Es un día húmedo en Quibdó. La temperatura ronda los 28 grados centígrados. Ifigenia Garcés, de ocho años, se levanta contenta, pues ese día su barrio es el encargado de armar la comparsa para las fiestas de San Pacho, una tradición de más de 300 años. En otro cuarto Flavio, su padre, se prepara para el desfile. Su vestuario está listo: taparrabo, collar de colmillos y un sombrero, a manera de corona. Pensó en cada detalle. Por seis meses diseñó con sus vecinos la presentación.   En la calle empiezan a gritar. Un hombre musculoso, de metro noventa, corre de un lado a otro con una lanza y un escudo. El guerrero africano Shaka Zulu, encarnado por Flavio, persigue a las personas del barrio, que ríen a carcajadas. “Era parte del show, pero para mí, verlo en ese momento corriendo, metiéndole tanto amor, me llenaba de orgullo. Él siempre nos inculcó el cariño por las fiestas. Teníamos que bailar, cantar, dar todo", dice Ifigenia. Ese es su primer recuerdo de San Pacho, una de las dos fiestas que han definido su vida.    Es un recuerdo que aún la marca. Han pasado treinta años desde ese día. Flavio ya no es el hombre atlético que alguna vez fue, y su hija ya es una mujer independiente. Pero a pesar del tiempo, no ha perdido el amor por su tierra y la cultura que ha definido a su familia por milenios. Un amor dividido en dos ciudades: él vive en Istmina e Ifigenia en Quibdó.  

Ifigenia con su padre Flavio  ©Archivo personal Ifigenia Garcés Quibdó “Lo comunal es una misión con la que uno nace. Es difícil convivir con el deterioro de nuestra gente y quedarse sin hacer nada. Mi labor siempre ha sido trabajar para conservar algo de nuestra identidad”, cuenta Flavio. Desde pequeño ha sido líder comunitario. Les ha enseñado a sus hijos que deben tener una corresponsabilidad con su municipio. “Si usted está bien, es porque sus vecinos y todo el barrio está bien”, cuenta Ifigenia.   Para Flavio el valor de San Pacho es la oportunidad de celebrar la vida, aún en medio de miles de carencias. La fiesta tiene origen en las festividades católicas que se hacían desde 1648 en honor a San Francisco de Asís, en la región de Chocó.   La celebración se convirtió con los años en un carnaval de las expresiones afro y del sentir chocoano. “A través de las fiestas nos podemos liberar”, dice Flavio. Por 15 días todo gira entorno al baile, el canto y los colores. “Es un espacio para escapar de la realidad. En la festividad uno realmente está usando la fiesta como pretexto para olvidar los problemas. El sufrimiento está aplazado. Cuando se acaban las fiestas, volvemos a nuestra realidad”, concluye Flavio.    Te puede interesar: Chocó Unido le mete un gol a la pandemia   Las festividades de San Pacho son de las más largas del país. Eso para Ifigenia tiene una explicación. “Es una catarsis comunitaria. La fiesta más larga del mundo está en uno de los pueblos con más problemas económicos y de orden público en el país. Esa liberación nos ayuda a seguir”, dice.   Ifigenia vive la difícil realidad de su región todos los días. Al igual que su padre se ha convertido en una lideresa. Desde su profesión de actriz, creó la escuela Mojiganga hace diez años, en la que enseña la magia liberadora del teatro a niños, jóvenes y adultos. En su día a día, gracias a sus vivencias de infancia con su padre, Ifigenia inculca en los niños la importancia de conocer y valorar su propia historia.   Es una mujer de tres ciudades. Nació en Istmina, un municipio situado a dos horas de Quibdó, en el que todas las mañanas veía árboles de marañones que recuerda “tan altos como el cielo” y en donde nacieron sus abuelos paternos. Pasó unos años en Andagoya. Allí conoció las historias del río San Juan, a cuyas aguas la lanzaba su abuelo materno para que aprendiera a nadar. Creció en Quibdó, donde tuvo varios privilegios que no comprendió hasta que ya fue adulta.    Todo lo que ha construido, sobre todo con Mojiganga, ha sido fruto de sus vivencias en Chocó, que transmite a sus alumnos. “Es súper importante que se entiendan desde esa identidad, que se enamoren de sus propias historias. A pesar de que sean realidades difíciles, son sus referentes”, explica.   En la escuela cerca del 60 por ciento de los integrantes no son de Quibdó y llegaron a la ciudad por desplazamiento. Para Ifigenia, Mojiganga ha sido un espacio para preservar su cultura. “Somos ríos, somos fiesta, somos gente pujante, llena de resiliencia. Sí, estamos en un territorio en el que hay violencia, pero uno no puede entenderse desde lo negativo. Nuestro origen nos define”, dice.  

En el desfile de los peinado afro en Istmina se debe contar una historia del departamento a través del pelo ©Archivo personal Flavio Garcés  Istmina Hoy Flavio tiene 75 años, partió de Quibdó y volvió a su tierra. Cambió el río Atrato por el San Juan. Dejó las fiestas de San Pacho y se reencontró con la Virgen de las Mercedes, la patrona de Istmina. Volvió a su juventud como líder, mientras su hija, cuida su legado en Quibdó.   En la actualidad, gracias a su labor Istmina, mantiene la cultura de sus fiestas. Como parte del consejo comunitario del municipio ha acompañado el proceso para llevar la celebración al mundo digital. El coronavirus los ha hecho transformarse. Por primera vez en años, las calles no estarán llenas de gente.   Las balsas no recorrerán el río decoradas con altares a la virgen. No se verá el desfile de peinados afro por la calle principal. Pero al menos esos saberes se preservarán. Flavio se ha asegurado de que así sea toda su vida. Desde que salió de su casa vestido de Shaka Zulu y sembró en su hija un amor por las fiestas.   Tanto en Istmina como en Quibdó, todo será virtual. Cuidarse del coronavirus es clave, pero cuidar la tradición también. “Si no multiplicamos ese amor que sentimos por nuestra tierra y no se lo damos a otros, se nos puede terminar todo. Yo estoy muy temeroso de que perdamos esa identidad. Esas prácticas que tenemos desde siempre. Es una lucha que no podemos abandonar”, dice Flavio.   Istmina y Quibdó siempre han coincidido con el respeto por el legado de sus ancestros y la honestidad con sus raíces. “Con las fiestas preservamos un pueblo. No un territorio geográficamente, sino un espíritu, una forma de narrar, unos sentimientos. Somos una cadena cultural que nos ata a todos. Yo estoy atada a mi papá y no sé si voy a tener hijos, pero ya estoy atando a los niños de la escuela para que ellos sigan con esa labor”, dice Ifigenia.   En las celebraciones las personas tienen un momento para encontrarse desde lo positivo, desde esos valores culturales que han definido al Chocó. Con el tiempo, Ifigenia entendió en que las fiestas, las personas convierten sus cuerpos  y sus voces en la expresión viva de una cultura.    Conozca la programación de las fiestas de San Pacho haciendo clic en este enlace   Te puede interesar: “¿Para qué un puerto si no hay ni agua potable?”