Exposición

Autorretrato disfrazado de artista

Seis artistas son los protagonistas de la más reciente muestra de la Luis Ángel Arango. La fotografía, y su papel en la historia del arte colombiano, son algunos de los temas que trata. Hasta el 29 de junio.

María Alejandra Peñuela
5 de junio de 2015
Autorretrato de un hombre brillante. Camilo Lleras, 1973. Copia vintage de gelatino-bromuro. Cortesía de la Biblioteca Luis Ángel Arango.

La Biblioteca Luis Ángel Arango presenta hasta el 29 de junio la exposición de fotografía conceptual Autorretrato disfrazado de artista. Curada por Santiago Rueda, y basada en su libro La fotografía en Colombia en la década de 1970 (2014), publicado por la Universidad de los Andes, la muestra cuenta con fotografías de Camilo Lleras, Jaime Ardila, Jorge Ortiz, Luis Fernando Valencia, Miguel Ángel Rojas y Álvaro Barrios. Tanto el libro como la exposición evidencian la búsqueda del fotoconceptualismo en el país por responder preguntas como ¿Qué es el arte? y ¿Cuál es el rol del artista en el arte?

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Atenas (1975). Miguel Ángel Rojas.

Rueda recuenta en su libro el momento en el que el fotoconceptualismo empezó a jugar un papel importante en el arte colombiano. En 1975, Miguel Ángel Rojas presentó su instalación Atenas en el Salón Atenas, un salón patrocinado por Atenas Publicidad como una estímulo al arte joven en Colombia. La obra estaba compuesta de un dibujo de un hombre arrodillado y vestido con cuero y dénim, unas fotografías en escala 1:1 que replicaban el piso que aparecía en el dibujo cubierto por un vidrio y un líquido blanco que según la ficha era “material orgánico” y que era semen regado sobre la obra. “Según Serrano (Eduardo Serrano fue curador del Museo de Arte Moderno de Bogotá en 1974), el público bogotano estaba tan desacostumbrado a este tipo de manifestaciones artísticas, que una mujer vomitó al enterarse del contenido de la obra”, dice Rueda en su libro.

Para 1976, la fotografía cobra mayor valor en el panorama del arte en Colombia cuando Fernell Franco recibe una Medalla Especial en el Salón Nacional de Arte por su serie Interiores en la que registró casas coloniales en el Valle del Cauca convertidas en inquilinatos. “Fue un reconocimiento notorio, pues, por primera vez en los 35 años del salón, un fotógrafo recibía esta distinción”, dice Rueda.

Autorretrato disfrazado de artista recopila la fotografía de seis artistas que a través de un arte en su momento subvalorado lograron rebelarse contra los principios retardatarios, cuestionar el ámbito artístico colombiano y explorar nuevas formas de hacer arte.

Camilo Lleras

Lleras estudió arquitectura y pintura en la Universidad Nacional entre 1969 y 1971. En 1973, hizo sus primeros autorretratos, entre sus obras más conocidas. Autorretrato de un hombre brillante (1973) está inspirado en el cuadro El principio del placer del surrealista René Magritte. Llleras posa de frente a la cámara y con un truco de laboratorio logra iluminar su cabeza como si fuese una luz. Fotografías como esta muestran un carácter irreverente y cómico frente al arte. Sobre esta obra el artista dijo: “Yo no me imagino a un ‘hombre brillante’ con un aspecto diferente a este. Así deben ser, y por eso así se llama. 

El autorretrato de Camilo Lleras tomado por Jaime Ardila participó en el II Salón de Arte Joven del Museo de Arte Moderno La Tertulia de Cali en 1977. Ardila, arquitecto y fotógrafo bumangués, ya había superado la edad límite para participar en el concurso (35 años), pero se corrió a 34 para que Ardila no pudiera participar, así que Lleras, quien aún era suficientemente joven, le propuso que se presentaran juntos. La fotografía es de la espalda de un hombre (Lleras) y la sombra de quien toma la foto (Ardila). Esa foto cuestiona la importancia de la autoría de una obra. En el ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, Walter Benjamin afirma sobre la fotografía: “En las primeras fotografías, el aura nos hace una última seña desde la expresión fugaz de un rostro humano. [...] Y allí donde el ser humano se retira de la fotografía, el valor de exhibición se enfrenta por primera vez con ventaja al valor de culto. […] El lugar de los hecho está deshabitado; si se lo fotografía es en busca de indicios”. Y pasa a afirmar que esa oculta significación tiene un sentido político. Aunque en esta foto no desaparece por completo la persona, solo la vemos como parte de un espacio, donde su presencia se resignifica en la de otro objeto. Aquí no importan ni quiénes son las personas ni quién es el autor.

Eduardo Hernández

En 1978, Hernandez creó su obra La letra con sangre entra, un dibujo en papel hecho con su sangre que lee las mismas palabras del título. En 1979 la obra fue seleccionada para el Salón Atenas. Está  compuesta por las fotografías que muestran desde  el momento en el que el artista se saca su sangre, hasta el momento en el que pinta el cartel con esa sangre. La curaduría de la exposición compartió una frase del crítico e historiador José Hernán Aguilar, “uno no podía dejar de pensar en el viejo refrán español –ribeteado de alusiones fascista– mientras observaba claramente cómo la sangre había penetrado el papel”.

Álvaro Barrios

Hacia 1980 el artista barranquillero entra en una obsesión por Marcel Duchamp que se evidencia en la muestra. Sueños con Marcel Duchamp es una colección de postales donde el artista recopila una serie de sueños que tiene con el francés  iniciando por uno donde le dice que lo siga, casi como una especie de discípulo. También nos encontramos con el autorretrato Álvaro Barrios como Marcel Duchamp como Rrose Selavy en el que Barrios se disfraza de Duchamp quien a su vez está interpretando otro personaje. Ese mismo año Óscar Monsalve toma un retrato del artista caleño igual al que Man Ray tomó de Duchamp. Aquí de nuevo se trata el tema de la autoría y se retoman las preguntas sobre el significado del arte, la autoría de una obra y el aura del artista.

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Con Álvaro Barrios se cierra el auge de la fotografía conceptual, una época que duro muy poco: “Sin saberlo, con su exposición Un arte para arte para los años ochenta, Álvaro Barrios cierra el periodo dorado del conceptualismo colombiano, cruzado y contaminado por las experiencias internacionales y cuyo transcurso registró, de manera limitada, la fotografía. Como ya se ha mencionado, la década siguiente tomó un cariz radicalmente distinto, pues se ocupó de la pintura y las particulares mitologías personales y ficciones historicistas del neoexpresionismo.”


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