Radiografías Creativas
El genio creativo de Leonardo da Vinci
Hace unas semanas, Arcadia comenzó una serie de artículos que investigan y analizan la creatividad. Éste se refiere al proceso creativo de da Vinci, un hombre que revolucionó el arte, inventó una técnica para diseccionar ojos y diseñó trajes de buzo.
En 1482 Leonardo da Vinci se convirtió en el productor de desfiles de la corte de Ludovico Sforza en Milán. Su trabajo consistía en crear y recrear fantasías. Él construía los “mundos” en los que se desarrollaban las obras de teatro, los desfiles y demás espectáculos que quisiera montar uno de los hombres más importantes de Italia.
Ese trabajo tuvo un enorme impacto en el pensamiento de da Vinci.
El artista estaba a cargo de los efectos especiales. Tenía que diseñar escenarios móviles, cuadrar la iluminación (siglos antes de la electricidad), y encontrar la manera de hacer volar ángeles y hadas. Sus inventos para entretener a los espectadores de las obras de teatro inspiraron su trabajo como ingeniero. Según escribió Walter Isaacson en su biografía sobre da Vinci, la idea de construir alas para que hombres y mujeres pudieran volar, seguramente le vino del teatro. Y su famoso helicóptero, probablemente fue pensado para el escenario.
Sus profundas investigaciones sobre anatomía dan pistas de su proceso creativo. Da Vinci dibujó un mapa del cerebro humano en el que explica que el lugar de la mente que permite a hombres y mujeres imaginar, está estrechamente ligado a su pensamiento racional. Por tanto, combinar la imaginación y la razón no era una contradicción, sino una potenciación de ambas facultades.
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Acabar con la separación entre razón e imaginación, encaja con la visión de mundo del italiano. Da Vinci concebía al universo como la suma de fenómenos interrelacionados, y al espacio como un continuo.
Esa manera de entender el mundo y el cerebro humano, probablemente lo impulsó a convertirse en uno de los inventores más creativos de la historia, y posiblemente en el mejor artista de todos los tiempos.
Para pintar se necesita combinar la razón con la imaginación. Un buen artista debe aprender a observar la naturaleza y conocer los efectos causados por sus leyes. Debe ser versado en óptica, anatomía, psicología, química, color y perspectiva, y entrenar la mente para ser capaz de ver el universo en un lienzo en blanco.
Hasta las manchas y las grietas de las paredes disparaban la imaginación del italiano. “Para ti no debe ser difícil mirar bien las manchas de las paredes, las cenizas, las nubes o el barro y encontrar allí ideas maravillosas'‘, escribió en su texto de consejos a jóvenes artistas.
Da Vinci era un hábil observador de la naturaleza. La contemplaba, la estudiaba y, si era necesario, realizaba miles de experimentos hasta entender a cabalidad uno de sus fenómenos. Luego lo plasmaba con precisión en el lienzo.
Fue así como descubrió que dibujando como si estuviera creando una escala musical -colocando las figuras en el lienzo como un compositor elegiría las notas de una melodía-, podía congelar el movimiento.
Las obras de arte y los escritos que dejó da Vinci demuestran que era una mente privilegiada. Pero también que potenció sus capacidades hasta el cansancio, que siempre buscó satisfacer su insaciable curiosidad, y que estudió y trabajó como un coloso. Así creó una serie de pinturas que se consideran entre las mejores de la historia: “La Mona Lisa” (1503), “La última cena” (1495-1498), “Salvator Mundi” (1500), “San Juan Bautista” (1523-1516), “La dama de armiño” (1489-1490)...