Después de muchos años, Edith ha vuelto a oír el canto de las aves. Toches, rositas viejas, canarios y guacharacas, que habían desaparecido, retornaron a su parcela del municipio de Los Palmitos cuando crecieron los árboles que ella sembró en esta tierra del departamento de Sucre. La mañana de un jueves de marzo, mientras habla de su huerta, en la rama de un árbol de mamón canta un ave de alas pardas y pecho amarillo. “Es una chicha fría. Acá nos tienen rodeados los pajaritos cantando bien sabroso”, cuenta esta sucreña quien, junto a otros 167 cultivadores, se empeñó en devolver el bosque a unos suelos devastados por los monocultivos de algodón y tabaco. Desde la década de 1970, los campesinos de Los Palmitos vivieron de la explotación de los ambos productos. Por eso el fin de la bonanza del algodón y la salida de Coltabaco de la región significaron una pérdida de ingresos para la mayoría de habitantes del municipio. Uno de ellos, Iván López, afirma que “lo más triste, a pesar del daño a los suelos, es que estos productos generaban empleo a los campesinos. Nos acostumbramos a trabajar siempre de la misma manera y nos sentíamos los ‘chachos’. Luego, la necesidad nos hizo juntar”. Años de deforestación, explotación de los pocas reservas de agua de la región y el uso excesivo de agroquímicos, entre otros, degradaron los suelos hasta convertirlos en desertificados, como se conocen los terrenos que pierden de manera total o parcial su potencial productivo. Iván y los demás campesinos de la región advirtieron entonces que habían devastado la mejor capa de la tierra con los arados de disco y destruido el recurso más valioso: los árboles.
Vivero del predio del sr Alberto Guzmán, uno de los agricultores vinculados a la iniciativa. ©Adriana Martínez/Swissaid “Tuvimos que unirnos y pensar en serio cómo sanar nuestros suelos”, dice Iván, quien con un grupo de 18 líderes comunitarios, 14 hombres y 4 mujeres, empezaron a trabajar en una alianza llamada Equipo Agenda Rural con el fin trabajar en equipo en nuevas prácticas agroecológicas para mejorar su calidad de vida. De allí surgió el Plan de Seguridad y Soberanía alimentaria. Vinieron años difíciles, en especial entre 2012 y 2015, cuando los fuertes veranos acabaron con los cultivos de pancoger. Se perdieron las cosechas de yuca, plátano y ñame, así como las hortalizas de los patios. Esto trajo como consecuencia el hambre entre la población más pobre. Te puede interesar: Escuche el primer episodio de la nueva serie de podcasts, 'El Campo habla' Sin más camino que seguir adelante ni más sustento que sus parcelas, con la ayuda de la organización Swissaid los agricultores de Los Palmitos comenzaron a sanar los suelos enfermos. En 2018 se plantaron los primeros árboles para recuperar el bosque seco tropical. Sembraron campanos, matarratones, guacamayos, uvitos, leucaenas. “A paso lento pero seguro, empezamos a recuperar el paisaje. Empezamos 40 cultivadores y ya somos 168 los que están comprometidos con este proyecto”, dice Iván. A la fecha, estos cultivadores de Los Palmitos han repoblado más de 170 hectáreas que solían usar para agricultura o pequeñas ganaderías. También reemplazaron el arado disco por el de cincel, que conserva la vida microbiológica de los suelos y el nivel freático de los suelos productivos. La idea es que, en un futuro, no necesiten maquinaria para conservar sus sembrados.
En la foto se puede ver la entrega de material vegetal al vivero Nodriza de Cañito, donde Domingo Polo ©Adriana Martínez/Swissaid Los agricultores que forman parte de la repoblación del bosque destinan a la siembra de árboles nativos un retazo de sus parcelas, una suerte de espacio sagrado que se rodea con cerca y se destina a la conservación, a devolverle a paisaje su fisonomía original. “Aquí nunca se había visto eso, que cada productor cuidara su pedacito de bosque”, cuenta Iván. Edith asegura que, antes del proyecto de conservación, su tierra era como un desierto. Hoy, enumera con orgullo los frutales que crecen en su parcela: árboles de papaya, guanábana, anón y guayaba. Luego, como en aquella famosa canción que canta Celia Cruz llamada El yerberito, lanza una retahíla de frutos que dan cuenta de la fertilidad de su huerta: “Yo siembro el cilantro, el apio, el cebollín, el ají, el culantro, la zanahoria, el col criollo, la remolacha. Y tengo colección de frijoles: carita e’ santo, bolon, mongo, frijolillo, frijol guajiro”. Te puede interesar: Bahía Solano, la tierra donde más crece la vainilla El agrónomo Eric Medrano, quien trabaja en el equipo técnico del proyecto, asegura lo siguiente: “Si a mí me preguntaran qué es el cambio climático y qué hemos hecho para mitigarlo, mi respuesta sería: vayan al municipio de Los Palmitos”. Según Medrano, las condiciones en la región son adversas, pues a los suelos en proceso de desertificación, se suma la escasez de agua. En esta región semidesértica deberían caer 1.200 milímetros de lluvia por año. “Eso no está pasando —cuenta el agrónomo—. En el 2016 cayeron 760 milímetros, y en 2019 y 2020, un promedio de 900. Es un claro efecto del cambio climático”.
Hasta los más pequeños se han querido involucrar en los proceso de siembra. La fotografía es en el viviero de Rafael Meza. ©Gilbert Meza/Swissaid Iván resume la escasez de agua en una frase: “El tiempo anda loco —dice, y a continuación explica que, ante la falta de fuentes de agua, en Los Palmitos la lluvia es un regalo divino—. La producción se da a lo que mande la naturaleza, a lo que Dios quiera. Somos unos campesinos muy esperanzados de la venía de nuestro señor que está en los cielos, porque sabemos que no gozamos los privilegios de tener fuentes de agua cercanas”. Con la ayuda de cooperación internacional, se han construido 89 jagüeyes (pozos) que sirven para manejar las huertas caseras, la cría de peces y para regar los árboles en tiempos difíciles. Una de las estrategias centrales del plan de recuperación del bosque es la siembra de pasto. Este proceso se inició con la entrega de semillas a 76 familias de productores. El pasto sembrado es de variedad Tanzania, que es resistente al sol, la sombra y es muy productivo. Este pasto brinda alimento tanto al suelo como a los animales. Una de las alegrías que ha traído el proyecto es la vuelta de los animales. Juan Carlos Laguna, uno de los facilitadores técnicos que trabajan en la región, cuenta que con los árboles llegaron las aves y otros animales que no se habían vuelto a ver, como los armadillos y los conejos silvestres. Varios árboles también se han recuperado. Han sido sembradas 73 especies de frutales, forrajeras y de bosque seco. El 8 por ciento de éstas son restauradoras y se encuentran amenazadas.
En la foto se puede ver los diferentes productos en la cosecha en Palmas de Vino. ©Adriana Martínez/Swissaid El proyecto de Los Palmitos se diseño con nodos, en total son 14. Cada uno trabaja en este proceso de transformación y tiene su respectiva casa de semillas comunitaria. En las veredas se estableció un proceso de préstamo de semillas, trueque y devolución por parte de los productores. A la fecha, más de 20 mil plantulas de especies del bosque seco tropical han sido reproducidas en viveros locales y transplantadas para restaurar el bosque. Muchos de quienes trabajan en las casas de semillas y en los viveros son jóvenes. Ellos, según Iván, saben más de semillas que los mayores: “Conocen de germinación, de fertilización, de todo el manejo de la siembra. Hoy contamos con dos viveros que son manejados solo por ellos”. Gracias a las nuevas prácticas agrosostenibles, los habitantes de Los Palmitos han logrado diversificar sus productos y recuperar el Bosque seco tropical de esta región que colinda con los Montes de María. La soberanía alimentaria es una realidad para algunos de ellos. Iván se deleita viendo el amarillo encendido de los cañahuates florecidos mientras espera más apoyo del gobierno para la yuca, el plátano, el ñame y los demás frutos que da su tierra restaurada se paguen a precios justos con el productor. “Sin nosotros, qué sería de nuestra gente en la ciudades, qué sería de Colombia. Sin nosotros no hay comida. Por eso siempre digo que los cultivadores somos productores de vida”. Te puede interesar: El coco y el cacao: la nueva esperanza de Tumaco