Exposición fotográfica
Hernán Díaz: retratos de una sociedad
El Banco de la República, que adquirió 1.000 negativos del fotógrafo colombiano, presenta la más grande exposición que llevará su trabajo por todo el país. La muestra irá hasta febrero del 2016.
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La exposición
A Hernán Díaz no le gustaba que se le catalogara como artista, sino simplemente como un fotógrafo. El ibaguereño se sentía incómodo al conceptualizar sobre su propio trabajo y definirlo en términos estéticos o expresivos. Sin embargo, el valor artístico de su obra es indiscutible. Díaz, fallecido en noviembre de 2009, es considerado por la crítica como uno de los grandes fotógrafos colombianos, junto a figuras como Leo Matiz, Abdú Eljaiek, Sady González y Manuel H.
Como homenaje, el Banco de la República, que en 2012 adquirió una selección de 1000 imágenes del artista, ha inaugurado una exposición denominada Hernán Díaz Revelado: retratos, sesiones y hojas de contactos, que mostrará su obra hasta febrero de 2016 en Bogotá.
Santiago Rueda, el curador de la exposición, ha seleccionado un grupo de estas fotografías que, tras su presentación en Bogotá, viajará durante cinco años en una exposición itinerante por las principales ciudades del país. Para Rueda “el archivo de 1.000 imágenes adquirido por el banco en 2012 permite un acceso inédito a la obra de Díaz”, un artista que controló cuidadosamente los negativos que ampliaba y difundía, en parte por la defensa de sus derechos de autor.
La muestra incluye los retratos más representativos del trabajo del fotógrafo, una selección de tomas de Cartagena -ciudad de la que fue un absoluto enamorado-, e imágenes de paisajes e industrias, que resaltan su interés por el medio ambiente. La muestra también exhibe parte del trabajo que permanecía bajo la superficie. Para ello, se ha decidido exponer algunas hojas de contacto que evidencian -con anotaciones del propio Díaz-, el procedimiento mediante el cual el fotógrafo se aproximó a la imagen. “Estas hojas de contacto nos permiten conocer desde dentro el proceso creativo del artista: su aproximación a la imagen, el encuadre y su localización frente al objeto escogido, el ritmo de captura de imágenes, la orquestación del espacio creada o buscada para cada sesión y el trabajo de edición realizado posteriormente”, afirma Rueda.
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Hernán Díaz. Alejandro Obregón, hoja de contactos (ca. 1960). Archivo fotográfico de Hernán Díaz, Biblioteca Luis Ángel Arango.
La exposición rompe con la idea errónea, ampliamente difundida, según la cual Hernán Díaz era un fotógrafo de las élites bogotanas. Todo el espectro de la cambiante sociedad de su tiempo es objeto de la mirada curiosa de su lente. Al mismo tiempo, se manifiesta la profunda preocupación de Díaz por la naturaleza. Bosques, paisajes boyacenses, laberintos de palmeras y trigales a punto de corte, forman parte de la exhibición.
El fotógrafo
Pocos fotógrafos tienen el olfato para percibir el espíritu de una época o de un momento histórico. El húngaro Brassaï lo hizo con el movimiento cultural de París de principios del siglo XX; Walker Evans con la sociedad estadounidense posterior a la Gran Depresión de 1929, y el checo Josef Koudelka con la primavera de Praga de 1968. Díaz hizo lo propio con el arte y la sociedad colombiana de la segunda mitad del siglo XX. Ninguno como él pudo captar el espíritu de la nación colombiana con su diversidad y sus contradicciones.
Nacido en Ibagué en 1931, Díaz se trasladó desde muy joven a Bogotá. La ciudad por aquel entonces aún era un agregado de barrios tradicionales, que albergaban una sociedad conservadora. Sin embargo, ya se sentían en operación las fuerzas de la modernidad. La industrialización y la urbanización, resultado del desplazamiento de masas de campesinos, cambiaban la dinámica social de forma definitiva. Nuevas ideas y movimientos artísticos intentaban explicar y representar la sociedad que se gestaba. Hernán Díaz supo como pocos captar con su lente esa transformación de la sociedad colombiana.
Su padre era un aficionado a la fotografía que tenía en casa su propio laboratorio. Su madre le ayudaba en el proceso de revelado y su hijo es el resultado de esa alianza en el cuarto oscuro. Como asegura Rafael Moure, el compañero de vida de Hernán Díaz, para canalizar la rebeldía de su hijo, sus padres le enseñaron la técnica de la composición fotográfica. Con estos conocimientos básicos, tras un corto periodo como agente viajero, Hernán Díaz se desplazaría con una cámara Rolleiflex en el equipaje a The Photographers School Westport (Connecticut), donde toma clases con Irving Penn y Richard Avedon, quienes serían influencias definitivas en su obra posterior. Su otro gran maestro fue Henri Cartier-Bresson de quien aprendió a retener el aliento y alinear la mente, la mirada y el corazón en un mismo punto. Su pasión por la fotografía ya era absoluta, no era una simple afición sino una obsesión y un destino.
Durante la década de 1960, colaboró con Life, Time, The New York Times y The Christian Science Monitor. Expuso sus primeras fotografías en 1959. Ya en 1962 exhibe su trabajo junto a Guillermo Angulo que venía de estudiar cine en Roma. La exposición llama la atención de Marta Traba quien le invita a colaborar en un proyecto denominado Seis artistas contemporáneos colombianos (1963), cuyo objetivo era divulgar a un grupo de pintores y un escultor, entonces desconocidos: Fernando Botero, Alejandro Obregón, Enrique Grau, Guillermo Wiedemann, Eduardo Ramírez Villamizar y Edgar Negret. El libro fue definitivo en el lanzamiento y divulgación del arte moderno en Colombia. Después, publicó Cartagena morena (1972); Diario de una devastación (1979); Las fronteras azules de Colombia (1982); Casa de huéspedes ilustres de Colombia (1985); Cartagena de siempre (1992) y Retratos (1993).
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Hernán Díaz. Alejandro Obregón y la Violencia (1962). Archivo fotográfico de Hernán Díaz, Biblioteca Luis Ángel Arango.
Antes de Hernán Díaz, en Colombia la fotografía era considerada un oficio y una técnica, no un arte. Su trabajo, caracterizado por la perfección técnica y el cuidado en todos los detalles, desde la composición hasta las ampliaciones, es un punto de quiebre porque ayudó a que la sociedad colombiana cambiara su percepción respecto al quehacer de los fotógrafos. Su obra fue validada por la crítica y por sus colegas. En este sentido, su aporte es sólo comparable al de Leo Matiz, quien también contribuyó enormemente a darle a la fotografía un lugar de respeto dentro de las artes en Colombia.
El retratista
Por su lente pasaron banqueros, políticos, bohemios, campesinos, artistas circenses y mujeres palenqueras. Díaz entendía la sociedad como una totalidad compleja y como tal quiso fotografiarla. Incursionó en el paisaje, la fotografía industrial y arquitectónica. Sin embargo, fue en el retrato donde se sintió más cómodo y donde su obra adquiere mayor relevancia. Díaz es ante todo un retratista, y de los buenos. Según Díaz, su pasión por el retrato provenía de su amor por la gente. Afirmaba que los paisajes no le emocionaban porque siempre están ahí. En cambio los hombres mueren y el retrato era su homenaje a la vida.
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Hernán Díaz. Ventana en la calle de las Damas (ca. 1960). Archivo fotográfico de Hernán Díaz, Biblioteca Luis Ángel Arango.
Al fotografiar a su gente, Hernán Díaz retrató a Colombia. Con paciencia y aprovechando el poder expresivo de las manos, sus retratos son de una elocuencia y una expresividad única. Siguiendo el ejemplo de su maestro Richard Avedon, en sus tomas no permitía que sus modelos ocultaran las manos, un elemento esencial para dotar a la composición de esa efusividad y elocuencia tan característica de su trabajo.
Díaz describía así su técnica: “A la hora de hacer un retrato me inspira el entusiasmo de mi modelo. La tranquilidad de un espacio que le sea familiar al sujeto y la luz del día que entra por la ventana. Esa luz trae una dulzura y una fidelidad más allá de cualquier otra iluminación”. Esa ternura y una serena expresividad caracterizan sus retratos, ya sean de Jorge Velosa, Antanas Mockus, Carlos Pizarro Leongómez o Camilo Torres.
Para Díaz “si la fotografía tiene algo que ver con la tragedia, se manifiesta en esa lucha atroz por eternizar lo perecedero, por detener ese proceso inexorable de destrucción al que marchamos siniestramente.” Sus retratos nunca eran retocados; Díaz detestaba el retoque, lo consideraba una desfiguración, una traición, un acto de deshonestidad. Lo mismo pensaba de la fotografía a color. De 115.000 negativos que se conservan de su obra, una minúscula fracción es a color. “Es un invento envilecedor, inmundo, como maquillar cadáveres”, afirmaba.
Hernán Díaz permaneció fiel durante toda su vida a los retratos de estudio y bajo determinadas condiciones de iluminación. Amaba la iluminación natural y usaba al mínimo la luz proveniente de fuentes artificiales. En sus imágenes se evidencia un interés por la dimensión humana de sus sujetos. Con la ayuda de un fondo neutro de color blanco, Díaz logra que la mirada se enfoque en la persona, extrayéndola de su contexto social, aislándola y llamando la atención sobre lo que ella es realmente, captando a las personas en su propia individualidad. El fondo blanco, en suma, ayudaba a que Díaz hiciese afluir a la superficie la intimidad, la belleza y la verdad que escondían sus modelos. “A esa belleza común –afirma Rueda- es a la que apuntaba Hernán Díaz, y su credo estaba dirigido a encontrar la bondad, la belleza, en suma la esencia del carácter de las personas”.
Destacan en este contexto sus retratos de Camilo Torres, fotografiado sentado, meses antes de su viaje a la clandestinidad, observando de perfil a la cámara, con una mirada al mismo tiempo curiosa e inquisitiva. También vale la pena mencionar su retrato de Carlos Pizarro, meses después de su regreso de la guerra, desnudo de la cintura para arriba, salvo por una corbata que días antes de la sesión con Pizarro, había dejado en casa de Díaz el expresidente Belisario Betancur. Es uno de los pocos retratos suyos en el que el modelo posa con las manos en los bolsillos.
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Hernán Díaz. Carlos Pizarro (1989). Archivo fotográfico de Hernán Díaz, Biblioteca Luis Ángel Arango.
“La importancia de los retratos de Hernán Díaz -asegura Rueda-, es que trató a sus modelos con un respeto cercano a la veneración. Sus retratos son prístinos, resultado de mucha observación. Él veía el retrato como una oportunidad de crear algo hermoso, de que los contornos, las formas y los volúmenes se magnifiquen para que el espectador tenga un momento casi de iluminación reveladora ante las fotografías”.
Hernán Díaz abrió el camino a generaciones de fotógrafos. Temeroso del fracaso, logró algo que resultaba improbable en un país como Colombia: posicionar la fotografía como un género reconocido por la sociedad. Caminante de los cerros bogotanos y ciclista contumaz, cronista breve de la capital colombiana, amante de la vida y de una fotografía sobria y saturada de emoción, Hernán Díaz murió una tarde de noviembre de 2009.
Testigo de una sociedad que ya no existe, la exposición en el segundo piso de la Biblioteca Luis Ángel Arango es una gran oportunidad para que el país aprecie su trabajo y conozca el genio melancólico que habitaba su mirada.