Con Pilar Quintana todo es de frente, directo, sin arandelas, así la describe uno de sus mejores amigos, el también escritor Antonio García Ángel. Tal vez por eso dos de sus libros más conocidos, Coleccionista de Polvos raros y La perra, con la que acaba de ganar el Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana, van directo a las sensaciones del lector. Son obras trepidantes, que asfixian, que sofocan, que no dan pausas a quienes abordan sus páginas. Así es La perra, la obra que acaba de consagrarla como una de las mejores plumas de Latinoamérica. Caleña hasta la médula, sus años en Bogotá no la han hecho abandonar el marcado acento que identifica a los de esta tierra, ni tampoco le permiten olvidar el olor a chontaduro, el jugo de lulo, la manga biche con sal… Y el Pacífico, ese gigante verde que está cosido a su ser y que es el escenario donde se desarrolla su historia consagratoria. Describir qué es La Perra sería demasiado simple y Pilar lo reconoce. Se trata de la historia de una mujer, Damaris, que vive junto a su marido Rogelio, y que está llegando a los 40 años sin poder tener hijos, justamente en una región donde la fertilidad es como una diosa a la que se rinde tributo llenando la parcela de chiquillos. Entonces, haciendo frente a su ‘desgracia’, decide adoptar una perrita y empieza, a través de su relación con el animal, a vivir una especie de maternidad frustrada. Pero este libro es mucho más que eso. Aquí, en este Pacífico exuberante conviven la vida y la muerte. La angustia y la soledad. Las pesadillas y esa realidad que abruma. “Es una novela llena de incógnitas sobre los deseos incumplidos, la culpa y los lugares por donde aún circula el amor”, dice Gabriela Alemán, la reconocida escritora ecuatoriana.  

  Título: La perra Autor (es): Pilar Quintana Sello: LITERATURA RANDOM HOUSE Precio sin IVA: $ 39.000,00 Fecha publicación: 07/2017 Formato, páginas: RÚSTICA, 112 ISBN: 9789588979731 EAN: 9789588979731 Temáticas: Ficción moderna Colección: Literatura random house Edad recomendada: Adultos      Ese Pacífico profundo que narra Pilar, ella lo vivió de cerca. A una isla llamada Juanchaco, a una hora de Buenaventura, llegó a los 28 años, huyendo de sus propios fantasmas, buscando su lugar en la tierra. Encalló con la idea de vivir como una hippie, sin usar ningún químico, solo soñando con el contacto con la ‘Madre tierra’. Pero bastaron unas pocas horas para que comprendiera que con la fuerza selvática del Pacífico no se juega. Los mosquitos encendieron su piel y le recordaron que en la espesura de ese impenetrable paisaje hay guardados secretos que es mejor no conocer. Estando en Juanchaco padeció Leishmaniasis y malaria. Vivir allí se convirtió en una lucha diaria contra los elementos de la naturaleza.   “Yo amo el Pacífico, pero no quiere decir que lo haya idealizado y que piense que es una tierra de arco iris y pajaritos porque no lo es, es un lugar hostil, lluvioso, con enfermedades tremendas” -P.Q.   Tuvieron que pasar unos doce años para que la escritora caleña decidiera exorcizar todo lo que vivió en el Pacífico y construir una historia que, si bien no es autobiográfica, tiene un montón de claves de su paso por esa región. Su amigo Antonio dice que Pilar es supremamente perfeccionista, producto de su personalidad y quizás un poco por su paso por el Liceo Benalcázar, el primer colegio de señoritas que se creó en Cali y cuyo lema, ‘tensión y ritmo’ , ha marcado la historia de cientos de mujeres vallecaucanas. “Es terca con las cosas que quiere, pero sabe desistir cuando está en el error. Tiene sus gustos literarios muy definidos, y los personales también, es apasionada con la literatura y la gente en lo que considera bueno y malo”, detalla el escritor caleño.   Y esa tozudez fue la que le permitió, después de tantos años, escribir La perra en un teléfono celular, mientras amamantaba a ese hijo que le llegó justamente a los 40 años. Y lo hacía desde la incomodidad de ese pequeño aparato porque no quería despegarse de su bebé ni de su nueva condición de madre, esa misma condición que por tantos años había desechado para sí misma. Con esa sencillez, que es otra de sus características, la escritora galardonada habló con SEMANA RURAL sobre la construcción de La perra y sobre ese Pacífico que tanto la deslumbra y la seduce, pero que también le trae recuerdos dolorosos que marcaron su vida. ***

*** SR: Usted acaba de ganar el premio de Biblioteca Narrativa Colombiana con ‘La perra’, un libro que transcurre en el Pacífico, una zona que conoce bien porque vivió allá un tiempo. ¿Cómo fue esa relación con la selva y por qué decidió asumir el reto de escribir esta obra?   P.Q: Viví nueve años allá, entonces siento a Juanchaco como algo muy cercano. Fue mi casa y en mi corazón lo sigue siendo y siempre lo va a ser. Me tuve que ir por motivos ajenos a mi voluntad, entonces siempre tengo una nostalgia muy grande de mi vida en el Pacífico, creo que una parte de elaborar ese duelo, de haberme tenido que ir, fue escribir La perra, que es un libro en el que yo quería mostrarle a la gente que no vive en el Pacífico cómo es el Pacífico. Es un libro sin ambages, no se puede desconocer que quién lo aborda desprevenidamente puede sentir una especie de sofoco cuando van transcurriendo las páginas porque todo parece adverso, el mar, la lluvia que no cesa, los mosquitos, los animales, la gente …   Yo quise hacer un retrato muy realista, no sé, la verdad no soy ni optimista ni pesimista. Creo que el Pacífico es una tierra dura. Muchas veces pensaba en esos esclavos que salían escapados de las haciendas del Cauca y del Valle y que se iban para el Pacífico. Debían tener unas vidas muy horribles como esclavos para preferir la libertad en un medio tan hostil como el Pacífico colombiano. Entonces, yo amo el Pacífico, pero no quiere decir que lo haya idealizado y que piense que es una tierra de arco iris y pajaritos porque no lo es, es un lugar hostil, lluvioso, con enfermedades tremendas. A mí me dio Leishmaniasis, también malaria, vivir allá era una lucha  diaria contra los elementos, contra la naturaleza. Yo no lo veo como un valor negativo sino todo lo contrario, estar en permanente lucha me parecía absolutamente delicioso.   "Yo me hice una pregunta: ¿es de verdad incondicional el amor de las madres?" - P.Q.   ¿Cómo fue esa angustiante relación que tuvo con el entorno del Pacífico durante el tiempo que vivió en la zona?   Es como se muestra en el libro, lo que pasa es que la gente lo lee y dice ‘oh, qué lugar tan terrible’, pero a mí no me parece terrible, es que así es la selva, es un lugar maravilloso y hostil. Es una mamá bondadosa y terrible, son las dos cosas al mismo tiempo. Yo creo que al final todo en la vida es así, quizás en la ciudad no nos damos cuenta porque tenemos la naturaleza más a raya, pero en el Pacífico para poder sobrevivir a mí me tocaba estar con mi machete listo para tenerla a raya, entonces es mucho más dramático.  

FOTO: Cortesía El País de Cali para Semana Rural No se puede obviar que la maternidad cruza el libro de manera permanente. ¿El hecho de que usted haya sido madre hace poco tiempo y a una edad un poco avanzada, influyó para el desarrollo final del libro y de su propia estructuración? Sí, mirá que entre los 30 y 40 años, cuando mis amigas del colegio y de la universidad estaban teniendo hijos, yo no quería tener y no los tuve y estaba contenta con esa decisión, pero a los cuarenta me dio la ventolera de que quería tener un hijo y yo creo que fue en ese momento, cuando me surgió ese deseo por ser madre, que pude escribir La perra. Recuerdo que cuando estaba viviendo en Juanchaco leí Yerma, de Federico García Lorca, que se trata de una mujer que desea tener hijos y no puede, entonces me dije ‘qué maravilla ver esta misma historia contada por una mujer. Lástima que no voy a ser yo porque no voy a tener hijos’, pero apenas me conecté con ese deseo escribí La perra, que es una historia de una mujer que no puede tener hijos. Sin embargo,  yo no me di cuenta de eso sino que cuando la acabé. Antonio García, que es muy amigo mío, me dijo que ayer había leído Yerma. Entonces me conecté y le pregunté si me había copiado mucho, y Antonio me dijo que nada, que ni siquiera se notaba. A mí se me había olvidado porque habían pasado unos nueve años y cuando él me lo recordó con su lectura de Yerma, pues me conecté de una. Pero es una especie de remake de esa historia, pero contada en el Pacífico.   De igual forma en el libro también es notoria toda esa presión hacia la mujer para que tenga hijos. Muchos se creeN con el derecho de opinar sobre la maternidad y más en el Pacífico donde abundan esas familias numerosas. Entonces, como que esa coerción se vuelve una pesada carga para la mujer que no puede o no desea concebir...   Para muchas mujeres es una presión constante. Como yo estaba conforme, en ese momento a mí me preguntaban si quería tener hijos y decía que no, pero a mí no me importaba la presión. Pero si a una mujer que sí quiere tener hijos y no puede quedar embarazada todo el tiempo le están diciendo que para cuándo los bebés, eso tiene que ser muy duro, entonces quise mostrar un poco eso. También tuve muchas amigas que quisieron tener hijos y no pudieron y algunas adoptaron, otras se hicieron tratamientos, unas quedaron embarazadas, otras no, y tuve dos casos muy cercanos y para mí era aterrador cómo eso las desconfiguraba completamente. Una persona que era alegre, cero envidia, fresquísima, cuando estaba en la situación de que quería tener hijos y no podía, se llenaba de envidias con las que tenían hijos, empezaba a actuar con unas amarguras que yo nunca le había conocido. A mí me parece que el deseo de tener hijos es una fuerza de la naturaleza muy poderosa y quise mostrar eso.   Otro aspecto crucial de ‘La perra’ es cómo el amor no se queda quieto, se transforma, incluso hasta llegar al desprecio o al odio absoluto...   Yo me hice una pregunta, ¿es de verdad incondicional el amor de las madres? La perra es un intento por abordar eso, y el libro lo que responde es que quizás no es incondicional, que no sé si sean todas las madres, esta madre en particular. La generación de mis papás esperaban que los hijos fueran ciertas cosas, y cuando los hijos no cumplían esos anhelos de los padres había un reverso en el amor. No es que los padres lo dejaran de querer, pero ese amor sí se ponía agrio, entonces quise mostrar un poco eso.   Ahora, también su libro habla de cómo el amor se traslada. No puedo tener hijos, entonces todo ese amor que tengo represado lo llevo hacia una mascota, que es lo que pasa en muchas casas: no tienen hijos pero sí perros y gatos que son como sus niños…   Sí, y también muchas familias con hijos tienen mascotas que se vuelven otros hijos. Pero allí había algo que yo quería contar y es la relación de las personas con sus mascotas, allí hay un tema literario que está por explorar y me parecía interesante abordarlo.   Es interesante en La perra cómo maneja la soledad, que está presente de múltiples formas, y que también es una expresión de las luchas de cada uno con sus propios temores y vacíos   Está la soledad y también un poco el aislamiento. El pueblo donde ocurre La perra, que no es Juanchaco en el libro, pero cualquier persona que haya estado en Juanchaco y Ladrilleros va a decir sí, esos son, es un lugar aislado, lejos de la ciudad más cercana, un lugar cercado por la selva y el mar. Hay una soledad impuesta por el aislamiento y también por el abandono. Es una región olvidada y abandonada por el gobierno central. Pero también la protagonista es una niña que fue abandonada por su mamá cuando estaba muy chiquita, luego por su tío que era su figura paterna, luego cuando se casa su pareja se va a pescar y la deja mucho tiempo sola y después cuando adopta una perra, que se supone que es la mascota más fiel, también se le va…   Cómo se desarrolló ese proceso creativo, porque pasaron muchos años para que escribiera finalmente el libro. ¿Qué la impulso a recoger toda esa experiencia con el Pacífico y escribirla ya no en el territorio sino en Bogotá? Creo que todas las historias necesitan una maduración. A mí me pasa eso con los libros. Cuando estaba en el Pacífico todo lo que escribía era sobre Cali y apenas me fui del Pacífico empecé a escribir de la selva. Entonces, primero se necesita el tiempo y también cierta distancia. Cuando uno está lejos es capaz de apreciarlo mejor, de dar una nueva mirada sobre los lugares ya dejados, sobre las experiencias vividas. Eso es necesario para poder mirarlas y elaborarlas de otras maneras que no sean tan obvias.  

  Después de escuchar los discursos de los finalistas y del jurado internacional, el gestor del Premio, Héctor Abad Faciolince, leyó el acta en el que se justificó el premio para La perra: “El pulso firme de la narradora se manifiesta en su capacidad de mantener el tono durante 108 páginas, sin una sola caída a lo largo de toda la narración. Quintana recrea el ambiente de un pequeño poblado en el Pacífico colombiano en el que de manera natural van surgiendo los elementos que conducen a la tragedia íntima del personaje (…) Deja un recuerdo hondo y preciso, cargado de belleza, de anhelos y de dolores humanos”.   Es una paradoja que muchos en Cali ignoran que tienen esa bella y misteriosa zona a escasas tres horas. ¿De alguna forma el libro puede ser un jalón de orejas para el vallecaucano que ha vivido de espaldas a esa región? Lo que yo quería era contar una buena historia, que en últimas es sencillísima. Es una mujer que está llegando a los 40 años y no ha podido tener hijos. Su deseo más grande en el universo es tener un hijo y no ha podido hacerlo. Como no ha podido quedar embarazada adopta una perrita y el libro se trata de la relación de ella con su perra. Una relación que no solo es bonita sino que muestra la cara claro-oscura del personaje. Eso es lo que yo quería contar y punto. Pero da la casualidad que ocurre en el Pacífico y yo quise dar un retrato realista. Ahora, si eso sirve para que los colombianos se den la vuelta y dejen de darle la espalda al Pacífico y lo miren me parecería maravilloso.   No sé si hay alguna influencia, pero al leer su libro es inevitable pensar en ‘Los cuentos de la selva’ del escritor argentino Horacio Quiroga. Se siente la misma desazón, la misma angustia que proviene del entorno agreste donde se desarrollan las historias… No puedo decir que me haya influido porque lo he leído poco. Me encantaría leerlo, cuando estuve en la selva traté de hacerlo pero en ese momento no conseguí libros de él. Mi gran influencia para escribir La perra fue El viejo y el mar de Ernest Hemingway, porque yo quería hacer una pequeña novela como esa, que tuviera una historia del ser humano luchando contra los elementos. También Tomás González está muy presente, a mí me encanta Tomás porque es un gran maestro que construye los paisajes y las atmósferas y logra captar los climas de los lugares. Yo quería también lograr eso y creo que él me mostró ese camino de cómo se puede describir y construir bien las atmósferas. Cuanto tiempo dispuso para el proceso creativo, porque entiendo que incluso lo fue escribiendo mientras prácticamente amamantaba a su bebé...   Mis libros no los escribo el día que me siento a hacerlo, en ese momento casi los tengo listos. Yo me demoré por hay doce años elaborando esta historia en mi cabeza. Cuando estaba embarazada hice la escaleta, que es poner las acciones que tenían que pasar en la historia. Luego cuando tuve a mi hijo, en el segundo semestre, empecé a escribirlo y me demoré como cuatro meses escribiendo y luego como un año corrigiendo. Un aspecto muy llamativo de su libro es que uno como lector a veces no sabe si lo que usted escribió es un cuento, una novela o es un trabajo autobiográfico.   Para mí es cuento. Hay novelas que son cuentos largos y yo creo que esta es una de ellas. Como El Viejo y el Mar, que es una sola historia, con un solo personaje que va por un solo camino. Es decir, la historia no se desvía nunca, si se desvía un poco es solo para construir al personaje y que éste tenga las motivaciones de hacer lo que va a ejecutar en la historia. Ahora, tampoco se puede desconocer que el libro parece tener de todo un poco, es decir, ficción, pero también un poco de su propia historia y de otros personajes que seguramente conoció durante el tiempo que vivió en Buenaventura...   Sí, muchísimo. ¿Qué hay de mí? Pues mis emociones, mis observaciones, cómo yo viví la selva, pero los personajes, ninguno soy yo. Si alguno me representa es la señora vieja que se enloquece porque ese era uno de los destinos que imaginaba para mí. La señora con Alzheimer viviendo como una loca en un acantilado. ¿Después de escribir ‘La perra’ no ha sentido un deseo de volver a ese Pacífico que vivió y padeció?   Pasé muchos años, pero no pienso regresar porque yo salí de allá con muchos traumas y uno de ellos es porque mi ex marido me golpeó. Yo salí de allá con miedo por mi vida, yo temí que mi exmarido me iba a matar, de verdad. Entonces yo salí huyendo con mi computador y unas pintas de ropa, entonces para mí fue muy traumático porque viví la violencia de un hombre, entonces para mí es un lugar que ahora conservo en mi memoria y en mi corazón, pero es un lugar al que ahora no puedo regresar sino solamente cuando me sienta segura. Es un sitio hermoso, pero para mí es sinónimo también de un lugar muy fuerte y fue sentir que me iban a matar.   Es una valerosa revelación, pero no cree que eso de alguna manera se siente en la historia, es decir la pesadez en el ambiente, la dureza de la atmósfera que rodea todas las escenas… ¿De alguna forma el libro no se le convirtió en una posibilidad para exorcizar demonios del pasado?   Sí claro, sobre todo lo que sentí es que fue un homenaje al Pacífico y me permitió elaborar un duelo a mi nostalgia. Para mí es un canto de nostalgia al Pacífico. Yo estaba en mi casa en Bogotá amamantando a mi bebé y escribía en el celular, y mientras escribía en el celular yo estaba otra vez en el Pacífico colombiano, sintiendo el clima, sintiendo la humedad en la piel, entonces fue como estar allá otra vez.   ¿Pero por lo menos no ha pensado en ir a Buenaventura a lanzar el libro? Sería maravilloso, pero me parecería muy duro estar allí y no ir a Juanchaco. ¡Me muero!     POR: Gerardo Quintero