectáreas en las montañas de Jerusalén, algo que la molestó. «Le mostraron una finca en las montañas que le gustó porque tenía un nacedero de agua. Pero no hay punto de comparación con lo que teníamos en Apulo. Solo el clima es una gran diferencia. Cuando el verano se pone fuerte, acaba con todas las cosechas, hasta con las plataneras, que resisten bastante. En Apulo no sufría de eso, no sabía lo que era la pérdida» Te puede interesar: Jerusalén, un pueblo que sana sus heridas con proyectos ambientales Ese cambio de vivienda puso fin al matrimonio de Zenaida, quien se devolvió para Apulo y dejó a su consorte viviendo solo en la nueva finca. “Pero cuando resolvimos la separación de bienes me llevé la sorpresa que me tocó la finca de Jerusalén, así que decidí radicarme acá del todo. Ya llevo seis años viviendo sola acá. Mis hijos ya están grandes”. Empezó a cultivar, la única actividad que le genera ganancias para sobrevivir. Tiene tres hectáreas con maíz, y algunos rebrotes de ahuyama, tomate y ajonjolí. Por muchos años utilizó el agua del nacedero para regar los cultivos, el funcionamiento de su humilde casa de un solo piso y para el consumo propio. “El agua de mi finca viene del nacedero, bien arriba en la montaña. Varias mangueras la conducen hasta un tanque que puse cerca a la casa. Desde ahí sacaba el líquido para todo, que venía con mucho mugre y sin hacerle ningún tipo de tratamiento. Eso era fatal. Cuando ponía a calentar el agua para el sancocho o preparar la gallina y la carne, quedaba con una espuma amarilla que no se quitaba con nada. Varias veces me enfermé del estómago”.
Zeneida es la única habitante de Jerusalén que participa del proyecto de filtros de agua de la CAR © Jhon Barros. Hace un año, funcionarios de la CAR le propusieron participar en un proyecto piloto que le permitiría dejar de consumir agua puerca, como le dice ella. “Me dijeron que querían implementar algo en el techo que haría un tipo de tratamiento al agua. Cualquier ayuda sirve, así que acepté”. Edwin García, director del Centro de Investigación Ambiental de la CAR, explica en qué consiste el piloto que le cambió la vida a Zenaida, quien el año pasado perdió casi toda la cosecha de maíz por culpa de las altas temperaturas. “Este es un proyecto de filtros para viviendas unipersonales y fincas rurales que busca mejorar la calidad del agua para uso doméstico. Lo primero que hicimos fue instalar un nuevo tanque para almacenar el agua de consumo, y garantizar así las condiciones de salubridad. Por mangueras, el agua es transportada hasta unos filtros de arena donde retiramos todo el material sólido”.
La Car como parte del proyecto instaló un tanque de agua de consumo para garantizar las condiciones de salubridad de Jerusalén. © Jhon Barros Te puede interesar: "Sembrar árboles si paga" Ya libre de residuos, el agua sigue por más mangueras hasta el techo de la vivienda de Zenaida, donde la CAR instaló unas botellas plásticas en donde ocurre algo mágico: desinfectar el agua. “Se trata de un filtro SODIS, un método de desinfección solar del agua que utiliza luz solar y botellas. El agua ingresa a este filtro y por radiación solar ocurre la desinfección. Cuando le llega a la casa, es decir al baño y la cocina, tiene un líquido de buena calidad”, anota García. Zenaida es hasta ahora la única beneficiada en Jerusalén con este proyecto, ya que aún está en análisis. “Necesitamos verificar a un 100 por ciento si la filtración es la correcta, el término de arena que se debe agregar, si el filtro es eficiente y muchas más variables. Cuando esté totalmente probado, lo podrán utilizar las demás casas de la zona rural”, dijo el directivo de la CAR. Pero a esta mujer delgada, trigueña y de cabello corto, que muele maíz todos los días, ya le cambió la vida. “El agua llega limpia y sin ninguna borona. Mis sancochos ya no quedan amarillos y los dolores de estómago desaparecieron. Para regar los cultivos utilizó el agua que hay en el otro tanque, el que pusimos con mi esposo hace más de seis años”. La envidia no se ha hecho esperar. Como Zenaida es la única que tiene agua limpia para cocinar en su vereda, algunos vecinos han tratado de dañarle el proyecto. “Uno de ellos intentó romper las mangueras y tanques. Me dijo que con qué derecho había permitido hacer eso. Yo le respondí tajante: es mi finca y yo le doy permiso a quien quiera de hacer cosas que me beneficien”.