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Spencer Tunick en Bogotá. Foto: Carlos Julio Martínez.

Perfil

Un día con Spencer Tunick, el fotógrafo de los desnudos

El estadounidense, famoso por retratar a miles de personas empelotas al tiempo, recorrió Bogotá a mediados de abril preparando la sesión de fotos que hará en la capital en junio. Tres entrevistas en un día al hombre que no hace tanto logró desnudar a 17.000 personas en Ciudad de México.

Christopher Tibble
15 de abril de 2016

Spencer Tunick está nervioso. A solas, en la biblioteca del Museo de Arte Moderno de Bogotá, se toma un respiro del ajetreo mediático. Vestido de negro, y en una postura casi estática, contempla sentado sus manos. A pocos metros, detrás de una puerta y bajando unas escaleras, decenas de periodistas preparan sus cámaras y grabadoras para el evento que lo presentará al público colombiano. En la rueda de prensa, Tunick hará un llamado para que miles de bogotanos se desnuden y participen en su más reciente proyecto fotográfico. Faltan diez minutos para que comience.  

“Sabes, hoy soy el protagonista. Pero mañana cuando esté en mi casa, tendré que sacar la basura y lavar los platos. La gente cree que mi vida siempre es así de movida. A mi esposa y a mí nos da risa. Vivimos en un pueblo tranquilo a unos 45 minutos de Nueva York. Quizá es demasiado tranquilo, por lo menos para ella. A veces la desespera la falta de cultura. Pero tenemos una granja bonita, que transformamos en una oficina. No es muy grande. Pero allá estamos nosotros, con los niños, sin secretarias o agentes o séquitos de personas”.

Sydney, 2010

Tunick visitó Bogotá por primera vez hace tres años. Desde entonces, ha querido hacer una de sus famosas sesiones fotográficas en la ciudad. “Quiero trabajar con ciertos objetos, con esta jungla de concreto, con estas montañas que parecen un tsunami arrojándose sobre el valle y la gente”, dice. Con 3.000 personas, afirma, podrá llevar a cabo su proyecto. Una cifra grande, pero que no se compara con los 18.000 cuerpos desnudos que en 2007 reunió en la Plaza de la Constitución, en Ciudad de México.

Para lograr congregar a ese número de personas, Tunick necesita patrocinadores. Una situación que no le agrada, no tanto por el miedo a comprometer su independencia artística, sino por este tipo de eventos. “No me gustan –dice un tanto consternado–. Me cuesta trabajo, pero hay que hacerlo. No podría hacer mis obras grandes sin ellos. Creo que cuando algo me emociona, como este proyecto, busco alejarme y calmarme. Siempre estoy pensando en mi trabajo, en trabajar con gente, en verlos desnudos caminando por la calle”.

Alguien entra en la biblioteca. “Ya estamos listos”, dice.

*

El número de gente supera el número de asientos, al punto que varios asistentes se acomodan en las escaleras. Otros, de pie, miran entre las cámaras a la mesa donde Claudia Hakim, directora del MAMBO, conversa con Juan Sergio Valcárcel, director de mercadeo de Diageo, y Tunick. En medio de las formalidades, se develan detalles del proyecto: Tunick lleva varios días recorriendo la ciudad, las fotos se tomarán en junio, el hashtag del proyecto es #mequitolaropapor, el resultado se exhibirá en el museo en la segunda mitad del año. Periodistas y curiosos se turnan el micrófono. ¿Y usted por cuál causa se desnudaría? ¿Qué pasa si alguien se arrepiente y ya se quitó la ropa? ¿Cómo va a hacer para que una sociedad tan conservadora se quite la ropa?

Tunick sopesa y responde las preguntas. Parece tranquilo, más afín a la imagen que se tiene del fotógrafo que ha retratado a miles de personas en países como Alemania, Australia, Israel y Venezuela. “Mis fotografías son esculturas, al tiempo grandes e íntimas”, afirma en un momento. En otro, comenta: “Mis historias están en el público, con la gente, esta rueda de prensa es como ir a una tienda de arte. Gracias a todos por ayudarme a lograrlo”. Hacia el final, remata: “Hoy me levanté para ver el amanecer y me sentí en una utopía, como en la película Vanilla Sky, de Cameron Crowe. Con la luz que hay a esa hora, los cuerpos se van a ver hermosos”.

El reloj marca el mediodía. Concluida la charla, una presentadora invita al público a tomarse un whisky.

 *

Son las tres de la tarde y Spencer Tunick no sabe dónde sentarse. En el tercer piso del hotel EK, en el norte de Bogotá, recorre la sala de un lado a otro. El ruido, la luz: incómodo, cada cinco minutos cambia de asiento. En los breves intervalos en los que logra relajarse, Tunick habla de sus inicios: “Mi primera foto… ¿Mi primera foto? Ah, la tomé cuando estaba en el colegio militar. Mi papá me había dado una cámara amarilla y desechable. Con ella fotografié a varios compañeros de clase, en sus uniformes militares. Eso sí, nadie estaba desnudo”. De su paso por la institución militar, aprendió a dirigir gente. Como capitán, llegó a comandar 60 niños. “Los hacía marchar”, dice antes de agregar, con algo de sorna, que Donald Trump también estudió allí.

Su relación con la fotografía es honda. Su padre, abuelo y bisabuelo trabajaron como fotógrafos comerciales. Tunick afirma con cierto orgullo que él fue el primer miembro de su familia que incursionó en el mundo del arte. Después de graduarse del colegio, tomó cursos en la Centro Internacional de Fotografía, en Nueva York, y luego obtuvo un diploma de artes en Emerson Collage, en Boston. Durante esos años, sin embargo, no tomó fotos. “En ese entonces me interesaba más las bibliotecas. Pasaba mis días allí y en exhibiciones de arte. No me atrevía a tomar fotos pues no sabía qué quería hacer con ellas”.

Chile, 2002

Inspirado en las imágenes del etnólogo Edward Sheriff Curtis, conocido por sus retratos de indígenas estadounidenses a finales del siglo XIX, empezó a tomar fotos de desnudos a finales de 1990. Curtis había saltado a la fama por usar cámaras de formato grande y por contrastar sujetos con paisajes desenfocados. “Era romántico y al mismo tiempo atrevido”, dice Tunick. Quiso, entonces, heredar esa fórmula, pero con un énfasis contemporáneo. “Y lo logré –dice–: trabajé con sujetos en las calles de Nueva York durante 4 años.  Así comenzó mi carrera en el mundo del arte y gracias a ella puedo pagar mi alquiler, mi hipoteca, tener una familia. Eso es lo único que quiero y lo único que me interesa”.

En 1994, Tunick realizó su primer retrato de grupo. Desde entonces esa ha sido su consigna. En agosto de 2010, logró que 700 británicos se desnudaran y se pintaran los cuerpos de cinco colores para homenajear la obra de Yves Klein, mientras que hace tres años recubrió a un grupo de alemanes con pintura roja y dorada para rendirle tributo a la ópera Der Ring des Nibelungen de Richard Wagner. “Es hermoso. Cuando trabajo, veo a la gente que participa como una comunidad, como una comunidad íntima, y solo quiero que la pasen bien. Pero, eso sí, no siempre tengo esa personalidad maternal”.

*

Salimos a la calle. Sin el sonido de la máquina de espresso y la luz artificial del hotel, Tunick se tranquiliza. Apunta a una banca cerca a la entrada de un restaurante: “Ahí”. No hace sol, tampoco llueve. Ya pronto se acaba la tarde, también la entrevista.

Su obra es interactiva, involucra a mucha gente.

Sí. Uno no se puede sentir superior a los participantes. Uno tiene que estar al mismo nivel de ellos. No se puede sentir más importante, porque no lo es.

En el arte contemporáneo siempre se busca atribuirle significado a las cosas.

Unos trabajos míos hablan sobre la abstracción, sobre examinar la integridad del cuerpo desnudo en un espacio público. Pero claro, no todo artista está ahí para escribir un ensayo sobre su obra. Yo amo el misterio.

¿La gente dónde deja la ropa?

Justo al lado de donde se empelotan. Hay gente que la cuida y toca caminar, pero no mucho. Cuando la gente se desnuda siempre se acuerda dónde dejó su ropa. Nadie nunca sufre con eso, es increíble.

Aparte de tomar fotos, ¿qué más hace?

Me encantan las aguas termales y con mi esposa a veces viajamos por el país buscándolas.

Hay quienes dicen que su obra es más espectáculo que arte.

Creo que mis obras grandes solo son espectáculos para los que no están. Para mí es algo muy íntimo. La gente cree que es un concierto de Rolling Stones, pero es más como un concierto de Radiohead.

Claro, para la gente también debe ser una experiencia muy íntima.

Sí. Obviamente me gustaría que posen los críticos que me critican, tal vez así les gustaría más la experiencia. Pero tampoco me importa tanto. Sabes, también hay muchos a quienes les gusta mi trabajo.