Vivir de la cultura, la tradición o el conocimiento ancestral en Colombia es un sueño difícil de alcanzar. Lo es más si se habita en un resguardo indígena, un territorio rural o una zona donde los fusiles aún no cesan, aspectos que pululan en las tierras fértiles y frías de un departamento como Nariño, donde hay registradas más de 330.000 víctimas del conflicto armado. Flor del Carmen Imbacuán Pantoja, una indígena de 36 años nacida en el resguardo Carlosama del municipio de Cuaspud, ubicado a casi tres horas de Pasto y pegado a la frontera con Ecuador, lo logró. Aprovechando que desde muy niña su madre le enseñó el manejo del telar y a dominar meticulosamente la práctica del “punto, cadeneta y cruz”, y luego de ganarse varias becas para estudiar diseño de modas, en 2013 creó una fundación de tejidos ancestrales: “Hilando y tejiendo sueños”, liderada por 25 mujeres de la vereda Macas-Fátima. A diario, estas mujeres, acompañadas por sus hijas, tías, abuelas y hasta nietas, se reúnen en un taller para tejer, hilar y diseñar novedosas ruanas, chales, ponchos, chalecos, bufandas, capas, pashminas, abrigos, chumbes y faldas, todas elaboradas a mano con materiales como lana de oveja, algodón y seda natural de gusano.   Te puede interesar: Los Aislados  

Con disciplina, dedicación y un amor desbordado por sus raíces indígenas, 25 mujeres de Nariño lograron consolidar una fundación para comercializar sus tejidos, todos hechos a mano. ©Premio Emprender Paz La mayoría de las prendas son de colores vivos y con figuras y formas representativas de su cultura ancestral, productos que exhiben en su propia página web y los cuales son comercializados en varias partes del país y en Canadá, Australia, Estados Unidos y Alemania. Pero según Flor del Carmen, alcanzar ese sueño no fue fácil. El largo camino, que inició en su niñez, ha estado lleno de piedras, recovecos, obstáculos y sacrificios, tropiezos que en lugar de desmotivarla la fueron llenando de unas fuerzas indomables para no desfallecer. “Todo empezó cuando era niña, en Macas-Fátima, la vereda que me vio nacer. Allí vivíamos tranquilos. Mi papá cultivaba papa y elaboraba productos lácteos, mientras mi mamá hacía las labores de la casa y nos enseñaba a mi hermana y a mí a tejer. Pero fue difícil al comienzo, ya que no me gustaba mucho. Mi mamá se esforzó demasiado para que aprendiera. Me tocó a las bravas".  

Consolidar una organización de mujeres indígenas que ahora viven de tejer ruanas, ponchos y abrigos es el mayor orgullo de Flor del Carmen. ©Premio Emprender Paz Te puede interesar: Los siona, cinco siglos de resistencia en el Putumayo   "No me gustaba tejer" La tradición del tejido a mano siempre ha estado presente en la familia de esta mujer indígena de cabello y ojos color negro azabache, piel trigueña y voz cariñosa. Es una actividad ancestral que ha pasado de generación en generación de forma obligatoria, pero únicamente para las representantes del género femenino. “Mi mamá fue la maestra mía y de mi hermana. Ella aprendió con la abuela y la abuela con la bisabuela. Así ha sido siempre: la mujer tiene que saber tejer. Recuerdo que de niña me puso a hacer una cobija gigante, algo que me costó bastante. Los brazos no me daban. Mi madre, con un rejo, me decía: tiene que tejer”.  Con mirada apenada y los hombros encogidos, Flor del Carmen admite que en esa época no le gustaban los tejidos: la aburrían. “No entendía que mi mamá me estaba formando para cumplir un sueño. Pero uno de niño no dimensiona muchas cosas. Me aburría tanto y me quejaba todos los días. Decía para mis adentros: esto es muy duro para mi”.    «No entendía que mi mamá me estaba formando para cumplir un sueño. Me aburría tanto tejer y me quejaba todos los días. Decía para mis adentros: esto es muy duro para mí» Flor del Carmen Imbacuán Pantoja  

Hoy en día, Flor del Carmen siente un orgullo infinito por los tejidos que le enseñó a hacer su mamá. Sin embargo, cuando era niña, le aburría tejer. ©Jhon Barros «No eran grupos como la guerrilla o los paramilitares, sino civiles con malas intenciones. Estaban armados hasta las muelas» Dice Flor del Carmen al recordar una época de violencia en su resguardo   Los tres hijos del clan Imbacuán-Pantoja intercalaban el trabajo de campo y los tejidos con el estudio, algo que terminó cuando culminaron la primaria. “Los niños y niñas solo pueden estudiar hasta primaria. Es un mandato que hace parte de nuestra tradición indígena. Entonces, a las dos mujeres nos pusieron otras labores como la crianza de cuyes, los cultivos de papa y la cocina, además de seguir tejiendo. A los 12 años yo solo quería estar en el campo jugando, y no haciendo tejidos y bordados. No entendía que de eso iba a vivir”. Entre tejidos, vacas, parcelas de papas y tierra negra, Flor del Carmen vivió hasta sus 18 años, cuando todo cambió de forma abrupta. Era el año 2001 y varias bandas delincuenciales llegaron a Macas-Fátima y a las otra cuatro veredas del resguardo Carlosama a sembrar zozobra y miedo entre los indígenas, algo que tenía petrificada a su familia. “No eran grupos como la guerrilla o los paramilitares, sino civiles con malas intenciones. Estaban armados hasta las muelas”.   

En inicio del nuevo milenio llegó con una ola de delincuencia al reguardo Carlosama. Muchas tejedoras tuvieron que dejar sus casas para buscar refugio en municipios aledaños. ©Jhon Barros Acorralados por el miedo La delincuencia estaba fuera de control en la tierra que vio nacer a Flor del Carmen. Muchos indígenas murieron y otros salieron corriendo porque les quemaron sus casas o les violaron las niñas y esposas. “La gente buena que se atrevía a defender aparecía muerta debajo de la cama o en los pastizales. Cada ocho días mataban mínimo a dos personas. Todas las noches temblábamos del susto por miedo a que se nos entraran a la casa”, recuerda Flor del Carmen. Pero su familia no quería dejar botada la tierra y enterrar los sueños de seguir adelante en sus terruños ancestrales. Los Imbacuán-Pantoja eran uno de los pocos que no habían recibido impactos directos de la delincuencia, pero sabían que tarde o temprano les llegaría la hora. Una noche, unos familiares que llegaron de un pueblo cercano llamado Cumbal, los convencieron de salir del epicentro de la muerte en el que se había convertido el resguardo. “Con lágrimas nos convencieron de que nos fuéramos. Salimos esa misma noche, nos metimos en el monte y amanecimos en medio de una zanja temblando del frío. En la mañana, mis tíos, abuelos y otros familiares llegaron en un camión a recogernos. Nos fuimos para Cumbal, desplazados por la violencia”, recuerda esta indígena con los ojos encapotados de lágrimas.   

A los 18 años, Flor del Carmen tuvo que abandonar su resguardo por causa de la violencia. Siempre quiso volver y hoy tiene una fundación de tejidos ancestrales con 25 mujeres más. ©Jhon Barros «Mi papá, por la tradición indígena, no estaba de acuerdo con que la mujer estudiara algo más que la primaria. Nos decía: las mujeres son para la cocina, no más» Flor del Carmen, fundadora de "Hilando y tejiendo sueños"   Aunque tenía el corazón arrugado por dejar atrás toda la vida de su niñez y parte de su adolescencia, Flor del Carmen recibió una buena noticia: tenía el chance de estudiar el bachillerato. En Cumbal había varios cupos para ingresar a un colegio en la jornada nocturna, así que se armó de fuerzas y convenció a sus dos hermanos para hacerlo, sabiendo que a su papá no le iba a gustar mucho la noticia. “Nos tocaba de noche porque teníamos que trabajar en el día. Pero el mayor problema era para sus dos hijas, ya que mi papá, por la tradición indígena, no estaba de acuerdo con que la mujer estudiara algo más que la primaria. Nos decía: las mujeres son para la cocina, no más. Luego de varios intentos lo convencimos y nos dio permiso para estudiar solo un año. Lo que no se esperaba es que me becaron por mis buenas notas y no necesité de su ayuda para terminar el bachillerato. Me dieron varios diplomas y reconocimientos, y fui una gran líder estudiantil”. Tres años después del desplazamiento forzado, los papás de Flor del Carmen regresaron a Carlosama. Extrañaban su tierra, los cultivos y las vacas, y como el panorama estaba más calmado, decidieron regresar a recuperar lo que era suyo. “Yo me quedé con mis hermanos estudiando el bachillerato en Cumbal. Mis papás nos dijeron que en el resguardo ya no había esa delincuencia común en las calles, pero sí estaban las Autodefensas Civiles de Colombia. Lo bueno fue que no se metieron con la comunidad y limpiaron a todos esos delincuentes que robaban, mataban y sembraban amapola. Los barrieron”.  

Tejiendo e hilando lana, 25 mujeres del resguardo indígena Carlosama ahora llevan recursos económicos a sus casas. Están rompiendo con el marchismo en la zona. ©Premio Emprender Paz Te puede interesar: Las gestas de las minorías   Diseñando sueños Los buenos resultados como bachiller de Flor del Carmen le trajeron más buenas nuevas. El colegio le consiguió una beca para estudiar diseño de modas en la Universidad Autónoma de Pasto, un regalo de Dios, del cielo y del destino, asegura.  “Desde pequeña, cuando mi mamá me obligaba a tejer, yo le hacía vestidos a las muñecas. Es un talento que siempre ha habitado en mí. Recuerdo que hacía pequeños talleres con mis vecinas en el resguardo para enseñarles a fabricar prendas como pantalones y camisas. Y eso que no había estudiado nada de eso. Estuve becada en toda mi carrera en la universidad, ahí me di cuenta que mi sueño sería montar una fundación donde pudiera combinar dos talentos: el diseño y los tejidos”. Recuerda que cuando hacía las prácticas universitarias en Cumbal, el municipio que la recibió después del desplazamiento, participó en un taller sobre el manejo de un telar horizontal que le abrió los ojos. “En toda la región la mayoría de tejidos eran ruanas largas y grises para combatir el frío, sin ningún diseño. Entonces empecé a innovar haciendo abrigos con ilustraciones de los indígenas, algo que le gustó mucho al dueño del taller. Él vio mi talento y me dijo que buscara organizaciones o apoyos para obtener una financiación y montar un proyecto”.  

Los diseños de Flor del Carmen mezclan la tradición indígena con la innovación. A las tradicionales ruanas de colores oscuros les pone color y figuras ancestrales. ©Jhon Barros Por sus abrigos, Flor del Carmen participó en una pasarela de modas en Pasto. Según ella fue una sensación, ya que sus diseños rompían con el molde tradicional de los tejidos indígenas. Los halagos le hicieron tomar la decisión de montar una fundación para hacer tejidos con formas y colores novedosos, pero conformada solo por mujeres tejedoras de su resguardo. En 2011, con todo el conocimiento adquirido en la universidad y con las enseñanzas de su madre corriendo por sus venas, Flor del Carmen regresó al resguardo de Carlosama y a la vereda que la vio nacer. Allí, con el apoyo de la Universidad Autónoma, empezó a darle forma a su proyecto. Cuando lo terminó, se lo presentó al Sena con miras a encontrar apoyo financiero.  “No lo aprobaron. El Sena dijo que estaba mal estructurado y que los abrigos y demás prendas no iban a ser comercializados. El argumento del rechazo fue la cercanía con Ecuador, un país donde los tejidos son mucho más baratos. Yo creo que pensaron que mi idea era poner una tienda en el resguardo y ya, y no ampliar el negocio a nivel nacional. La noticia me dejó un gran sinsabor”.  

En un pequeño taller, Flor del Carmen y sus 25 tejedoras dejan volar la imaginación para producir prendas novedosas y llamativas, todas enmarcadas en la tradición indígena. ©Premio Emprender Paz “Estuve un año en Bogotá. Me aburrí porque extrañaba mi tierra y a las mujeres tejedoras, y el proyecto seguía rondando mi cabeza. Así que regresé a seguir tocando puertas para hacer realidad mi sueño”. Flor del Carmen, una soñadora enamorada de su tradición indígena   Perseverancia Flor del Carmen quedó desilusionada con el rechazo del Sena. Un tío le dijo que dejara de soñar con el proyecto y cogiera rumbo hacia Bogotá, la gran capital donde seguro conseguiría trabajo como diseñadora. Así lo hizo. Volvió a abandonar su terruño para llegar a la gran urbe. Al poco tiempo consiguió trabajo en una empresa que hacía ropa para mujeres. Al parecer todo marchaba bien, pero su alma estaba incompleta. “Estuve un año en Bogotá. Me aburrí, más que todo porque extrañaba mi tierra y a las mujeres tejedoras, y el proyecto seguía rondando mi cabeza. Así que regresé a seguir tocando puertas para hacer realidad mi sueño”. El gobernador del cabildo indígena le dio la mano. Al presentarle la idea decidió apoyarla con 14 millones de pesos, con lo que compró una máquina y varias herramientas menores. “Me tocó rogarle para que me apoyara, pero fue la primera persona que creyó en mí. Hablé con 40 amigas indígenas del resguardo y les conté del proyecto de tejidos. Todas quisieron participar. La plata se nos fue como el agua, ya que no teníamos ni una aguja. Pero logramos montar un pequeño taller”.  

Las 25 tejedoras, lideradas por Flor del Carmen, recorren el país mostrando su talento y tejidos ancestrales y originales. Artesanías de Colombia ha sido un gran apoyo. ©Jhon Barros Te puede interesar: Pueblos indígenas: salvaguardas de los ecosistemas y del manejo sostenible de los recursos   Al poco tiempo, la suerte le volvió a sonreír. Flor del Carmen le envió el proyecto a Artesanías de Colombia, al cual decidió llamar “Hilando y Tejiendo Sueños”. “Nos dieron un puesto para presentar los diseños en Expoartesanías. Nos tocó rebuscarnos la plata para hacer los tejidos y cubrir el viaje de tres tejedoras. Lo logramos y fuimos a Bogotá. En la feria nos fue regular, ya que muchos no creían que los tejidos eran elaborados a mano. Al final de cuentas vendimos como seis millones de pesos”. Las mujeres siguieron adelante elaborando prendas novedosas en su pequeño taller en el resguardo. En 2014 las invitaron a una pasarela en Pasto, donde el secretario de cultura de Nariño quedó flechado con los diseños. Les dio 28 millones de pesos, recursos con los que mandaron a hacer catálogos y publicidad con los diseños.  "Decidimos que “Hilando y Tejiendo Sueños” debía tener una marca propia y registrada. Así nació Hajsú Etnomoda, una palabra quechua que promocionamos por las redes sociales y en nuestro portal www.hajsú.com”.  

Los tejidos de estas mujeres son mostrados por redes sociales y la página web de la fundación. Su modelo es una joven indígena del resguardo. ©Jhon Barros El año 2015 ocupa un lugar especial en la vida de esta mujer. Estaba embarazada de su única hija, Camila, y recién casada con el amor de su vida. Sumado a esto, el Ministerio de Industria y Comercio la contactó para que hiciera parte del programa de economías propias, que le da ayuda a las comunidades rurales para que saquen adelante sus proyectos culturales, con Artesanías de Colombia como operador. “Primero nos llevaron a Ipiales para participar en una feria. Nos trataron como bebés. Fue grandioso. Vendimos todo y nos ayudaron con los gastos. Al poco tiempo nació mi hija, mi mayor alegría, y luego llegaron las grandes ayudas del programa del ministerio. Personal de Artesanías de Colombia fue hasta el resguardo a llevarnos materias primas y herramientas y darnos asesoría para mejorar los productos. Invirtieron mucho en nosotras. Además, nos dijeron que seríamos invitadas a todas las ferias y con los gastos pagos. Fue un año de bendiciones”. Desde ese año, Flor del Carmen y sus tejedoras solo han recibido beneficios para poner a andar su proyecto de tejidos. “Empezamos a tener más pedidos, tanto por el catálogo virtual como en las diferentes ferias en las que participamos. En Expoartesanías siempre nos va bien. Desde 2017 nos invitan a una feria llamada 20 etnias, que son los mejores proyectos rurales que destacan la cultura”.   Te puede interesar: La memoria del conflicto tendrá acentos indígena y afro  

Las ferias en Bogotá son los principales epicentros para atraer clientes. Los colores llamativos y diseños innovadores atraen a turistas nacionales e internacionales. ©Jhon Barros “Hilando y Tejiendo Sueños” hoy está conformada por 25 mujeres indígenas líderes, pero cada una trabaja con varios miembros de sus familias. En total, más de 80 personas del resguardo se benefician con el proyecto.   Tejidos ancestrales Varias de las 40 tejedoras que iniciaron esta aventura por el rescate de la cultura indígena, han abandonado el barco. Unas porque querían ver los recursos de forma inmediata y otras por problemas de disciplina.  “Unas pensaban que el proyecto solo consistía en repartir insumos y pare de contar. Además, no cuidaban las herramientas y pareciera que no sentían amor por el esfuerzo de las demás. Yo soy muy estricta con mi empresa, hasta una aguja es sagrada. Eso no les gustó a muchas y decidieron no seguir. Pero la mayoría seguimos adelante”.  Actualmente, “Hilando y Tejiendo Sueños” está conformada por 25 mujeres indígenas líderes, pero cada una trabaja con varios miembros de sus familias como las mamás, hijas, abuelas y hasta nietas. “Es decir que somos más de 80 personas las que nos beneficiamos con el proyecto, todas del resguardo”. Flor del Carmen afirma que todos los productos son hechos a partir del tejido ancestral. “Nosotros lo llamamos la guanga, que es el codificador del pensamiento andino. Por eso, cada prenda cuenta con figuras bordadas como la Pachamama (mujer dando a luz), la chagra andina (tierra donde se producen los frutos que nos alimentan), y la simbología propia, como el sol de los pastos y el espiral cósmico, símbolos que estaban en petroglifos y hoy en día los escribimos en el tejido”.  

Figuras como La Pachamama, las chagras de cultivos y varios astros hacen parte de los diseños y tejidos de Flor del Carmen. ©Jhon Barros Las 25 mujeres no solo tejen. También están en la capacidad de diseñar diferentes prendas novedosas, siempre guiadas por Flor del Carmen. “Ellas combinan los colores y a veces hacen bosquejos de prendas. Eso antes me tocaba a mí sola. Yo solo les doy la primera instrucción y ellas continúan. Fueron mis alumnas y hoy son maestras de su familia”. Además, esta organización femenina rompió con varios esquemas tradicionales de su comunidad indígena. Primero al darle trabajo a las mujeres, que aún son vistas en la zona como personas para criar a los hijos y estar en la casa, y segundo con la vestimenta de los indígenas. "Lo tradicional acá son las ruanas de cuatro puntas con colores oscuros como el negro, café, azul y gris. Nosotros le incluimos a las ruanas, chales, capas, pashminas, abrigos, chumbes y faldas, los colores de la bandera los pueblos indígenas andinos y del coeche (arcoiris)”. La fundación no solo obtiene ganancias para su sustento de las ferias en las que participan. Los cabildos indígenas son clientes fijos, ya que cada año sus gobernadores estrenan indumentarias. “Son como 30 ruanas por cada cabildo. Además tenemos clientes fijos en Pasto y Bogotá y hasta internacionales de países como Alemania, Canadá y Estados Unidos. Estos últimos nos conocen en las ferias y luego nos hacen pedidos a través de nuestra página web, correo electrónico, redes sociales o WhatsApp. Nos consignan el valor de las prendas y nosotras les hacemos llegar el producto. Artesanías de Colombia siempre nos refiere”.   

Hombres, mujeres, nacionales y extranjeros. Todos pueden vestir las prendas ancestrales de este grupo de mujeres indígenas. ©Jhon Barros «Seguiré fomentando y cultivando este arte desde mi resguardo indígena, contribuyendo al tejido social y al rescate de la identidad cultural con productos únicos y auténticos» Flor del Carmen   Reconocidas por construir paz Este año, “Hilando y Tejiendo Sueños” estuvo entre las diez mejores iniciativas, empresas o asociaciones colombianas dedicadas a la reconstrucción del tejido social y la paz, un reconocimiento realizado por la Fundación Grupo Social, la Fundación Konrad Adenauer y la Embajada de Suecia desde 2007. Más de 124 emprendimientos de 24 departamentos, su mayoría de los sectores agrícola, manufactura e industria, se postularon al Premio Emprender Paz. Aunque el proyecto de Flor del Carmen no quedó entre los cuatro premiados, el estar entre los nominados la llenó de orgullo y la motiva a no desfallecer y seguir creciendo como empresaria, mujer e indígena. “Empecé con un sueño y hoy ya puedo decir que soy una empresaria que defiende su tradición. Seguiré fomentando y cultivando este arte desde mi resguardo indígena, contribuyendo al tejido social y al rescate de la identidad cultural con productos únicos y auténticos. Poder visibilizar a nivel nacional e internacional el trabajo que hacemos en el resguardo nos engrandece”. Este año, Flor del Carmen ya tiene dos acciones puntuales que beneficiarán a su fundación y sus compañeras. Con la compra de 100 ovejas, trabajarán en la elaboración de nuevos productos y la producción de leche y carne. “Esto nos permitirá contar con nuestra propia materia prima. Además, ya compramos el lote para trasladar nuestro taller a un sitio más grande y propio, el cual pagamos con ayuda del cabildo indígena y la comercialización de los productos. Seguiré empoderando a la mujer indígena a través del tejido”.  

Flor del Carmen sueña con ampliar su fundación. "Quiero contar con mínimo 50 mujeres indígenas y poner tiendas propias en Bogotá y Pasto". ©Jhon Barros