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Una retrospectiva de Dan Flavin en la Galería Hayward, de Londres, en enero de 2006. Foto: Getty Images.

La muestra 'Espacio y luz'

Dan Flavin, un referente histórico y global del minimalismo

Este miércoles 17 de julio se inauguró en el MAMM la muestra 'Espacio y luz', del artista estadounidense Dan Flavin. Jaime Cerón ahonda en el minimalismo —una corriente durante años despreciada en el mundo del arte— y en la relevancia de exponer a un artista como él en Colombia.

Jaime Cerón*
24 de julio de 2019

Este artículo forma parte de la edición 165 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista.

A finales del siglo XIX, cuando empezaron a romperse los paradigmas artísticos hegemónicos del arte occidental, apareció la necesidad de nombrar las corrientes que iban apareciendo. Ese acto de nombrar sucedió inicialmente desde el rechazo. Ante una pintura de Claude Monet titulada Impresión del amanecer, alguien dijo “¡Tan impresionista!”.

Años más tarde, en el periodo conocido como la vanguardia histórica, pasó algo similar con las obras de Picasso, llamadas despectivamente “cubistas”, y lo mismo ocurrió con otras corrientes que terminaron configurando el arte moderno durante el siglo XX.

En la segunda mitad de siglo, se decantaron muchas concepciones que habían emergido en décadas anteriores, y tomaron rumbos inusitados que, según la lógica de acción y reacción, desembocaron en la década del sesenta en formas enteramente distintas de entender el arte, en particular en América del Norte. Así, y de manera casi paralela, emergieron corrientes como el arte pop, el minimalismo y el arte conceptual, que fueron parte de lo que hoy conocemos como neovanguardia.

Estas tres corrientes tuvieron una posición crítica común frente al arte de las décadas precedentes, y cada una de ellas se apropió a su manera de algunos rasgos de las prácticas vanguardistas, pero siguiendo una agenda específica y estructurándose con una lógica y métodos propios.

El término minimalismo surgió de la suspicacia de algunos críticos que pensaban que había una cantidad mínima de arte en este tipo de obras. Desde cierto punto de vista, estas piezas podrían ser entendidas como un episodio tardío de las nociones modernas de arte; y, desde otro, podrían ser pensadas como el producto de una práctica artística radicalmente nueva, a la que le quedaría estrecha la noción anterior de arte moderno.

En otras palabras, las obras minimalistas parecían provenir de una expansión de la escultura moderna, pero radicalizaban la idea de abstracción y proponían un uso literal de los materiales y procedimientos empleados. Además, llegaban a ocupar de forma abrupta la experiencia perceptiva de los espectadores, particularmente en relación con su propio cuerpo y con el espacio arquitectónico en que estaban situadas. Los artistas que realizaban este tipo de piezas buscaban restringir cualquier rasgo expresivo o representativo del arte, apoyándose en gestos impersonales, procedimientos industriales, situaciones seriales y materiales inertes. Los minimalistas renunciaron al uso de pedestales y se alejaron radicalmente de la verticalidad dominante en la escultura occidental.


Una retrospectiva de Dan Flavin en la Galería Hayward, de Londres, en enero de 2006. Foto: Getty Images.

Se podría decir que estos artistas estaban abstrayendo los rasgos de la vida cotidiana para usarlos como base de sus obras. La serialidad venía de interpretar la forma en que una persona asume la vida o el tiempo: una hora va después de otra, un día después de otro, un año después de otro.

Por otra parte, las restricciones formales que les imponían a sus obras buscaban despertar las capacidades expresivas e intuitivas de los espectadores: si el arte hace silencio, los espectadores hablan.

Entonces son tres los rasgos formales más característicos de las obras minimalistas: la relación de codependencia entre la obra y el espacio arquitectónico; la confrontación corpórea del espectador; la radical materialidad de los procesos y elementos empleados.

Sin embargo, estos tres aspectos ponen de presente una dimensión anómala del minimalismo, y es que a pesar de que se pueda ver como un arte
espacial (siguiendo la separación clásica entre las artes del espacio –pintura, escultura, arquitectura– y las artes del tiempo –música, narrativa, poesía–), el hecho de que su sentido dependa tan fuertemente de la experiencia del cuerpo de los espectadores, que caminan, se acercan, se alejan o se agachan, lo hace un arte temporal. La significación de las obras no está contenida en ellas, sino que surge de su interacción con el cuerpo y el espacio.

Por eso, algunas de las posturas más conservadoras que inicialmente desestimaron esta corriente artística se basaron en el juicio de que el minimalismo era profundamente teatral –por su temporalidad latente–, y eso no era “propio” del arte moderno. Dentro de los artistas que más radicalmente definieron su práctica dentro del minimalismo están Robert Morris, Donald Judd, Carl Andre y, precisamente, Dan Flavin –la razón de este artículo, pues el Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM) logró pasar por un arduo proceso de gestión para convertirse en el primer museo colombiano en exponer su obra–.

Al movimiento también se sumaron artistas como Eva Hesse, Richard Serra y Sol LeWitt, entre otros, que luego se orientarían en otras direcciones.


Este miércoles se inauguró en el MAMM la muestra ‘Espacio y luz‘, del artista estadounidense Dan Flavin.

Una paradoja del sesgo abstracto del minimalismo es que su geometría radical o inerte parece provenir de la simplificación de la forma de objetos comunes del mundo cotidiano, y su serialidad, antes que ser matemática, es más cercana a nuestra manera de percibir el tiempo, o puede provenir de la morfología de la cadena de producción de la industria.

Vuelvo a esto porque la obra de Dan Flavin parte precisamente de allí. Flavin usa la luz como materia prima, pero además se apropia de tubos fluorescentes –como los que se usan en los contextos industriales y comerciales desde la década de los cuarenta– para hacer sus obras, que suelen situarse sobre la pared y contra el piso, en muchos casos siguiendo la estructura arquitectónica, particularmente en relación con las esquinas. Frente a sus obras el espectador puede preguntarse por el cambio de significado y el cambio de la percepción de un tubo fluorescente que estaba ubicado en el techo, y que ha rotado para situarse sobre la pared. Si su propósito ya no es funcional, ¿cuál es?

Al situar los elementos en relación directa con los espectadores, las características ondulatorias de la luz los confrontan, los inscriben literalmente en el espacio arquitectónico. De esta manera, Flavin parece proponer que la luz es tan material y tan física como el cuerpo y la arquitectura.

Si uno mira su obra en detalle, puede notar que para Flavin ha resultado altamente productivo el análisis de corrientes de la vanguardia histórica como el constructivismo, porque le permitieron entender su propia forma de aproximarse al espacio y al cuerpo real. De ahí que haya producido muchas piezas que ha nombrado como monumentos a Vladimir Tatlin, uno de los artistas más radicales dentro de ese movimiento.

Por todo lo dicho, no sorprende que en 1968 Dan Flavin se haya referido a sus propias obras como “instalaciones”, convirtiéndose en el primero en utilizar este término. Desde entonces, la instalación se convirtió en una de las prácticas emblemáticas del arte contemporáneo hasta hoy.

*Cerón es curador y crítico de arte. Actualmente se desempeña como subdirector de las Artes del Idartes.