Las palmeras se mueven con el viento de la tarde. El cielo es color naranja. Melissa está acostada en una hamaca de los balcones de su casa. Morromico, el hotel de su familia, está lleno. A lo lejos se escucha cómo la marea sube y las olas golpean contra las rocas. Este paraíso en medio de los golfos de Tribugá y Cupica es el legado de sus padres. Ha sido un lugar donde ha escrito su historia y donde hoy sigue transformando vidas.   Morromico fue construido con esfuerzo, una piedra a la vez. Su padre, Javier Montonya, dejó las montañas de El Retiro (Antioquia), a tan solo una hora de Medellín, para adentrarse en la selva chocoana en búsqueda de oportunidades. Quería cumplir su sueño: vivir de la tierra y del mar. Sin saber dónde iría a parar, llegó a Nuquí (Chocó) y empezó a caminar.   Pasó varios días buscando qué hacer, hasta que llegó a Jurubirá, un corregimiento de 700 habitantes donde lo recibieron con brazos abiertos. Allí, en una tierra baldía, puso la primera piedra y por varios años vivió de lo que le daba la tierra.   Era una época diferente. En los 80 la zona estaba completamente olvidada. No había casi ningún proyecto y las condiciones en las que vivían las personas eran muy precarias. Así, como un “loco incansable”, como lo describe su hija Melissa, construyó su casa.  

Vista aerea de Playa Morromico, hotel en el que Melissa sigue con el legado de su padre. ©Archivo Playa Morromico Unos años más tarde lo visitaron algunos amigos y, como él, se enamoraron del sonido del mar. Allí descubrió la magia del Chocó y las oportunidades turísticas que podrían potenciarse en este territorio. Con la ayuda de su esposa, Gloria Stella, construyeron la casa en la que, 30 años después, su hija Melissa sigue trabajando por la comunidad de Jurubirá. “El Chocó tiene una biodiversidad y una exuberancia de otro mundo. Vos estás caminando y no podés creer lo que estás viendo”, dice Melissa.   Los Montoya fueron criados entre el océano Pacífico y la selva húmeda. Su infancia empezaba y terminaba dentro del mar. Melissa asistió toda su vida a la escuela de su corregimiento y su madre, como artista, estaba vinculada a todos los procesos que se daban en la zona. Sentía una responsabilidad enorme por la tierra donde nació su hija, una chocoana de acento paisa.   Te puede interesar: "Ganó nuestro modelo de desarrollo": líderes en Tribugá   Gloria Stella les enseñaba a los niños a leer y a escribir. También con el baile y la música los ayudaba a liberarse. Más tarde montó la Fundación Creadores de Sueños, donde el arte, la educación y la música rescatan los conocimientos ancestrales del territorio, atados al mar.   En la zona el agua lo es todo. Sin saber que existía y tenía un nombre, los jóvenes han surfeado por años. “Levantábamos nuestro colchón, les quitábamos las tablas a nuestras camas y surfeabamos. Cuántas veces no nos regañaron porque la madera se perdía y se iba flotando”, recuerda Melissa su infancia, antes de que los turistas llegaran a este territorio y trajeran consigo las primeras tablas de surf.  

Sin Playa Morromico, y los turistas que empezaron a llegar a la zona, el surf jamás se habría desarrollado en este lugar del Pacífico. Hoy un centenar de niños lo tienen como su proyecto de vida. ©Camilo Ortíz Escuelas para todos   La práctica del surf como deporte en las comunidades de Chocó comenzó gracias a los hermanos Néstor y Dionisio Tello. En Termales, un municipio vecino de Nuquí, miraban sorprendidos mientras varios turistas navegaban las olas, bailando sobre tablas de colores. En sus tardes se dedicaban a aprender con las tablas del hotel donde trabajaban y en el 2012 crearon el primer club de surf de la zona.   El proceso con el surf también lo venía trabajando la reconocida lideresa Josefina Klinger, promotora del turismo comunitario en Nuquí. Sin ella, quizá jamás hubiese despegado el surf en Chocó. Fue Josefina la que precisamente llevó a la barranquillera Kathy Sutton a conocer Nuquí. “Por ella empecé a trabajar para poner a Nuquí en el mapa, para sacar adelante el proyecto de turismo de experiencias”, cuenta Kathy.   Cada vez que Kathy volvía al Chocó se enamoraba más de la zona y de la gente. Construyó su casa en el corregimiento de Partadó (Nuquí) y el surf llegó con el crecimiento del río Vijo y el río Termales, un fenómeno muy común en las selvas del Chocó, una de las zonas más lluviosas del mundo.  

Los niños en Partadó van a la casa de Kathy Sutton donde cambian botellas de plástico por tablas de surf. En este corregimiento, de los más vulnerables de Nuquí, Kathy ha construido su proyecto de vida con la Liga de Surf de Chocó. ©Kathy Sutton Con los ríos y quebradas desbordados, el transporte entre municipios se volvía casi imposible y los niños que practicaban surf en la escuela de los hermanos Tello se quedaban varados en Partadó. Por eso, Kathy decidió crear la segunda escuela de este deporte en el departamento. Un amigo suyo de Australia había surfeado por toda Latinoamérica y antes de regresar a su país le donó las tablas que Kathy utilizó para crear el Club de Surf de Partadó.   Los niños podían alquilar las tablas en su casa a cambio de llevarle botellas de plástico que encontraran en la playa. “Hicimos un pacto ambiental para mantener nuestro corregimiento limpio”, cuenta. Hoy Kathy preside la Liga de Surf del Chocó, que crearon en el 2017 con la convergencia de los clubs de la zona. En la liga más de 40 niños de siete municipios entrenan para ser deportistas profesionales, lo que los ayuda a conocer una realidad distinta a la que se vive en buena parte del departamento.   “Cuando tú trabajas con un niño, trabajas con toda la comunidad. Cuando mis niños salen de viaje, yo siempre les digo que con ellos viaja toda la liga —explica Kathy—. Lo que queremos es que los pelados vean que hay otros caminos en la vida”.   

En la foto se ve a Santiago durante el mundial de surf en Estados Unidos.    ©Archivo Kathy Sutton   Así le pasó a Santiago Mosquera, campeón de la liga, que viajó a Estados Unidos a competir en el mundial de surf en California, a 5.000 kilómetros de distancia en el mismo océano en el que aprendió a nadar a los dos años. Es una estrella en su departamento y el ejemplo para los más de 40 niños de la liga de que, con esfuerzo y compromiso, es posible alcanzar todo lo que se propongan.    “La primera vez que me paré en esa tabla descubrí un mundo distinto. Ver que me podía sostener, tener equilibrio y sentir que te impulsa la ola es una sensación hermosa, es algo que está en la naturaleza. Desde ahí no he podido hacer otra cosa”, cuenta Santiago que, como Melissa, también descubrió su pasión con las tablas de su cama y el apoyo de su madre.   Australia, cuna de los mejores surfistas del mundo, lo esperaba este año para seguir formándose en este deporte. Por la pandemia, el viaje se pospuso, pero espera retomar los planes en los próximos meses. Su meta, asegura, es traer el mayor conocimiento posible para seguir formando a pequeños chocoanos en el deporte que le cambió la vida. “Este paraíso nunca se puede cambiar por otra cosa”, dice con convicción.  

Las playas del Chocó y el mar pacífico hoy permiten a las comunidades de la zona practicar un deporte que ha cambiado la vida a más de 40 niños que hacen parte de la Liga de Surf de Chocó ©Archivo Morromico//Camilo Ortíz Te puede interesar: Las recetas con sabor a Pacífico de Calixto Vida