CÓMIC

"En Colombia nos luce el cómic": Lorena Alvarez

Este año, la dibujante bogotana ganó el premio Russ Manning 2019, un reconocimiento que se entrega a las nuevas promesas del cómic en el marco de la Comic-Con de San Diego. Hablamos con ella sobre el proceso de concepción de sus libros, del estado actual del cómic en Colombia y de las preocupaciones que la impulsan a crear.

Mario Cárdenas
28 de noviembre de 2019
Detalle de 'Hicotea', de la dibujante bogotana Lorena Alvarez, que este año ganó el premio Russ Manning 2019, un reconocimiento que se entrega a las nuevas promesas del cómic en el marco de la Comic-Con de San Diego.

En julio de este año, la dibujante colombiana Lorena Alvarez (Bogotá, 1983) ganó el premio Russ Manning 2019, un reconocimiento que se entrega a las nuevas promesas del cómic en el marco de la Comic-Con de San Diego. Era la primera vez que una dibujante colombiana obtenía un premio de este nivel: una noticia que confirmaba el buen momento del cómic en Colombia. El premio, que no llegó de forma accidental, se sumó a las nominaciones que Alvarez obtuvo el año anterior en los Premios Eisner, que son entregados por los logros creativos en la industria de los cómics en Estados Unidos. Las nominaciones para Alvarez fueron en las categorías Mejor publicación para niños de 9 a 12 años y Mejor artista/guionista, por su primer álbum de cómic, Night Lights, editado en inglés por Nobrow, una editorial especializada en libros ilustrados, de dibujo y cómics dirigidos a público infantil.

En Night Lights, traducido al español por Astiberri Ediciones como Luces nocturnas, Lorena Alvarez narra en imágenes un pasaje de la vida de Sandy, una niña que hace de su creatividad e imaginación un refugio habitable para escapar de los ratos de aburrimiento y los días de encierro en un colegio normativo y vigilado por monjas. La serie continúa con un segundo álbum llamado Hicotea, donde Sandy sale de expedición escolar con sus compañeras a uno de los humedales de Bogotá, un espacio que va tomando diversos pliegues a medida que la historia avanza, haciendo evidente una de sus preocupaciones narrativas: la simultaneidad y el cruce continuo entre ficción y realidad.

Además de dibujar cómics, Alvarez ha trabajado como ilustradora profesional y diseñadora de personajes y juguetes. Entre otros oficios posibles, ha hecho parte integral de La Procesión Puppet Club, un grupo experimental de títeres. Cada una de estas líneas creativas, aunque distintas entre sí, se conjugan en sus narraciones con imágenes que le han valido los reconocimientos mencionados. Sus historias, cargadas de vibrantes colores, y los juegos secuenciales en las composiciones en página, albergan mundos tejidos a través de la imaginación y la posibilidad de crear desde el dibujo.

Hablamos con ella sobre el proceso de concepción de Luces nocturnas e Hicotea, del estado actual del cómic en Colombia y de las preocupaciones que la impulsan a crear.

Lorena Alvarez ganó el premio Russ Manning 2019, un reconocimiento que se entrega a las nuevas promesas del cómic en el marco de la Comic-Con de San Diego. Foto: Cortesía.

Uno podría decir que sus cómics están en una “línea infantil”, un espacio no muy abordado por autores de cómic en Colombia. ¿Cómo fue entrar en ese campo, a pesar de las pocas referencias nacionales?

Inicialmente no tenía la intención de entrar a un público específico. Mi idea era escribir una historia. Cuando empecé a tejerla con el contexto del colegio, con la idea del ser niña, se fue más hacia el público infantil. Referentes no tenía ninguno, mucho menos aquí. Al ser ilustradora de libros infantiles, tenía unas bases en cuanto a la estética y respecto al ritmo, pero a medida que la historia se fue construyendo se fue definiendo el público lector. El libro se ubicó dentro del cómic infantil por una respuesta de los lectores: nunca hubo intención programada. Algo muy bonito fue que los primeros en leer los libros fueron maestros; algunos los usaban para las clases y me gustaba lo que hacían con los libros: los destajaban, les tomaban notas, los fotocopian. Creo que la “línea infantil” fue más una respuesta de los lectores que una intención de mi parte.

¿Hay alguna clasificación para sus libros de cómic?

La editorial tomó la decisión de dejarlo como Nobrow y no como Flying Eye, que es el sello infantil de la editorial, para darme más libertad al escribir, porque se dieron cuenta de que no era un libro fácil de ubicar. Por un lado tuvo una respuesta positiva de los profesores, pero, por el otro, recibió respuestas negativas por parte de los padres, porque les parecía un libro tenebroso, creepy, oscuro. Decían que les iba dar pesadillas a sus hijos. Hay algo que pasa con la clasificación de públicos: en los libros infantiles se asume que todo libro infantil debe gustarle a todos los niños, que tiene que ser didáctico, o tiene que enseñar algo. No sé por qué se asume eso. A uno como adulto no le gustan todos los libros de adultos.

Página de Hicotea.

Cuando usted estaba en Arkansas, conoció una biblioteca con una colección con muchos cómics infantiles y, entre ellos, estaban los de Nobrow. ¿Cuánto influyó este encuentro para el trabajo de sus libros?

La primera vez que vi algo de Nobrow fueron unos libros pequeños que tenían la intención de presentar autores nuevos. Al principio, Nobrow trabajaba con distintas técnicas de impresión todavía lo hacen: son muy experimentales en color y formatos. Tenían unos libros que parecían frisos que se despliegan como acordeones, eso me gustaba mucho. Cuando llegué a la biblioteca me gustó la manera como respetaban al autor y la diversidad de temas en su catálogo: su trabajo no se queda con temas adultos o infantiles, sino en un montón de cosas híbridas, difíciles de ubicar.

Desde su primer libro, Luces nocturnas, hasta Hicotea hay una evidente progresión pero parece mantenerse siempre la idea de una realidad que se rompe desde la ficción. ¿De dónde surgió esa preocupación particular?

Empezó como una inquietud que sirvió como una excusa para narrar y dibujar. Recuerdo el primer cómic que mostré en un taller que hice con otros chicos: era sobre una niña que se encontraba a pajarito muerto en el piso. La niña se imaginaba al pajarito cayendo de un nido, pero resulta que el pajarito no era un pajarito, sino que era ella misma cayendo. Los papeles se invierten y el cómic termina con el pajarito mirando la niña. Es algo que siempre me ha llamado la atención, y creo me gusta mucho dibujar por el solo gusto de hacerlo. Cuando estaba en el colegio dibujaba por pasión, veía mucho anime. El plan era sentarme a ver Dragon Ball, Los caballeros del Zodiaco o Sailor Moon; iba dibujando y creando historias paralelas a lo que estaba viendo en televisión, mezclaba mis propios personajes ahí. Todo esto fue alimentando esas preguntas. Era una manera de soñar despierta. Luego empecé a investigar sobre esas maneras que uno tiene para imaginar cosas, cómo funciona la imaginación, de dónde toma uno cosas para hacer historias nuevas. Pero eso viene mucho del gusto de dibujar cosas locas.

Página de Luces nocturnas.

En su trabajo, usted no se aleja de las referencias iniciales como el anime popular, que resultan vergonzantes para artistas que con el paso del tiempo y la formación han leído otro tipo de arte. ¿Cómo se vierten estas influencias en sus historias?

Mucho, sobre todo dibujar frente al televisor. De hecho todavía pongo algo que me genere ruido porque ya tengo la cabeza programada así. Hay muchas series de las que, más allá de tomar cosas puntuales, trato de recordar las sensaciones que me generaban, la identificación con los personajes, de seguir una historia que, aunque se repitiera y fuera cíclica, siempre estaba aportando detalles nuevos. Me gusta mucho con Sailor Moon que las mujeres tenían vidas dobles: una vida escolar bastante normal y otra privada, fantástica. 

Empezó a trabajar Luces nocturnas en Arkansas, pero en sus historias está Bogotá todo el tiempo. ¿Qué tan importante fue esa distancia para narrar esta serie?

Los inmigrantes, los estudiantes internacionales y las parejas extranjeras siempre bromeábamos porque Arkansas era un pueblo muy aburrido. Decíamos: “O te ponías a tomar o a pensar  sobre la existencia”. Empecé a pensar mucho en los años escolares, a analizar experiencias que había dejado, descuidado, y empecé a dibujar sobre eso, y se fue armando un contexto para las historias. De hecho, al principio eran dos caminos paralelos: la reflexión sobre el colegio y, por otro lado, las historias fantásticas que estaba escribiendo. Cuando me dediqué a Luces nocturnas mezclé las dos historias para hablar de mi cotidianidad y contrastarla. Luego me di cuenta de que mi experiencia tenía algo de particular por el colegio donde estudié, y eso terminó pareciéndose a la historia de Sailor Moon: una niña que va a un colegio católico y tiene uniforme y tiene que lidiar con asuntos cotidianos pero que, al mismo tiempo, tiene una vida mágica que le permite resolver otras cosas.

Página de Luces nocturnas.

En Colombia, narrativamente, estamos muy apegados a la realidad. ¿Por qué insistir en la posibilidad de crear y pensar desde la imaginación?

Los relatos sobre la realidad han estado en un olla a presión por mucho tiempo. Por las circunstancias del país hay una necesidad primera de contar la realidad, lo que se vive, el documento histórico. Eso es muy importante como valor cultural y de difusión. Pero a mí me gusta hablar de Bogotá en otros términos. La ciudad no solo son cerros, o dibujar rejas o dibujar el centro, sino cómo uno habla de lo apretado que está en Transmilenio sin dibujar eso, de la agorafobia que uno siente en algunos lugares sin dibujarlos. Para eso están las metáforas: para hablar de algo y dibujarlo sin decirlo. 

Usted ha trabajo también en ilustración, pero narrar con imágenes es distinto. ¿Cómo hace el tránsito cuando pasa de la ilustración al cómic? ¿Qué decisiones toma, qué deja de lado?

Son procesos bien distintos. Como no llevo mucho tiempo trabajando en historietas largas, tuve que inventarme mis propios métodos para trabajar y tomé algo de ilustración; sin embargo, hay cosas de ilustración que no me permito en hacer en cómic. Me pongo obstáculos, no quiero ser tan detallista, el manejo del color es más pensado, más planeado. Ahí entra lo que aprendí como diseñadora: a ser eficiente, a tener un proyecto más claro. 

Lo que dibujo para historietas tiene un carácter menos ornamental, trato de medirlo todo. En ilustración tienes al editor o al director de arte encima diciendo cómo se tienen que ver las princesas. Por mucho tiempo ilustré libro infantil clásico y hay cánones. Cuando uno ilustra para editoriales grandes ellos ya tienen la idea establecida, no hay mucha libertad. Con la historieta puedo contar lo que yo quiera, pero en ese orden quiero ser más clara, más dinámica y comunicarme de otra manera con los lectores.

Doble página de Hicotea.

En ese dinamismo, usted no acude a una estructura básica de la página, sino que juega con la composición, las formas y la arquitectura. ¿De dónde nace su preocupación por que la página sea una variante de la arquitectura?

Eso tiene que ver con los libros que empecé a leer y estudiar cuando inicié con historietas, me metí a estudiar de lleno y revisé muchos archivos que tenían amigos. Leí a Sergio Toppi, Gianni de Luca —él es un referente muy claro en mi trabajo—, donde las páginas donde los personajes se mueven a través del espacio. Ahora veo muchos cómics abstractos. Me gusta además el trabajo de Ana Galvañ, el de Chris Ware. A todos ellos los empecé a leer, a estudiar con cuidado. 

La preocupación por la arquitectura tiene que ver con las primeras clases de diseño, recuperar el manejo de formas geométricas, jugar con manchas grandes, recordar cómo funcionan los pesos en las páginas, los ritmos y direcciones de lectura, recuperar esas bases del diseño. La parte abstracta me ayuda a pensar en manchas, en bloques, tiene que ver mucho que ver con la arquitectura porque nosotros siempre nos estamos moviendo en figuras geométricas, en cuadrados, triángulos, túneles: uno abre puertas, ventanas. Tengo una intención de emular la vista subjetiva. Uno ve a través de huecos, de marcos todo el tiempo. Hace dos años encontré el libro de Enrique Bordes, Cómic, arquitectura narrativa, que busqué mucho porque alude al diseño. Es un libro muy detallado y presenta de forma clara la información.

Detalle de Hicotea.

Dentro de las capas que hay en sus historias, una de ellas es el color que está pegado a las naturalezas que transitan en las narraciones. ¿Cómo trabaja el color con relación a lo que ve y dibuja, a los animales, las plantas y los ecosistemas? 

Para Hicotea, por ejemplo, el color está bastante ceñido a una investigación que hice sobre plantas y animales de los humedales en Bogotá. En Luces nocturnas está mucho el cielo gris de la ciudad, respondiendo a los recuerdos del colegio, cuando llovía se volvía un ambiente hostil, que era frío y no se podía salir porque el pasto se encharcaba. Y no puedo dejar de lado mi formación en ilustración, los contrastes aplicados. En Hicotea usé una paleta bastante viva, más naturalista. Dibujé con acuarelas, me fijé en los dibujos de la expedición botánica, el manejo del color más sutil, más medido, en los colores del agua que me cuestan trabajo, porque quiero dibujar más radioactivos pensé en los reflejos del agua y en los contrastes. En la parte del libro que narra el vacío, esa parte árida del cuervo, del pájaro que devora todo, sin ser monocromática me fui mucho a los grises violetas, a los grises rosas.

En Hicotea son más evidentes las referencias a otras formas de arte. ¿Cómo confluyen las referencias?

Hicotea tiene superficialmente un tono muy ambientalista con el que estoy de acuerdo, obviamente. Lo que lo sostiene no es el ambientalismo porque sea bueno o malo, sino el enlace entra la ciencia y el arte. Eso viene también de mi educación. A mí me gustaba la biología. Si no hubiera estudiado artes o diseño habría sido bióloga. Me gustaban mucho las narraciones sobre la naturaleza, y las imágenes de los libros de ciencias naturales, las fotografías y las ilustraciones. Lo que sucede es que cuando te lo enseñan, te lo enseñan separado del arte. Cuando empecé a investigar sobre Hicotea busqué relaciones entre ambas disciplinas, cómo ambas plantean preguntas para entender el mundo y son dos aproximaciones que parecen lejanas pero pueden integrarse, lo que pasa con el bioarte, la bioarquitectura. Ahora estoy leyendo a Donna Haraway. Ella plantea cómo estamos construyendo conocimiento. Por ejemplo, en la viñeta de la rana diseccionada en Luces nocturnas quería dibujar algo así, porque era un recuerdo bastante fuerte de la primaria. Era la expresión de inquietudes que tengo hacia la ciencia como disciplina, a cómo esa búsqueda de conocimiento lleva a explotar a otros seres, a otros animales y cómo eso es justificado. 

¿Qué opinión tiene del momento actual del cómic en Colombia? 

Me gusta mucho lo que se está dando ahora, que el cómic en Colombia tenga un carácter tan independiente y tan diverso. El cómic es una forma de arte que les da voz a personas que en otros espacios no la tienen. Es importante lo que se está haciendo sobre memoria histórica, porque el cómic es muy práctico para llegar a más lectores, algo que hace con muy pocos recursos. Creo que nos luce el cómic, nos queda bien, a pesar de que el cómic es un arte con tanto tiempo. En Colombia está expandiéndose en un momento muy oportuno, en un momento donde hay tantas cosas que decir y que enfrentar.