Los campos de oro se extienden lejanos y brillantes, bajo la luz de un atardecer colándose entre las rocas y frailejones. El corazón hace una pausa, asimilando la inmensidad del Páramo del Sol, en el noroccidente colombiano. Como si se tratase de un portal a la tierra de gigantes ancianos, escondidos entre las nubes, vigilando los cielos en silencio, frío, inmaculado, centinela de las selvas húmedas del río Atrato, que aflora más al sur en el Cerro Plateado.
Frailejón (espeletia frontinoensis) recibiendo la luz desde el Alto del Burro | © Juan José Escobar Desde la lejanía se teje entre los pliegues de los Andes occidentales. Hacia el norte los profundos bosques del Parque Nacional Natural las Orquídeas forman lluvias impenetrables, que van escalando las montañas, enfriando los aires a medida que ganan altitud. Las nubes se arremolinan sobre los riscos, mezclados con la niebla. Se forman quebradas que alimentan las aguas del río Urrao, que con fiereza va formando su camino al sur, para irse a encontrar con el río Penderisco, hermano menor del Atrato.
Las estrellas se dejan ver por cortos instantes, debido a la gran nubosidad que trepa la montaña desde el río Atrato, incluso en verano | © Juan José Escobar
El despertar del día, llega con fuerza sobre Puente Largo, pero en un parpadeo, los remolinos de una tormenta comienzan a amenazar desde el Alto de Campanas | © Juan José Escobar Las figuras de la alta montaña colombiana, se asemejan a templos que esconden valles donde la luz intenta adentrarse | © Juan José Escobar Las altas laderas del complejo Lagunar–Puente Largo, se abren en un gran valle, rodeadas por antiguas morrenas y por el alto del Burro, más al sur. El amanecer erguido y colosal se abre paso en las llanuras, sube las peñas que crecen hacia el alto de Campanas, cima del páramo y de Antioquia con 4080 msnm. Las espigas de luz, se desperezan y encuentran refugio en cada rincón, pintando de amarillo las crestas del frailejón endémico de esta región del país (espeletia frontinoensis), que de espalda a la luz, parecen marchar en peregrinación por los filosos bordes de la montaña.
El Páramo del Sol era una de las montañas sagradas para los indígenas Catíos que habitaron el occidente Antioqueño |© Juan José Escobar Brillantes se alzan los campos dorados de Llano Grande en la franja nororiental del páramo | © Juan José Escobar Pasando las morrenas de la Cuchilla, se extienden las inacabables sabanas de Llano Grande, inundadas por cabezas de frailejones. El cuerpo y los pasos son conquistados por el paisaje. A lo lejos, más allá, al norte, la figura de Morro Pelao, único fragmento de ecosistema de páramo en jurisdicción del PNN las Orquídeas. El camino avanza hacia el oeste, donde los cañones se abren, entre ellos el Cañón de Churrumblum, donde afloran incontables arroyos que hidratan al río Encarnación. Territorio que ha sufrido los incansables horrores del conflicto armado, con la montaña como testigo de llanto y fuerza. Una tierra sin olvido, que ha resistido a lo largo de muchos años los estragos que deja la guerra.
Capítulos de frailejón de pie en el Alto de Campanas | © Juan José Escobar Puesta del sol desde el Alto de Campanos, cima de Antioquia con 4080 msnm aproximadamente | © Juan José Escobar Miramos a la cumbre, debemos ascender a los altos parajes desde lo más hondo del cañón, donde el sendero es delgado y una caída de roca perpendicular, de más de cincuenta metros, va de nuestra a nuestro lado hasta comenzar a trepar y adentrarnos en los pequeños valles dominados por paredes rocosas… de repente, entre frailejones doblados al viento, un espejo azul de agua titila cruzando las colinas. La Laguna de Campanas o Laguna Barcino, como aparece en cartografía más antigua, nos recibe en callada, con el viento golpeando la piel al igual que rocas expuestas a la merced de los valles. Helados y silenciosos, cruzan los mantos de niebla sobre el cuerpo pálido del agua, como pasando la mejilla por la espalda de un amante.
Las nubes cubren los valles del río Penderisco y del río Atrato, mientras el sol huye escandalosamente en los límites occidentales de la cordillera | © Juan José Escobar Finalmente, la tarde golpea la ladera, mientras los pies nos van llevan hasta la cima. La sombra se dibuja recostada sobre los frailejones. En el tejado rocoso, la puesta del sol estalla con su inflamado rojo-violeta, trayendo consigo las estrellas que cabalgan presurosas sobre el firmamento, luego de que el día es devorado por las selvas chocoanas. El viento arremete contra la piel, a la vez que los ojos meditan concentrados en los destellos de Urrao y las chispas ocultas de Carmen de Atrato. El páramo, ahora dominado por una profunda oscuridad, espera que llegue la mañana trayendo con el sol, el brillo de sus salones de oro.
Laguna de Campanas o Barcino, que nutre las aguas del río Encarnación | © Juan José Escobar Último valle subiendo del Cañón de Churrumblum, antes de llegar a la Laguna de Campanas | © Juan José Escobar Lorem initius...