Crónica

"La cuadrícula es mi obsesión"

En MaCa se inaugura la más reciente exposición de Miguel Böhmer: ‘Pencil Drawings’ que irá hasta el 27 de octubre. Hablamos con él.

Sergio Rodríguez
7 de octubre de 2016
Crédito: Álvaro Tavera.

MaCa olía a pintura blanca. En el piso había polvo y una mesa. Eran las once de la mañana y seguían preparando las paredes para el montaje de Pencil Drawings la última exposición de Miguel Böhmer en Bogotá. En la trastienda de la galería Böhmer, junto con dos ayudantes, armaban pequeñas cajitas de plástico transparente rellenas de una arena fucsia que ahogaba lápices de color. Había uno por cada caja, eran los mismos que usó para hacer las obras que estarán expuestas.

En la exposición no son solo dibujos, está la instalación en la que esa arena fucsia ahoga lápices, también, sobre la mesa habrá un cilindro de cristal en el que las virutas de lápiz y un díptico con postales de Cali en los años setenta. “Una exposición es la lectura de los cuadros, no es tanto los metros cuadrados: es cómo aprovechar eso y crear una lectura. Lo más importante para mí, y es evidente, es el dibujo pero también estoy evidenciando el proceso. No es un uno más uno, es de otra manera. No quiero evidenciarlo en un texto, simplemente que la gente venga y sienta” dice Böhmer. 

Sobre la mesa habían cortadores, reglas, cajas plásticas, papeles de un dorado opaco, un paquete de cigarrillos, una caja de mentas y unos chicles. El artista coordina cada corte de papel, cada caja ensamblada en sus obras con una meticulosidad casi obsesiva. “La cuadrícula es una obsesión que tengo y soy muy lineal. En mi casa tengo vigas, tapetes a cuadros, para mí la lectura lineal es muy importante” explicó. Salimos de esa habitación y entramos a otra con un pared fucsia en la que se colgará un dibujo de 320x200cm en el que dos serpientes se entrelazan y muerden una a la otra.

El artista cuenta que "la serpiente es un animal que tiene un gran poder y gran simbología, he explorado la figuración animal desde el principio de mi carrera. Estas serpientes reflejan la parte derecha e izquierda del cerebro, pero lo que quiero decir es: la serpiente es un animal que ha sido, tal vez, el más representado en la cultura de occidente simbólicamente". La exposición también cuenta con una serie de figuras marinas.

La obra de Böhmer, dibujos sobre lino en gran formato, revela un trabajo minucioso con lápices de colores que crean volúmenes y vibraciones de color, que cálidos y fríos, traslucidos y delicados crean ritmos que, según el artista, suenan a música electrónica. “La escucho todos los días, desde las 10 de la mañana” explica. Vive desde hace 13 años en Normandía (Francia) y su taller queda a 45 minutos de París, junto a un bosque. Lo rodea el silencio y unos cuantos vecinos. Para Böhmer “cuando estás trabajando no puedes tener la cotidianidad, eso desgasta en cantidades. Estás concentrado en estos colores, en estas maneras de las formas y cómo lo estás haciendo. Una llamada te puede bajar el ritmo. Entre más me desconecto de la gente más me rinde”.

Se voltea a mirar el espacio. "Está quedando todo perfecto. Ahí había una muela -señala una de las esquinas de la galería- entonces mandé a que me pusieran esa viga. Mandé hacer estas bases para proteger los cuadros cuando la gente que no se me peguen al cuadro. Cuando Ana (una de las socias de la galería) me mandó los planos, dije esto es increíble, esto es un metro más largo que mi espacio allá en Francia. La idea aquí era hacer mi taller, aquí va un cuadro, aquí la instalación de las cajas, allá van las postales y esta mesa es idéntica a la mesa que tengo en Francia, me la hicieron igualita" concluye Böhmer con una sonrisa. 

La sala de exposiciones de MaCa es pequeña, acogedora y cambiante, sus paredes se pintan y vuelven a pintar. Tras bambalinas hay decenas de lienzos sin pintar se apilan recostados en las paredes. Habían dos guacales de madera que llegaron en barco desde Francia con los cuadros de Böhmer. Abren el primer guacal, un cuadrado perfecto con un erizo de mar que parece salirse del marco. “Ninguno se parece a otro, todos son un universo diferente -dice Böhmer frente al cuadro en el que trabajó durante cuatro meses y medio- no puede ser lo mismo acá o acá. Mira esos degradados, esto es más cálido y hay partes más frías”. Habla suave, de voz tranquila y sin afanes, un poco inquieto y silencioso, no puede fumar mucho pero cuando lo hace -¿por qué no hacerlo?- prefiere el Marlboro. Dice que siempre comienza los cuadros por la derecha, de derecha a izquierda, “siempre que concibo una obra es muy importante la lectura de la misma. Al erizo lo acentúo con unas sombras a la derecha. Ya había trabajado otras dos formas marinas, un caracol y una concha. Estaba buscando otro tipo de forma y ritmo. Encontré que en ese cuadro, además de la forma, tenía el ritmo y lo podía trabajar. Sus colores son los de la piel, rosada, es el reflejo de la luz sobre ella".

Faltaba una obra por ver. El enorme guacal en el que estaba no permitía salir de la trastienda al estar abierto, ocupaba todo el pasillo. Uno a uno Böhmer, sus ayudantes, el fotógrafo y el periodista, fuimos saliendo con dificultad a la sala de exposiciones de la galería. Esperamos. Por la puerta entró la gran tela, un dibujo de esos que no permiten palabras, que hablan por sí mismos. ¿Para qué más palabras?

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