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El Pabellón de Lituania fue el ganador del León de Oro en la edición 58 de la Bienal de Venecia. Foto: Julian Dupont.

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El marco sobre el cuadro sin marco: sobre el pabellón ganador de la Bienal de Venecia

El artista Julian Dupont hace un comentario de su visita al pabellón de Lituania, que hasta finales de octubre albergará una ópera-performance titulada ‘Sun & Sea (Marina)’, ganadora en mayo pasado del León de Oro de la 58 edición de la Bienal de Venecia.

Julian Dupont
5 de agosto de 2019

En el primer piso, sobre una superficie recubierta de arena traída desde Lituania, descansa una multiplicidad de cuerpos tendidos sobre toallas coloridas, que tejen entre todas un conjunto de islas situacionales que encuentran sincronía en una canción común. Las tonalidades son graves, bajas. Abren espacio a la sensación de un descenso emocional continuo hasta que encuentran el jugueteo ingenuo en un descanso melódico momentáneo: solo un resquicio que desemboca nuevamente en el abismo repetitivo. 

En la aparente estaticidad de los cuerpos, apenas se dejan entrever las acciones: dar la vuelta a la página de un libro, estirar los brazos, dibujar en la arena, contemplar un firmamento fingido. Cantando en la monotonía incesante de una repetición consumada a estación de radio pop la tragedia cotidiana hecha canción, se encuentran botellas de plástico y baldes al juego, bikinis desajustados, pantalonetas, camisas abiertas, protuberantes barrigas. “Se siente tan mal cuando no puedo controlarme a mí mismo… y pierdo el control, en público… después siento pena por mí mismo… me siento vacío, siento vergüenza”, canta uno de los tenores sudado en bermudas fluorescentes. Suenan entonces las letras como letras de una singularidad cansada y la subjetividad herida en su límite del yo, el desaliento en la historia de cada uno como conjunto de unos, como conjunto de esa búsqueda individual que se hace compartida solamente en la tragedia colectiva, la nuestra.


Sun & Sea (Marina) es la ópera-performance de Rugile Barzdžiukaite, Vaiva Grainyte and Lina Lapelyte que representó a Lituania en la Bienal de Venecia este año. Foto: Julian Dupont.

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El antiguo Edificio Militar de la Marina Veneciana está abarrotado de gente a la espera por entrar. Se hacen entonces mínimamente irónicos los tantos minutos expuestos al sol por encima de 35 grados de temperatura a la espera de su escenificación, a la espera del sol ficcionalizado. Para entrar a presenciar la desazón de una catástrofe ambiental en la pasividad seductora del espectáculo las filas no son menores. El segundo piso está a reventar como el turista que todos somos: visitantes de nosotros mismos. “Por favor, les pedimos que abandonen el espacio para dar paso al siguiente grupo de visitantes. Hay mucha gente esperando para ver la muestra”. 

Sun & Sea (Marina) es la ópera-performance ganadora del León de Oro como Pabellón Nacional en la edición número 58 de la Bienal de Venecia, estructurada alrededor de un eje curatorial titulado “Ojalá vivas en tiempos interesantes”. Para ello, las instalaciones del edificio fueron transformadas en simulación operática por la realizadora audiovisual Rugile Barzdžiukaite, la escritora Vaiva Grainyte y la artista plástica y compositora Lina Lapelyte. Entrar a ese pabellón es entrar a presenciar nuestra ahora condición sintomática de absoluta fascinación a expensas de la tragedia autorreferencial, a escala global, como comentario pertinente y elaborado para en nuestra excitación; además, ser participes de la ya menguada reacción a la que nos hemos acostumbrado como circulo crítico e intelectual en la comodidad del “ser cultura”.

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En la experiencia de Sun & Sea (Marina), una extrañeza que sabe susurrar sin la fastidiosa necesidad de acudir a la sola literalidad del reflejo parece acontecer al estar presenciando, en cambio, la literalidad exacerbada del acontecimiento. Esta muestra encuentra así la sutileza suficiente para hacer una canción que no representa y activa, que activa en la inacción una acción de desazón sobre el hacer canciones en hacer la canción, porque hoy en día, el lenguaje no es suficiente y el lenguaje lo sabe. Tan antropocéntrico es construir soluciones desde la sola alteración narrativa como lo es la construcción del complejo industrial sobre el cual el sol calienta más para todos hoy día. Y así suena nuestra catástrofe: sin un gran estallido ni personaje principal, en la monotonía de un apocalipsis que deviene todos los días como canción exasperante y desaliento contagioso de una frustración empacada en libertad, de una libertad que se desenvuelve ensortijada en la autoexplotación narcisista, tautológicamente seducidos por esa opresión sutil que constituye hoy día nuestra formación de identidad como fascinados voyeuristas. 

Después de la primera semana de exhibición, por falta de financiación, el pabellón ganador de la Bienal de Venecia se estará presentando solo los días miércoles y sábados de cada semana hasta el 31 de octubre. Los artistas están invitando al público a participar de la muestra en relevos de tres horas. 

Nos preguntamos entonces por la necesidad de un revés a la simulación, por la necesidad de una desimulación significante en donde la simulación de la simulación revoluciona, entonando así el canibalismo ecosistémico que nos caracteriza jugándonos el cuadro sin marco, sabiendo poner en cuestión la distancia inevitable del marco que nos precede. La propuesta es fascinante y cautivadora, mas la distancia en donde se enmarca la orquestación institucional de la propuesta se siente mayor. La ópera-performance simula de forma ejemplar, más no desimula: no nos da pistas del cómo desarmar el marco. Al salir de la muestra seguimos recorriendo las calles con un mapita hasta encontrar el siguiente pabellón. El marco es más grande. El marco es más grande y para esto el mensaje no basta. El León de Oro en la Bienal de Venecia.


El Pabellón de Lituania fue el ganador del León de Oro en la edición 58 de la Bienal de Venecia. Foto: Julian Dupont.